jueves, 28 de abril de 2016

El palacio condal de Cocentaina y Roger de Lauria, Almirante de Aragón

Roger de Lauria fue almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, la cual dirigió brillantemente durante todo el reinado de Pedro III el Grande de Aragón. Se le concedió el condado de Cocentaina (Alicante) como recompensa por su trayectoria militar al servicio de la Corona de Aragón.

El palacio Condal de Cocentaina (municipio de Alicante), se halla construido sobre un antiguo edificio musulmán del siglo XII, y es su monumento más importante. El primer edificio gótico fue construido en la segunda mitad del siglo XIII por el almirante almogávare Roger de Lauria, primer señor feudal (en 1272 se le concedió la villa de Cocentaina, y sus alquerías, además de otras posesiones en la región (Alcoy, Alcudia, Muro, etc.), como recompensa por su dilatada trayectoria militar a su servicio), con el título de barón de la Villa de Cocentaina otorgado el 11 de septiembre de 1291, localidad en la que construyó un alcázar y fijaría su residencia, en lo que es hoy el Palacio Condal, lugar desde el que ejerció sus responsabilidades territoriales, como el gran almogávar que fue de la Frontera Sur de la Corona de Aragón.

Palacio-Fortaleza de los Condes de Cocentaina
Roger de Lauria (Llúria) era italiano de origen (nacido en torno a 1250 en Scalea-Calabria, o en Lauria-Basilicata según otras fuentes), hijo de Ricardo de Lauria y de Isabella de Amico, y aragonés y valenciano de adopción, muriendo en la Ciudad de Valencia en enero de 1305, después de haber sobrevivido a una brutal razzia granadina que arrasó sus posesiones en Cocentaina pocos meses antes, en 1304, y de aquí viene el actual mote de “Socarrats” que se aplica a sus habitantes. Roger fue almirante de la flota de la Corona de Aragón y de Sicilia, durante todo el reinado de Pedro III el Grande de Aragón El señorío fue pasando con el tiempo por las manos de las casas de Lauria, Jérica y de la real de Aragón.

Estatua de Roger de Lauria (Barcelona)
Las hazañas del famoso marino en el mar Mediterráneo fueron notables. Interpelado por el Conde de Foix, emisario del Rey de Francia, el cronista Bernat Desclot pone en boca Roger de Lauria (1285):

    «Señor, no sólo no pienso que galera u otro bajel intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragón, ni tampoco galera o leño, sino que no creo que pez alguno intente alzarse sobre el mar si no lleva un escudo con la enseña del rey de Aragón en la cola para mostrar el salvoconducto del rey aragonés.»

Beatriz de Jérica, casada con Antonio de Aragón, vendió la baronía en 1372 a Juan de Aragón, conde de Ampurias, y éste la vendió en 1378 al rey Pedro IV de Aragón, por un precio de 16.000 florines, que se la regaló a su esposa Sibilia A la muerte de Pedro IV en 1387, Sibilia trató de huir a Castilla por su enemistad con su hijastro , el ya rey Juan I, quien le confiscó todos sus bienes dándoles a su esposa Violante, ultima señora de la baronía de Cocentaina en el s.XIV.

Castillo de Cocentaina

El 28 de agosto de 1445, Alfonso V de Aragón, el Magnánimo, vendió la villa y Baronía por 80.000 florines a Ximén (Jiménez) Pérez de Corella, según consta en un privilegio diligenciado por el secretario Arnaldo Fenolleda, y el 1 septiembre de 1448 le concede el título de Conde de Cocentaina. La familia Corella, de origen navarro, que entró al servicio del rey Jaime I para la conquista de Valencia, reformó y amplió el Alcázar-Palacio hasta darle la forma actual. En 1653 murió la última señora Antonia Ruiz de Corella titular del condado de Cocentaina, el cual pasó en 1648 a su hijo el conde de Benavides, que lo retuvieron hasta el año 1805. El título recayó posteriormente en la Casa de Medinaceli (linaje Fernández de Córdoba (Priego) [Suárez de Figueroa]).

Ximén Pérez de Corella empezó como Copero del Rey Alfonso, pero pronto pasó a servirle militarmente en sus expediciones a las islas de Córcega y Cerdeña, y en la conquista de Nápoles, que por sus servicios le nombró Gobernador General de Valencia en 1429, Virrey vitalicio de la Ciudad y Reino de Valencia en 1430. En 1432 fue Capitán de la Armada expedicionaria a África. Fue embajador en Roma ante los Papas Eugenio IV y Nicolás V.

Según los documentos arquitectónicos y los escritos, la primera construcción del alcázar podría situarse cronológicamente entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Con la llegada de la familia Corella, condes de Cocentaina, a la antigua construcción medieval se añadieran elementos arquitectónicos propios de estilos más tardíos, principalmente del renacimiento y del barroco durante los siglos XVI y XVII. Actualmente es un edificio de planta cuadrada con tres torres que destacan al norte, sudeste y nordeste, en tanto que la situada al noroeste, reformada, queda entre los muros de un convento, el de Clarisas, fundado en el siglo XVII, y en el que se encuentra la antigua capilla del palacio, estancia decorada por los Corella como lo recuerdan sus armas, situadas en las tres claves de la bóveda de crucería que dividida en tres tramos la cubre.

