Los estudios heráldicos, pese a su
renovación y revitalización en las últimas décadas, adolecen aún de varias
carencias y desequilibrios. Uno de estos últimos, señalado por Pastoreau, es el producido entre los
dedicados a la heráldica medieval, que ha sido y sigue siendo la gran mimada, y
los que atienden a la Edad Moderna, menores en número y en calidad.
Hace
unos días tuve la oportunidad de leer la revista digital de la Universidad de Córdoba: Historia y Genealogía y, entre todos sus magníficos artículos, llamó
especialmente mi atención el titulado:
LA HERÁLDICA ESPAÑOLA DE LA EDAD
MODERNA Y SU PERCEPCIÓN EN LA NOVELA PICARESCA (1554-1668) de José Manuel Valle
Porras (Universidad de Córdoba). Publicación: Historia y Genealogía Nº 6 (2016)
| Págs. 251-299;
del cual me permito
extractar parte del texto, muy en relación con la temática de este blog,
recomendado a todos la lectura completa del mismo, para que no pierdan detalle y lo sitúen en su contexto.
Grandes etapas que se pueden distinguir
en la evolución de las armerías
I.
Aparición de los escudos de armas (1135-1225):
A
mediados del siglo XII surgen las armas de los monarcas de León, Aragón y
Navarra. Tras dos décadas de escasa respuesta a esta innovación, hacia
1170-1175 hay un nuevo tipo sigilar que puede considerarse indicativo de que
las armerías son finalmente aceptadas en España, extendiéndose rápidamente a
los estratos sociales que hacen uso del sello para autenticar documentos.
II.
Desarrollo de la heráldica (1225-1330):
En
esta fase se produce una rápida difusión de los escudos de armas. Estos van a
gozar de un gran auge en Castilla, donde se desarrolla su uso ornamental y surgen
interesantes innovaciones, destacando la del cuartelado.
III.
Llegada de la influencia extranjera (1330-1450):
Según
Faustino Menéndez Pidal, el límite final de esta etapa es algo impreciso y, de
hecho, en algunas clasificaciones esta y la siguiente se funden en una sola3.
Son dos hechos los que destacan en el siglo XIV: de un lado, el desarrollo de
una fuerte influencia del área heráldica anglo-francesa; y, del otro, el logro
de la máxima difusión social de las armerías, cuyo momento culminante parece
corresponder a los años 1360-1385. Sin embargo, poco después el uso de las
armerías disminuye con rapidez, al extenderse el hábito de firmar, que
reemplaza al sello.
IV.
Restricción social en el uso de la heráldica (1450-1550):
La
fuerte disminución del empleo del sello –a menudo casi el único soporte de las armerías
de las capas sociales inferiores– desde finales del siglo XIV, junto con una
nueva opinión que ve en los escudos de armas “marcas de honor”, explican la
reacción nobiliaria que quiere convertirlos en privilegio de este grupo social.
V.
Edad Moderna (1550-1830):
La
heráldica de este período se caracteriza por la continuidad de las
transformaciones ocurridas en los siglos XIV y XV, entre las cuales una de las
más importantes es la amplia aceptación de la mencionada asociación entre
escudos de armas y nobleza. Dentro de esta etapa se pueden distinguir dos
fases: los siglos XVI y XVII, que son de “gran arraigo del sistema heráldico”;
y el siglo XVIII, en el que, junto con continuidades, encontramos el despertar
del sentido crítico y hasta rechazo a las armerías.
VI.
Edad Contemporánea (1830-):
Los
tiempos contemporáneos han sido una etapa de creciente debilitamiento de la
tradición heráldica, e incluso de consumación del abandono de los rasgos estilísticos
tradicionales.
Moreno
de Vargas, en sus Discursos de la nobleza de España (1622), dedica un capítulo a
los lugares en los que se solían situar las armerías (blasones). Siguiendo a este conocido
tratadista, podemos establecer las siguientes categorías:
En
primer lugar los espacios de carácter militar: de un lado los “paveses, rodelas
y escudos”, en los que “fue costumbre” –ya entonces hacía tiempo caída en
desuso– representar las armerías; y, del otro, los “estandartes, vexillos, o
banderas”, lugares estos últimos en los que todavía se continuaban pintando.
A
continuación encontramos las “sepulturas, lucillos, capillas y entierros”.
Sepulcro de la reina consorte María de Molina (Valladolid) |
Pero
el espacio privilegiado son “las portadas y entradas de las casas, solares y
palacios”, por la identificación de estos edificios con el propio linaje noble,
hasta el punto de que, según este autor, “no hay cosa que más conserve y
perpetúe las noblezas, que la conservación y memoria de las casas y solares”.
Por
último son mencionadas las armerías en distintos objetos, de los que el autor destaca
los “anillos y sellos”, añadiendo que también “se ponen y han puesto las armas
en otras muchas partes, y al arbitrio bueno de los nobles, como es en los
reposteros”. Otro de los espacios donde, con mayor frecuencia, los españoles de
la época encontraban representaciones heráldicas era el reverso de las monedas; éstas, lógicamente, contenían únicamente las armas de los soberanos.
