Escritor vocacional y funcionario ocasional, Valentín de Foronda fue sobre todo un intelectual comprometido con las ideas de su tiempo. Ha sido considerado uno de los máximos representantes de la corriente crítica del pensamiento ilustrado y un excelente difusor de las luces de su siglo.
Como buen ilustrado escribió de casi todo, desde química a urbanismo, pero su gran vocación intelectual fue la economía política, una disciplina novedosa entonces e imprescindible para la gobernación de un país.
Retrato de Valentín de Foronda |
Valentín nació en Vitoria (Álava) en febrero 1751. Miembro de una familia noble (hidalga)y acaudalada, era hijo de Luis Antonio de Foronda, caballero de la Orden de Santiago, que había hecho fortuna en una juvenil emigración a Perú y consiguió el empleo de tesorero general de la Santa Cruzada en el Obispado de la Paz; su madre, Catalina de Echávarri, procedía igualmente de otra familia vitoriana de prestigio, pues era hija de un secretario del Consejo de S.M. y regidor perpetuo de Vitoria. Casó con María Fermina Vidarte y Solchaga.
Tal como correspondía a su rango, recibió una educación exquisita. Quedó huérfano muy joven, y muy joven también casó con la hija de un rico comerciante vasco-francés residente en Pamplona. Precisamente, durante sus viajes por media Europa conoció de primera mano la revolución intelectual que estaba teniendo lugar en el viejo continente. Entre 1782 y 1794 el matrimonio Foronda-Vidarte se trasladó a Vergara para seguir de cerca la educación de su único hijo, matriculado en el Seminario de Nobles de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Durante esos años Foronda publicó numerosos escritos y alcanzó fama como reformador de ideas avanzadas. Antes de abandonar la capital alavesa ya dejó constancia de ello: siendo concejal de la corporación municipal promovió la fundación del asilo vitoriano, institución hoy ya bicentenaria que se ocupaba de los indigentes locales al tiempo que los adoctrinaba en la importancia del trabajo.
Foronda se dio a conocer con una Disertación sobre lo honrosa que es la profesión del comercio (1778). En ella abogó por la rehabilitación de la burguesía mercantil, hasta entonces marginada social y políticamente por la nobleza terrateniente. Tras criticar los prejuicios existentes contra los comerciantes, Foronda resaltó la utilidad social de una actividad económica que creaba riqueza, fomentaba el entendimiento de los hombres y el acercamiento entre los pueblos.
Los roces de Valentín de Foronda con el grupo dirigente vasco acrecentaron su fama de reformista social, de filósofo o economista como se decía en la época. Su consagración llegó con las Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la Economía Política (1788-90). En ellas defendió un modelo social más igualitario e individualista, incompatible con los privilegios estamentales y basado una concepción utilitaria de los derechos de propiedad, libertad y seguridad. Basándose en la dignidad del trabajo y en la iniciativa individual, pidió acabar con la vinculación de la tierra y la organización gremial.
Portada de la obra Cartas sobre la policía de Valentín de Foronda |
Al igual que otros ilustrados como Adam Smith o Jovellanos, Foronda estaba convencido de que la libertad económica haría crecer el número de oportunidades y estimularía el talento de cada cual para ganarse la vida, sobre todo si las autoridades públicas eran capaces de garantizar el tranquilo disfrute de los beneficios obtenidos con el esfuerzo personal. Al proclamar la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, estaba reclamando la supresión de los privilegios nobiliarios aun cuando él mismo era hidalgo. Algunos de sus contemporáneos lo señalaron como traidor a su grupo social, pero él siempre se caracterizó por el radicalismo de sus propuestas, su independencia de criterio y la fidelidad a sus propias convicciones.
La Revolución francesa eclipsó momentáneamente su buena estrella al extender sobre los ilustrados más radicales el peso de la sospecha. En 1790 fue procesado por tener libros prohibidos y cuatro años después volvió a vérselas con la Inquisición por suponérsele inclinaciones filorrevolucionarias. Tampoco la situación económica de la pareja Foronda-Vidarte era boyante. La quiebra del Banco de San Carlos así como la disolución de la Compañía de Filipinas se llevó por delante buena parte de su patrimonio. Pero gracias a la protección de Francisco Cabarrús y Mariano Luis de Urquijo, dos cortesanos influyentes que estimaban su valía intelectual, Foronda salió del apuro al ser nombrado en 1801 ayudante del cónsul general español en Filadelfia. La American Philosophical Society de Filadelfia le abrió sus puertas y Jefferson, el carismático presidente norteamericano, le honró con su amistad.
En el otoño de 1809 Foronda volvió a España para luchar con los patriotas a pesar de que como Cabarrús como Urquijo, sus antiguos protectores, eran ministros de José Bonaparte. Nada más llegar a Cádiz se presentó a la Junta Central que, en virtud de sus muchos servicios, lo nombró primero intendente militar y después vocal de la junta gallega encargada de velar por la libertad de imprenta. Ambos eran cargos menores y sin apenas dotación económica, pero estimularon la primitiva vocación de Valentín de Foronda como publicista. Entre 1809 y 1814 expuso sus ideas sobre la constitución y los derechos individuales en una serie de folletos y artículos de prensa que, debido a su radicalismo doctrinal, reconciliaron a Foronda con sus escritos de juventud y le colocaron en vanguardia del liberalismo español.
Ya en la Península, volvió a la carga con unas Ligeras observaciones sobre el proyecto de la nueva constitución (1811). Fiel a sus convicciones profundamente liberales, criticó el anteproyecto presentado a las Cortes por otorgar demasiados poderes al monarca, por no concretar los derechos individuales y por defender la confesionalidad estatal. Probablemente éste sea su texto más republicano. Simultáneamente, Foronda emprendió una tarea pedagógica en la prensa gallega explicando conceptos como la soberanía popular o la importancia libertad de prensa. Como buen racionalista, confiaba en la fuerza persuasiva de la palabra para disipar las tinieblas de la incultura y la superstición. Foronda era un adelantado de la soberanía popular: por eso pidió (sin éxito) que la constitución fuera sometida a referéndum antes de entrar en vigor.
Con esos antecedentes no es de extrañar que la represión absolutista se cebara con él. Apenas unas semanas después del golpe de estado dado por el propio Fernando VII en mayo de 1814, Foronda dio con sus huesos en la cárcel bajo la acusación de ser un revolucionario peligroso. Allí pasó once meses hasta que vio conmutada la pena de prisión por diez años de confinamiento en Pamplona, la ciudad natal de su esposa. Rehabilitado tras la sublevación constitucional de Riego, publicó una Defensa contra las infundadas acusaciones de que había sido objeto. Fue su testamento político, pues el ilustrado alavés murió en la capital navarra poco tiempo después, en diciembre de 1821.
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