El escudo de la familia Corella se encuentra en la Sala Dorada de este palacio, situada en la torre del homenaje, con un techo ricamente ornamentado, y también en la iglesia del Convento de los Franciscanos, donde, hace siglos, los Corella se desplazaban para asistir a misa. Los espacios centrales están pintados con símbolos heráldicos de los Corella y los nueve reyes de Navarra, de los que se creían emparentados los primeros condes.

Cúpula de la sala Dorada del palacio condal

Desde el año 1.442, cuando Ximén toma Nápoles para el rey de Aragón Alfonso V, éste le concede el uso de sus propias armas reales, es decir, las de Aragón y las Dos Sicilias: dos o cuatro barras por la corona de Aragón y cuatro barras y las dos águilas de la Casa de Suabia por las Sicilias. Además, por ser el conquistador de Nápoles también pudo incorporar a sus armas la heráldica napolitana: sembrado de lises de la Casa de Anjou, y la cruz de Tierra Santa, del pretendido reino de Jerusalén. A todos esos elementos hay que unirles las armas propias de Ximén: barras como las de Aragón y una campana y el mote Sdevenido.

sábado, 23 de abril de 2016

Juan Padilla. Uno de los caudillos del levantamiento comunero de Castilla


Noble español, uno de los principales líderes de la revuelta de las Comunidades de Castilla. Natural de Toledo, fue regidor de la ciudad. En 1519, junto a Hernando Dávalos y Pedro Lasso de la Vega, organizó el movimiento comunero en Toledo.

Juan Padilla nació en el seno de una ilustre familia hidalga toledana, el 10 de noviembre de 1484, hijo de Pedro López de Padilla, Capitán de hombres de Armas de Juana la Loca, hidalgo natural de la ciudad de Toledo, y sobrino de Gutierrez de Padilla, Comendador mayor de Calatrava. Contrajo matrimonio con María Pacheco, hija del primer marqués de Mondéjar (y segundo Conde de Tendilla), en Granada, el 14 de agosto de 1511.
Juan (de) Padilla
El pueblo castellano miraba con malos ojos la influencia que los flamencos, a la cabeza de los cuales estaba Guillermo de Croy,  ejercían sobre Carlos I, (que había llegado a España en octubre de 1517, un año después de la muerte de Fernando el Católico) así como el aislamiento de la nobleza y los altos cargos eclesiásticos españoles. Como consecuencia se iniciaron movimientos de protesta en Toledo, Zamora, Toro, Medina del Campo, Madrid, Guadalajara, Soria, Ávila, Burgos, Valladolid, y León, aunque Toledo fue la más agraviada: no podía olvidar que el sucesor de los Cardenales Cisneros y Mendoza era Adriano de Utrech, un joven extranjero de veinte años al que se le había entregado la mejor joya de España. Así se explica que, desde el principio, esta capital se pusiera a la cabeza del movimiento, con gente de la nobleza toledana, principalmente Juan Padilla, regidor de la ciudad.

Carlos I
 Don Carlos, desde La Coruña, donde se encontraba para embarcar rumbo a Alemania, para atender a cuestión tan grave como la difusión del protestantismo, requirió a Padilla y a los demás regidores a presentarse ante él para responder de su conducta. La respuesta fue un motín popular promovido, según parece ser, por Padilla. En algunas ciudades se produjeron alborotos. Promovió el de Segovia el caballero Juan Bravo. Los revoltosos comenzaron por ahorcar a dos alguaciles y dieron igual muerte a su procurador Rodrigo de Tordesillas, que volvía de La Coruña.

En 1519 el pueblo toledano impidió el 16 de abril de 1520 que los regidores de Toledo acudieran a las Cortes llamados por Carlos, y esa fecha se considera el inicio del movimiento de las Comunidades de Castilla.

Los comuneros, firmes en su actitud de protesta y resistencia, comprendieron la necesidad de convenir un plan de conducta, constituyeron en Ávila la “Junta Santa”. En ella se dictaron las instrucciones que ellos calificaron como “programa político de los comuneros”, se nombró a Juan de Padilla capitán general del ejército comunero y se pretendía arbitrar el medio de evitar que reinasen en Castilla “personas extranjeras en habla y en su forma de vivir”, acuerdos que se pondrían en conocimiento de la reina doña Juana.

Los comuneros ocuparon Tordesillas y trataron de incorporar a su causa la legitimidad de Juana la Loca, que se negó a respaldarles frente a su hijo el rey.

Juan Padilla Acudió a Tordesillas, con otros comuneros, con la idea de convencer a doña Juana para que apoyase la revuelta y accediera a ser, de nuevo, reina de Castilla, pero no consiguió su propósito. En 1520, la Junta Santa, reunida en Ávila, le nombró capitán general de las tropas comuneras. En 1521, fue derrotado en Villalar, siendo ejecutado, junto con Juan Bravo y Francisco Maldonado, en la plaza de dicha localidad. Su viuda, María Pacheco, continuó la lucha en Toledo durante algunos meses.