Pero,
en la España de la Edad Moderna, el espacio de representación heráldico más
importante son las portadas de las viviendas nobiliarias. Esto obedece, en primer
lugar, a la intensa identificación entre las familias nobles y sus “casas
principales”, las cuales presentan “un valor icónico en relación con el origen,
la antigüedad y la calidad nobiliaria” de dichas familias. Dentro de este
contexto, las portadas asumen la función de manifestar públicamente el estatus
y el poder de sus propietarios.
El
exterior de los edificios hace patente ante todo el mundo la identidad y poder
de quien los habita, y representan la sede del linaje. También la portada de
los edificios públicos –iglesias, conventos, ayuntamientos, tribunales, etc.–
se acompaña con el escudo de la autoridad de la que dependen o que los patrocina.
Las armas como instrumento de ascenso
social
Como
Pardo de Guevara y Valdés ha demostrado, el empleo fraudulento de las armerías,
como medio para la propia promoción social, es algo que se ha dado en España desde
la Edad Media. Sin embargo, cabe suponer que en la Edad Moderna este uso se
hace más intenso, pues, desde que los escudos de armas quedan sociológicamente
unidos a la condición noble, y ostentar uno equivale a defender la propia condición
nobiliaria. En cualquier caso, el empleo de las armerías como instrumento de ascenso
fue, sin duda, uno de los usos primordiales que se les dio durante la Edad
Moderna. En la Edad Media se consideraba que cualquiera podía, en el momento
que deseara, empezar a llevar armas, o incluso cambiar unas por otras; pero en
la Edad Moderna se impone la idea de que sólo los nobles pueden usar escudo de armas;
por tanto, lo que antes era visto con normalidad, ahora es considerado por
todos –por el que lo observa, pero también, por el que lo hace– una forma
fraudulenta de equipararse a la nobleza, sin pertenecer realmente a ella.
Junto
al uso de los emblemas del reino –Castillos y Leones– como primera opción, la
segunda para obtener armas y, de hecho, la que parece haberse empleado más en
los siglos XVII y XVIII, ha sido la simple y llana usurpación de armas ajenas,
que se realizaba, las menos veces, entre personas lejanamente emparentadas, y
las más entre otras sin lazos de sangre, y siempre, claro, usurpando las de una
familia de mayor estatus social.
Se
trata de un mecanismo que, con sus variantes geográficas y cronológicas, se
había dado ya desde la Edad Media. Para entender su funcionamiento durante la
Edad Moderna hemos de recordar que se partía de una idea equivocada: la
existencia de armas del apellido. Este concepto –que sigue siendo aceptado hoy
entre los profanos–supone que las armerías iban unidas y se transmitían junto
con el apellido, de forma que a todos los individuos que hubiesen heredado el
mismo les correspondían idénticas armas. Semejante idea, que contradice la
realidad de la heráldica –en la que las armas se vinculan a un linaje,
independientemente de la coincidencia o no de apellidos–, podría haber tenido
su origen en la manipulación (fraude) de algunos reyes de armas al asociar
apellido y linaje.
Los reyes de armas
La
instrumentalización de la heráldica al servicio de la promoción social no puede
entenderse plenamente sin el concurso de los reyes de armas. Estos eran la
escala superior de un cuerpo integrado también por los heraldos y, en su
peldaño inferior, los persevantes. Se trataba de oficios que habían surgido en
la Edad Media, vinculados a la identificación de los estandartes y las armerías
enemigas en los combates y torneos, y al envío de mensajes entre caballeros y
soberanos. Sirvieron a las distintas cortes europeas, aunque en las hispanas aparecieron
con mayor retraso: al parecer en la segunda mitad del siglo XIV.
En
España su número acabó disminuyendo y, desde Felipe II, quedaron reducidos a
cuatro reyes de armas, número que se mantendrá hasta Alfonso XIII, no existiendo
en la actualidad. Vicente de Cadenas fue el último cronista rey de Armas del
Reino de España, dignidad que quedó vacante desde su fallecimiento en el año 2005.
Desde
Felipe II desaparecen en España las categorías de heraldos –o farautes– y persevantes,
si bien se mantendrán en otros reinos y territorios europeos, como es el caso
de Flandes. Pero en España, aunque conserven su carácter de funcionarios reales
y sigan percibiendo unos determinados emolumentos por ello, lo que durante la
Edad Moderna se va a convertir en la clave del papel de los cuatro oficios de
reyes de armas son los ingresos que, desde el siglo XVI, van a percibir de los
particulares a cambio de la expedición de certificaciones de armas, pues entre
sus funciones estaba la de certificar qué armerías correspondían a las distintas
familias e individuos.
Heraldo Imperial Germano |
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