Ruy González de Clavijo fue un embajador del rey de Castilla y León Enrique III, ante la corte del Gran Kan Tamerlán, en Samarcanda, capital del imperio Mongol, con la intención de entablar relaciones diplomáticas y crear una alianza para guerrear contra los turcos otomanos, al que se le atribuye el relato del viaje: Embajada a Tamorlán.
El libro es una de las joyas de la literatura medieval castellana, y es en muchos aspectos comparable al célebre Libro de las Maravillas del italiano Marco Polo escrito casi un siglo antes.
Ruy González de Clavijo nació en Madrid, de familia noble, y fue educado en un ambiente refinado y de elevada cultura que hizo que el joven fuese pronto requerido en la Corte de los Trastamara, como camarero real de Enrique III y después del príncipe heredero Juan, luego Juan II de Castilla.
Fue Enrique III, gran conocedor de la situación política del Mediterráneo en aquellos momentos, quien mandó a Don Ruy que emprendiese viaje en embajada hasta Samarcanda para estrechar lazos de amistad con el caudillo tártaro Timur-i Lang, más conocido como Tamorlán, ante el temor de que la rápida expansión del Imperio Turco hiciera peligrar las fronteras del Reino de Castilla. Tras su decisiva victoria en la batalla de Ankara contra los otomanos en 1402, el poder de Tamorlan abarcaba desde el mar Egeo hasta el río Indo, y se le podía considerar, sin lugar a dudas, el señor de Asia.
Su verdadero nombre era Temur, o Timur, que significaba “el hierro”, aunque sus enemigos le llamaron Temur-i-lang, “el cojo”, pues arrastraba ese achaque provocado por una herida de una flecha en su pierna derecha cuando reñía sus primeros combates. Los occidentales deformaron su nombre hasta convertirlo en el conocido por nosotros como Tamerlán.
La embajada zarpó desde El Puerto de Santa María un 22 de mayo de 1403 y regresó a Madrid el 24 de marzo de 1406, trasladando a Enrique III los saludos del líder tártaro y los valiosos regalos orientales con los que obsequiaba al monarca castellano.
Los tres miembros principales de la misión fueron: Ruy González de Clavijo, camarero real; fray Alonso Páez, maestro de Teología de la orden de los Predicadores; y Gómez de Salazar, guarda real y jefe de la escolta (compuesta por catorce hombres) que custodiaba las ofrendas para Tamerlán, tales como telas de escarlata, objetos de plata y los muy apreciados halcones gerifaltes. Les acompañaba, de vuelta a sus tierras, Alcagi, hombre que había impresionado por su vasta cultura.
La comitiva, que parte desde El Puerto de Santamaría, como se ha comentado, pasa por Cádiz y Málaga hasta llegar a las costas de las islas Baleares. De allí se dirigen al mar Tirreno, navegando por el estrecho de Mesina, donde casi naufragaron a causa de una tormenta. Los peligros del mar no les abandonaron, y cerca estuvieron de perecer en los acantilados de las costas de Morea, ya en la península del Peloponeso. Más de un año después de partir de Cádiz llegarían a la gran urbe de Tabriz, antigua capital de los once kanes mongoles, situada en Persia. Y de allí proseguirían hasta Sultania, donde les recibió de manera amistosa uno de los hijos de Temur llamado Miran Shah, y llegarían a Teherán. En septiembre divisan la capital del imperio más poderoso de Asia, Samarcanda, objetivo de todo el viaje. Habían tardado un año, tres meses y un día en llegar hasta allí.
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Ruta seguida por González de Clavijo |
Samarcanda era una de las maravillas de su tiempo; el color azul, el favorito de los tártaros, aparecía en muchas fachadas de palacetes y casas señoriales. Las mezquitas y sus cúpulas eran grandiosas, y algunos jardines rivalizaban con los de la antigua Mesopotamia.
Al poco de llegar, los embajadores fueron recibidos por el gran Temur, que no les prestó mucha atención, pero al que agradaron mucho los regalos de los castellanos. Temur, a pesar de algún otro intento castellano, no les volvió a conceder audiencia, pues estaba preparando en secreto la inminente campaña contra China, su objetivo final y más deseado. Por ese motivo, todos los embajadores extranjeros recibieron el 17 de noviembre de 1404 un mensaje en el que se les pedía que abandonaran Samarcanda al día siguiente.
Este brusco final a la embajada de Clavijo –los tártaros adujeron mala salud de su señor– sorprendió a todos, e impidió que se consiguiera un tratado o alianza práctica con Temur, algo, por otro lado, casi imposible, por cultura, lejanía y objetivos divergentes de ambos poderes.
En su vuelta hacia Castilla, los embajadores tuvieron un grave problema: la muerte de Temur en marzo de 1405. Eso llevó al desmembramiento de su imperio y a luchas sucesorias entre sus herederos. Al final, y tras muchas dificultades y destinos visitados –entre los que destaca su reunión con el papa Luna, Benedicto XIII, en Savona–, llegaron a Sanlúcar de Barrameda, y desde allí fueron a encontrarse con su rey en Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406, es decir, dos años y diez meses desde su partida.
Más tarde, Ruy González de Clavijo decidió plasmar por escrito todas las experiencias vividas en el largo viaje que le había llevado hasta tierras asiáticas en “Vida y hazañas del Gran Tamorlán”, publicado en 1582 por el erudito sevillano Argote de Molina y que aún hoy es una fuente de información esencial para el conocimiento de ciudades y monumentos artísticos de las ciudades y enclaves que fue visitando hasta llegar a su destino.
Ruy González de Clavijo murió en Madrid el 2 de abril de 1412, y fue enterrado en la Capilla de San Francisco, desaparecida en el siglo XVIII.
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