El ejército comunero estaba dividido en dos grupos. El principal, mandado por Padilla, acampaba cerca de Torrelobatón. El otro, el del obispo Acuña, estaba acantonado por tierras de Toledo. Padilla dejó pasar el tiempo sin oponerse al ejército real que el 19 de abril de 1521 estaba ya a una legua de Torrelobatón. Cuando Padilla se dio cuenta de la amenaza, en lugar de detenerle, resolvió retirarse hacia Toro, donde podrían esperar los socorros que le venían de Zamora, León y Salamanca. Las tropas reales hostigaron a los comuneros en su retirada, y Padilla, que había perdido mejores ocasiones para combatir, se vio precisada a aceptar batalla cerca de Villalar (Valladolid). Su gente ya solo pensaba en huir.

Una parte del ejército comunero se refugió en el pueblo de Villalar, donde Bravo y Maldonado se esforzaron inútilmente por ordenarlo y hacerlo volver a la pelea. Padilla, al verse abandonado, se lanzó desesperadamente contra la caballería real, desmontando con su lanza a don Pedro de Bazán, vizconde de Valduerna. Si la infantería comunera hubiera querido pelear, la victoria les hubiera costado más cara a los realistas. Pocos fueron los comuneros que calaron las picas y esperaron, aunque estos no tardaron en volver las espaldas y seguir a los que huían. Juan de Padilla, Francisco Maldonado y Juan Bravo pelearon como buenos, pero quedaron prisioneros. Murieron aquel día unos 500 comuneros y no más porque los realistas prefirieron hacer un millar de prisioneros. Este fue el famoso “combate de Villalar” librado el 23 de Abril de 1521, fiesta de San Jorge, un martes lluvioso y frío de la primavera castellana.

Los tres capitanes fueron juzgados, condenados a muerte y confiscados sus bienes. La sentencia se cumplió al punto en el mismo pueblo de Villalar, “con público pregón en que los declaraba de traidores. Lo cual, como lo oyese Juan Bravo, capitán de Segovia, cuando lo llevaban por la calle, le dijo al pregonero que mentía él y quien se lo había mandado decir. Y Juan de Padilla, pareciéndole que no era tiempo de semejantes palabras, le dijo: Señor Juan Bravo: ayer era día de pelear como caballeros, pero hoy no es sino de morir como cristianos. Y llegados al lugar que fueron degollados, queriendo el verdugo comenzar por Juan de Padilla, dicen que le dijo Juan Bravo que le degollase a él primero, porque no quería ver muerte de tan buen caballero”. horas más tarde, también fue ejecutado y decapitado el salmantino Francisco Maldonado.

Pronto fueron todas las ciudades castellanas sometidas, si se exceptúan Toledo, Madrid y algunos lugares del reino de Murcia. Doña María de Pacheco, de la noble familia de los Mendoza, viuda de Juan de Padilla, pudo sostener los ánimos de los comuneros toledanos unos meses mas, hasta junio de 1521. Condenada a muerte y atacado Toledo por las fuerzas reales, tuvo que buscar refugio en Portugal donde aún vivió diez años. Por su valor y coraje, la apodaron la “Leona de Castilla”.

María Pacheco, esposa de Padilla
El 16 de julio de 1522, Carlos I regresó a España e instaló su corte en Palencia. Con ello, la represión contra los ex-comuneros se intensificó hasta que a finales de octubre se trasladase a Valladolid donde promulgó el Perdón General el 1 de Noviembre de 1522, dando la amnistía a 293 comuneros, y terminando con la persecución.

Monumento en recuerdo de los Comuneros y la batalla de Villalar
En el año 1821, Juan Martín Díez “El empecinado” organiza con unos compañeros una expedición a Villalar en busca de los restos de Padilla, Bravo y Maldonado. Pese a no llegar a encontrar nunca los restos de los líderes comuneros, el día 23 de abril de ese mismo año celebran en la plaza de Villalar el primer acto homenaje a los comuneros. Años más tarde, con el nacimiento del sentimiento nacionalista, se celebra la primera Fiesta de los Comuneros el 23 de abril de 1889, pero no sería hasta el año 1986 cuando alcanzaría su carácter oficial, convertirtiéndose en el día de la comunidad de Castilla y León.

Juan Bravo, "primo" de María Pacheco, perteneció a la baja nobleza, nació probablemente en Atienza hacia 1484 y se avecindó en Segovia en 1504, participando notablemente en la sublevación segoviana y muriendo decapitado con Padilla y Francisco Maldonado en Villalar.

Casó primero con Catalina del Río hacia 1504 teniendo a Gonzalo Bravo de Mendoza, María de Mendoza y Luis Bravo de Mendoza del Rio, y luego casó con María Coronel en 1519 teniendo a Andrea Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza y Coronel. El árbol genealógico indicando su nacimiento y sus descendientes segovianos, a partir de los "Expedientes de Nobleza", esta impreso por primera vez en el libro "Nobiliario de Segovia" de Jesús Larios Martín, CSIC (1956) tomo I , pag 262 (árbol en pag 310).

viernes, 22 de abril de 2016

Diego Hurtado de Mendoza. I Duque del Infantado y II Marqués de Santillana


La familia Mendoza tuvo unos inicios realmente humildes pues al comienzo eran unos hidalgos vascos, dispuestos a ascender aprovechando las luchas, los casamientos y el favor real, dueños de una torre en una pequeña aldea de Álava: Mendoza, situada cerca de Vitoria.  Uno de sus miembros destacados fue Don Diego Hurtado de Mendoza, primer Duque del Infantado y segundo Marqués de Santillana.

El pacto entre los Mendoza, los Haro y los Hurtado, a través de diversos matrimonios, elevaron el estatus de esta familia. Emigrados y asentados en Guadalajara en el Siglo XIV, los Mendoza fueron aumentando sus posesiones siendo señores de Hita, Buitrago (mayorazgos en 1380), Guadalajara , el Real de Manzanares (1383), y luego de Colmenar, Liébana, Tendilla (1395), Señores (por matrimonio) de los Estados de las Asturias en Santillana (Santander, 1445) y otros lugares de Castilla e incluso del Reino de Aragón. Alrededor de Mendoza (Alava) sus dominios constituían las "Tierras del Duque" (por el Duque del Infantado).

I Duque del Infantado (Museo del Prado)
Son miembros destacados de este linaje Pedro González de Mendoza (1340-1485), Diego Hurtado de Mendoza (1365-1404), Íñigo López de Mendoza (1398-1458), Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares, Pedro González de Mendoza (1428-1494), llamado el cardenal Mendoza, y Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa (1415-1479), el primer Duque del Infantado. 

Don Diego Hurtado de Mendoza, nacido en Guadalajara hacia1415, era el primer hijo y heredero de Don Iñigo López de Mendoza (primer Marqués de Santillana) y de Doña Catalina Suárez de Figueroa, y fue llamado como su abuelo. Fue, pues, el segundo marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares, donde falleció en su castillo en el año 1479.

El Rey Enrique IV no se llevaba bien con Diego y aunque primero le expulsara de Guadalajara en 1459, le concedió en 1460 el título de Conde de Saldaña para los primogénitos de su Casa (en pago al apoyo de los Mendoza) volviendo Diego a Guadalajara en 1462. Diego también luchó en la frontera de Granada.

Como todos los Mendoza fue primeramente partidario y guardián de la princesa Juana "la Beltraneja", pero tras el nombramiento de su hermano Pedro como Cardenal éste se decantó en 1473 hacia el bando de Isabel y Fernando, y tras unas entrevistas secretas con Fernando e Isabel, Diego pasaría con toda su familia, en mayo de 1474, a apoyar a los futuros Reyes Católicos. En estos "tejemanejes políticos" Diego siguió la línea marcada por su hermano el Cardenal Pedro de Mendoza.

Palacio del Infantado, antes de su restauración tras la Guerra Civil
En la guerra civil por la sucesión al trono al morir Enrique IV, su actuación, fue agradecida por la Reina Isabel. Por ello unió en 1475 al título (y las riquezas) de Marqués de Santillana el de Duque del Infantado, que posteriormente formaría parte de la llamada "Grandeza de España de Primera Clase". El título completo es "Duque de las Cinco Villas del Estado del Infantado", destacando entre esas villas las de Alcocer, Salmerón y Valdeolivas. La divisa de los Duques era "Dar es señorío, recibir es servidumbre", indicando que por sus riquezas no necesitaban servir a un señor más alto que ellos para recibir a cambio recompensa alguna. Los Mendoza capitaneados por el duque y el gran Cardenal ayudarían en 1476 a ganar la decisiva batalla de Toro (Zamora).

Castillo de Manzanares el Real (Madrid)
 El duque tuvo posesiones tanto en Castilla como en Aragón, pero su relevancia política no es comparable a la de su hermano Pedro (el Gran Cardenal) y su padre. Mejoró el castillo de Manzanares y las posesiones en Guadalajara capital, y fue devoto del Monasterio de Sopetrán. Él y sus descendientes eran, en la práctica, los dueños de la ciudad de Guadalajara, aunque no sus Señores, pues la ciudad era de Realengo. Casó en 1436 con Brianda de Luna, prima del antiguo enemigo de su padre el Condestable D. Alvaro de Luna, con lo que comenzaran a unirse las casas de Mendoza y Luna, pudiéndose contemplar escudos con ambas armas en el patio del Palacio del Infantado en Guadalajara.

Escudos de los Mendoza-Luna
El escudo de los Mendoza

Las primitivas armas de este linaje son "una banda de gules perfilada de oro en campo de sinople". A partir de este origen ha habido muchas modificaciones, pero siempre tiene "la banda roja sobre el campo verde",

La más famosa modificación fue la que ideara el marqués de Santillana y que se representa en un sello hacia 1440, escudo cuartelado en sotuer: 1º y 4º en campo de sinople una banda de gules perfilada de oro, 2º y 3º en campo de oro la salutación angélica AVE MARIA GRATIA PLENA en letras de sable. El marqués conoció el cuartelado en sotuer durante su estancia de juventud en el reino de Aragón y combinó las armas paternas de los Mendoza con las maternas del "Ave María" de los "de la Vega".


La confusión de los apellidos

El caos que existió en España durante la Edad Media, en el uso de los apellidos hace muy difícil identificar los protagonistas de la historia y establecer las genealogías con resultados satisfactorios. Esta irregularidad llegó a ser casi una anarquía, extendiéndose, no sólo a las familias de rancio abolengo, sino a los estratos sociales más pobres, e incluso a los conversos a la fe cristiana, perdurando también en América hasta bien entrado el siglo XVIII.

Un típico ejemplo de esta irregularidad de apellidos es evidente en los hijos e hijas de Don Íñigo López de Mendoza (1398-1458), mejor conocido como el marqués de Santillana, y de su esposa doña Catalina Suárez de Figueroa. La sucesión fue la siguiente:

    Diego Hurtado de Mendoza
    Íñigo López de Mendoza
    Lorenzo Suárez de Figueroa
    Pedro González de Mendoza
    Pedro Hurtado de Mendoza
    Juan Hurtado de Mendoza
    Pedro Lasso de la Vega
    Mencía de Mendoza
    María de Mendoza
    Leonor de la Vega

De todos los hijos mencionados, siete de ellos ostentaban el apellido paterno de Mendoza; dos llevaban el apellido paterno de la abuela, de la Vega; y uno tenía el apellido materno de Figueroa.

martes, 19 de abril de 2016

Los hidalgos y los trabajos manuales


El 18 de marzo de 1783, el rey Carlos III publica una Real Cédula en la que declara que es honrado y honesto ejercer oficios artesanos, hasta entonces considerados viles, por lo que, a partir de entonces, aquella persona que los venía desempeñando podía ejercer empleos municipales. 

La disposición real era el resultado de escritos e informes que sugerían la conveniencia de poner fin al estado de desprestigio que pesaba sobre quienes ejercían trabajos manuales, lo que iba en perjuicio de la economía de la nación. 
 

Monumento en las murallas de Ávila
Según D. Manuel Pardo de Vera, Vicepresidente de la RAHE, “Algo muy difundido, pero que no es cierto, es que ser hidalgo era incompatible con ejercer oficios mecánicos, de artesanos, de comercio, etc. Basta con ver los padrones con distinción de estados para comprobar que los hidalgos ejercían toda clase de oficios. Con lo que era incompatible ejercer determinados oficios era con ser caballero ya que esto exigía dedicación exclusiva a las armas”. El autor de este blog comparte plenamente esta opinión.

 

El texto completo de la Real Cédula de 1783, decía así: "Por la cual se declara que no sólo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce; ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república en que están avecindados los artesanos y menestrales que los ejercitan; y que tampoco han de perjudicar las artes y oficios para el goce y prerrogativas de la hidalguía, a los que la tuvieren legítimamente... siendo exceptuados de esta regla los artistas o menestrales o sus hijos que abandonasen su oficio y el de sus padres y no se dedicaren a otro o a cualesquiera arte o profesión con aplicación y aprovechamiento aunque el abandono sea por causa de riqueza y abundancia; en inteligencia de que mi Consejo, cuando hallare que en tres generaciones de padre, hijo y nieto ha ejercitado y sigue ejercitando una familia el comercio o las fábricas con adelantamientos notables y de utilidad al Estado, me propondrá, según le he prevenido, la distinción que podrá concederse al que se supiese y justificase ser director o cabeza de tal familia que promueve y conserva su aplicación".



Retrato de Carlos III, rey de España
Desde principios del siglo XVIII se tuvo clara conciencia del problema y empezaron a aparecer escritos y leyes que intentaron, fundamentalmente, cambiar las mentalidades y convencer al noble y al plebeyo de que todo trabajo era digno y sólo la ociosidad era deshonrosa, idea que se convertiría en uno de los pilares básicos de toda la política económica del despotismo ilustrado, pero no fue hasta el reinado de Carlos III que se tomaron verdaderas medidas para resolver la situación económica y social derivada del descrédito del trabajo manual.




Sobre Carlos III

Carlos III, Rey de España de 1759 a1788, hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio, fue duque de Parma y de Plasencia (1731-35), y rey de Nápoles y Sicilia (1734 y 1759), y a la muerte de su hermano Fernando heredó la corona española. Su reinado marca la plenitud del despotismo ilustrado en España.

Ayudado por un equipo de ministros excepcionales, entre los cuales destacan los nombres de Esquilache, Floridablanca, Campomanes, Roda, Aranda y Múzquiz, impulsó importantes reformas económicas, sociales y políticas siendo considerado como el más ilustrado de los reyes españoles; así, por ejemplo, llevó a cabo medidas que molestaron a amplios sectores de la aristocracia tradicional o del clero como el proyecto de contribución única y universal, la reorganización del Consejo de Castilla, la prohibición de aumentar los bienes de manos muertas y la limitación de la inmunidad eclesiástica inquietaron a la aristocracia y al alto clero, quienes organizaron en 1766 el llamado motín de Esquilache (una revuelta de los madrileños en marzo de 1766 protestando por el decreto del marqués de Esquilache, primer ministro de Carlos III, que prohibía el uso de la capa y del chambergo (sombrero de ala ancha) con el pretexto de que dichas prendas cubrían las caras de los sospechosos.

Las razones reales del motín fueron la escasez de pan (malas cosechas de 1763-1765) y el encarecimiento de los artículos de consumo. Los amotinados pedían a Carlos III, entre otras cosas la destitución de Esquilache, la anulación de las disposiciones sobre el traje y una rebaja de los precios de los alimentos. El rey no tuvo más remedio que ceder a sus peticiones, pero no cejó hasta encontrar unos supuestos instigadores de la insurrección. Ensenada y los jesuitas (expulsados de España el 1 de abril de 1767) fueron las cabezas de turco del motín.

En lo concerniente al sector agrario, Carlos III disminuyó los bienes vinculados y de manos muertas, y limitó los privilegios de la Mesta, vigentes desde tiempos de los Reyes Católicos, en beneficio de la agricultura, En materia industrial y comercial, proclamó la libertad de la industria y de la circulación de toda clase de mercancías, suprimió las aduanas y demás trabas interiores, promulgó la libertad de comercio con América y modernizó la política fiscal.

viernes, 15 de abril de 2016

Juan de Urbieta. El infante vascongado que capturó al rey de Francia Francisco I en la batalla de Pavia


Caballero de la Orden de Santiago y Contino de S. M., Capitán de Caballería bajo el mando de Hugo de Moncada. Según algunas versiones, fue el que prendió al rey de Francia en la batalla de Pavía, lo que supuso una de las capturas más sobresalientes de toda la historia de España. Otras señalan a Alonso Pita da Veyga, como el verdadero autor de tal apresamiento... o a Diego de Ávila o a Juan de Aldama.

Juan de Urbieta Berastegui y Lezo, militar guipuzcoano natural de Hernani casó con Doña Marta de Alcayata y murió en dicha villa el 23 de agosto de 1553. Urbieta había nacido en tiempos de los Reyes Católicos y, después de servir como criado en la Casa de los Artola, durante su estancia en San Sebastián consideró que la mejor forma de defender a su país era comenzar con la carrera militar.

Juan de Urbieta
El destino de Juan de Urbieta parecía estar ya marcado por el contexto en el que nació. Su llegada a este mundo se produjo cuando los Reyes Católicos acababan de dar las primeras Ordenanzas Municipales con las que, a partir de entonces, debía regirse su Villa natal, pero la entrada del ejército francés en Guipúzcoa para apoyar a Navarra contra las tropas de Fernando el Católico provocó enfrentamientos que, en el caso de Hernani, supusieron un incendio que destruyó el lugar echando por tierra todos los planes previstos para su desarrollo económico, social y político.

Así, tras su estancia como criado a la Casa de los Artola, y durante su estancia en San Sebastián tomó la decisión de tomar la carrera de las armas llegando a Italia como arcabucero, según versión de Juan de Oznayo, paje que era del Marqués del Vasto y uno de los testigos de la batalla: Francisco I «iba casi solo cuando un arcabucero le mató el caballo, y yendo a caer con él, llegó un hombre de armas de la Compañía de don Diego de Mendoza, llamado Joanes de Urbieta, natural de la provincia de Guipúzcoa, y poniéndole el estoque a un costado por la escotadura del arnés, le dijo que se rindiese».

Captura del rey Francisco I en la batalla de Pavía
Urbieta adquirió celebridad por haber hecho prisionero a Francisco I, Rey de Francia, en la batalla que se libró entre españoles y franceses en los campos de Pavía (Italia) el 24 de febrero de 1525. Esta hazaña, se halla plenamente demostrada. Entre otras pruebas se podría aducir la carta que el citado Rey le escribió a Urbieta con fecha 4 de marzo del año siguiente, demostrando su gratitud por lo bien que le había defendido, ayudándole con todo su poder a salvar la vida. 

Francisco I, rey de Francia
La captura fue y sigue siendo disputada por algunos historiadores al incluir en la misma a otros protagonistas. Aunque la Historia acepta a Juan de Urbieta como la persona que hizo prisionero al rey de Francia, de la misma forma que lo aceptó la Corona cuando decidió otorgar las debidas recompensas, no faltaron cronistas para hacerse eco de las demandas formuladas por Diego de Ávila, Alonso Pita y Juan de Aldama que reclamaban para sí la detención del monarca. Carlos I otorgó también privilegios a estos soldados, entre ellos el de hacerles hidalgos, pero no en la medida en que se le concedió a Urbieta, que ascendió a capitán de caballería e ingresó como caballero en la Orden de Santiago.
El motivo de la confusión lo encontramos de nuevo en la versión que de los hechos dejó escrita el ya citado Juan de Oznayo. Según este hombre, cuando Juan de Urbieta puso el estoque en el cuello a su prisionero sin saber de quién se trataba, el prisionero, viéndose en peligro de muerte, le dijo: «La vida, que soy el Rey». Entonces el hernaniarra, en mal francés, le ordenó rendición, contestando Francisco I: «Yo solo me rindo al Emperador».

Mientras se producía este diálogo, debemos imaginarlo en medio del fragor de la batalla, Juan de Urbieta observó que a pocos metros de distancia unos franceses habían cercado al alférez de su compañía con ánimo de arrebatarle la bandera y no estando dispuesto a dejar que tal cosa ocurriera se dirigió al preso diciéndole: «Si de verdad sois el rey, hacedme una merced»; obtenida la promesa, se alzó la visera del almete que protegía su cabeza y mostrándole sus dientes mellados, le dijo al monarca: «En esto me reconoceréis», y dejándole en el suelo con una pierna aprisionada debajo del caballo se alejó en defensa del pendón y de su oficial.

Parece ser que fue en este momento cuando llegaron Ávila, Pita y Aldama quienes viendo al rey caído creyeron poderle detener aún cuando de él mismo salieron las palabras de «Ya he sido hecho preso».
Escudo de armas, otorgado por Carlos V
Confirma este hecho el escudo de armas que Carlos V concedió a Urbieta en Bolonia a 20 de marzo de 1530, en cuyo diploma se hace mérito del suceso. El mismo Urbieta hace mención de este escudo, y de la merced que de él le hizo el emperador, por la prisión del rey de Francia y otros servicios, en el testamento que otorgó en Hernani el 22 de agosto de 1553. Dicho escudo representa un campo verde junto a un río, un medio caballo blanco en cuyo pecho hay una flor de lis con corona, y la rienda caída al suelo, más un brazo armado con su estoque alzado. La significación de este emblema no es dudosa. El campo verde es el sitio donde ocurrió la prisión, el río representado es el Tesino, el medio caballo con la rienda caída, el que montaba el rey Francisco y cayó, la flor de lis y corona las armas de este monarca, el brazo armado alzado es Urbieta, que le rindió.


Colección de documentos inéditos para la historia de España, Volumen 38


Sus restos mortales yacen al pie del Presbiterio de la iglesia parroquial de su pueblo natal con el epitafio correspondiente, restos que fueron ultrajados por los soldados, dos siglos y medio después de su muerte, durante la francesada. La espada tomada a Francisco I durante la batalla de Pavía adornó la Armería Real hasta que Napoleón la hizo volver a Francia durante la ocupación de 1808.

Tres siglos después, el duque de Rivas recrearía esta hazaña en su romance La victoria de Pavia:

El hidalgo vizcaíno
Juan de Urbieta, que cubierto
de tosco arnés, es un potro
escaramuzaba suelto,
pasa y ve bajo el caballo
tan lucido caballero,
que por levantarse pugna
con inútiles esfuerzos.

martes, 12 de abril de 2016

Miguel de Cervantes y Félix Lope de Vega, en la serie "el Ministerio del Tiempo"


Miguel de Cervantes Saavedra (Príncipe de los Ingenios) versus Félix Lope de Vega y Carpio (Fénix de los Ingenios)

El pasado 29 de febrero, la serie de gran éxito de RTVE “El Ministerio del Tiempo” dedicó su capítulo al enfrentamiento entre Miguel de Cervantes y Félix Lope de Vega, ambos hidalgos, aunque con algunas dudas. Con tal motivo se diseñaron los siguientes carteles.


Sergio Iniesta

Para este cartel decidí descontextualizar el enfrentamiento entre Cervantes y Lope de Vega. Me pregunté a mí mismo cómo percibiría el público de la época dicha rivalidad, y me pareció divertido compararla con la de los clásicos combates de boxeo de nuestra era, todo ello sin olvidar el mundo interno con el que convivían los dos autores, tanto en mente como corazón, y que los hacía ser los personajes peculiares que eran. El resultado, un cartel de lo más vintage.


Mikel Navarro

¿Puede Cervantes dejar escapar la primera gran obra de ficción por un puñado de monedas de oro? El cartel nos sitúa en medio de esa decisión, con la patrulla enfrentándose de nuevo a Walcott para evitar un evento que podría cambiar por completo nuestra historia y, sobretodo, la cultura. Un cartel, pretendidamente teatral, que también deja hueco para el esperado reencuentro entre Amelia y Lope.


A Miguel de Cervantes ya le dediqué una entrada en este blog; la de Lope de Vega la tengo pendiente para una próxima. 

 

Escudo de armas de la Casa de Cervatos, confundido hasta ahora con el de la de CERVANTES.
(Ernesto de Vilches; Cervantes.—Apuntes históricos de este apellido. Madrid, 1905.)


Escudo de la Casa de Cervantes. No se sabe si Miguel de Cervantes usó alguno en particular.
(Del Memorial de Juan de Mena.—Ms. de la Biblioteca Nacional núm.  3.390.)

Escudo de Cervantes en la placa del convento de la Trinitarias de Madrid.

viernes, 8 de abril de 2016

Félix María Samaniego. Escritor famoso por sus fábulas morales


Félix María de Samaniego fue un personaje destacado en las letras del Siglo de las Luces (Ilustración), un escritor famoso, sobre todo, por su “Fábulas morales” y, junto con Tomás de Iriarte, es considerado el mejor de los fabulistas españoles.

Fue músico, ensayista y dramaturgo. Como poeta, fue autor de fábulas y de un manual educativo, obras que se convirtieron en un excelente vehículo para la transmisión de su ideario reformista de la sociedad, la política, la moral y la literatura de su tiempo. Contrasta este afán formativo con la escritura de poesía erótica, como “El Jardín de Venus”, libro que fue prohibido por la Inquisición.

Félix Serafín Sánchez de Samaniego y Zabala nació en Laguardia (Álava), el 12 de octubre de 1745, y falleció en esa misma ciudad en agosto de 1801. Sus padres fueron Félix Ignacio Sánchez de Samaniego y Munibe y Juana María Teresa Zabala y Arteaga. El palacio de los Samaniego, en Laguardia, fue construido en el siglo anterior, aunque su padre lo había mejorado y había añadido el escudo de armas en su fachada. Los Samaniego eran propietarios, asimismo, del señorío de Arraya, y él, heredó de su tío Bernardo de Zabala y Arteaga, los señoríos de Yurreamendi, Idiáquez e Irala.
Casa natal de Félix de Samaniego en Laguardia, dibujo del s. XIX
Perteneciente a una familia noble (hidalga) y rica, oriunda del lugar alavés de Samaniego, contaba entre sus parientes al Conde de Peñaflorida; tras los primeros estudios su familia le envió a cursar derecho a la Universidad de Valladolid, donde permaneció dos años sin llegar a concluir la carrera. En un viaje a Francia se entusiasmó con los enciclopedistas: allí se le contagió la inclinación a la crítica mordaz contra la política y la religión tan grata a los hombres del siglo, y cierto espíritu libertino y escéptico que le indujo a burlarse de los privilegios y a rechazar, incluso, un alto empleo en la corte que le ofreció el conde de Floridablanca.

A su regreso a España contrajo matrimonio con Manuela de Salcedo, hija de una renombrada familia bilbaína, y se estableció primeramente en Vergara, donde fue director del Seminario de Nobles de Vergara y participó en la Sociedad Vascongada de Amigos del País, tendente a la difusión de la cultura en los medios populares, y de la cual llegó a ser presidente. Las fábulas escritas para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario de Nobles son su obra más conocida. En 1781 se publicaron en Valencia -en cuya ciudad estaba por enfermedad de su mujer- los cinco primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano, y en 1784 apareció en Madrid la versión definitiva, titulada Fábulas morales y formada por nueve libros con 157 fábulas.

Las fábulas de Samaniego se inspiran en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y Fedro, y también del francés La Fontaine y del inglés J. Gay; todas ellas tienen una finalidad didáctica. De estilo bastante sencillo y métrica variada, muchas fábulas destacan por su espontaneidad y gracia: La lechera, Las ranas que pedían rey, El parto de los montes, La cigarra y la hormiga, La codorniz, Las moscas, El asno y el cochino, La zorra y el busto o El camello y la pulga.

La publicación de las fábulas de Tomás de Iriarte (que había sido su amigo) un año después que las suyas, con un prólogo en el que afirmaba que eran "las primeras fábulas originales en lengua castellana", irritó a Samaniego y desató una rivalidad entre ambos escritores que duraría toda su vida.

Con la subida de los Borbones al poder se produjo un proceso centralizador que entró en litigio con las instituciones forales del País Vasco. Al complicarse la situación, en 1783, Samaniego fue comisionado por la provincia de Álava para que de una manera directa gestionara los problemas provinciales en la Corte, aunque también tramitó otros asuntos regionales y de la Vascongada. En la capital, su actividad literaria fue intensa; asistió a reuniones y tertulias y gozó de la amistad de nobles y escritores. Participó en las polémicas teatrales de la época defendiendo el teatro neoclásico y la ideología ilustrada. Esta actividad cultural fue más exitosa que los progresos de las gestiones que le habían encargado y tampoco llegó a buen puerto el plan de un Seminario para señoritas, que la Vascongada pretendía establecer en la ciudad de Vitoria. En 1790 el autor, que no había conseguido descendencia de su mujer legítima, tuvo un hijo natural que fue bautizado en el pueblo guipuzcoano de Lizarza con el nombre de Félix María de Paula.

El jardín de Venus
De nuevo en Bilbao, volvió a llevar las riendas de su hacienda, bastante olvidada, y a frecuentar las antiguas amistades. En 1792 decidió llevar una vida más tranquila y se retiró a su villa natal, Laguardia. Dos sucesos rompieron su tranquilidad: por un lado, la invasión francesa del año 1793, que dejó malparadas sus posesiones guipuzcoanas, en especial en Tolosa, cuyo palacio de Yurreamendi quedó desmantelado; por otro, algunas poesías satíricas y licenciosas le valieron el principio de un proceso inquisitorial en 1793. El tribunal de Logroño llegó incluso a decretar la detención del autor, pero Samaniego se libró gracias a la influencia de sus amistades en los altos niveles.





Publicadas en 1784, la Fábulas morales recogen un total de 157 composiciones, distribuidas en nueve libros y precedidas de un prólogo. Fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara, en cuya labor pedagógica colaboraba. Su intención está dentro del carácter didáctico de la literatura neoclásica e ilustrada y respondía a la máxima estética de instruir deleitando. Debieron de influir en la elección del género sus conocimientos de la literatura francesa, en especial de La Fontaine, aunque Samaniego no es un mero traductor, sino que actualiza la materia tradicional desde las fuentes clásicas (Esopo y Fedro), aumenta los datos explicativos y dramatiza las escenas en relación con la función didáctica que pretende.



En el desarrollo de las fábulas, el escritor alavés sigue la estructura convencional, aunque procura plantear claramente la oposición entre los personajes-animales por medio de adjetivos antitéticos, para que de ella se desprenda clara la moraleja. La formulación de la moralidad suele ir al final de la fábula, como consecuencia aleccionadora de lo sucedido en el episodio que la precede. Quizá sea la moraleja, desde el punto de vista de la estructura, el aspecto menos conseguido en Samaniego, por culpa de su excesiva extensión. Se exige que sea concisa y breve, de forma que pueda quedar grabada con facilidad en la mente infantil.