viernes, 10 de noviembre de 2017

José Moñino y Redondo. Supresión de la Compañía de Jesús. Conde Floridablanca


Uno de los personajes más influyentes y, a la vez, más desconocidos, de la historia de España. Distinguido por sus méritos con el título de conde de Floridablanca. Dedicó su vida al Derecho y a la Política, desde los más elevados cargos del Gobierno de la Monarquía hispana durante el reinado de Carlos III.

José Moñino forma parte de “la generación de los políticos de Carlos III”, que ayudaron a modernizar la Monarquía borbónica en diversos ámbitos (social, económico, político), introduciendo un reformismo inspirado en las corrientes generales ilustradas que en esos momentos comenzaban a recorrer Europa.

Su lealtad al rey y su capacidad como jurista fue ampliamente demostrada y admirada, al tiempo que legó auténticos hitos como el famoso censo promovido por él, que fue uno de los primeros realizados en Europa, y el primero español elaborado utilizando técnicas estadísticas modernas.

Retratado por Goya
José (Antonio Nolasco) Moñino y Redondo, nació en Murcia, en octubre de 1727, en el seno de una familia hidalga. Hijo de José Moñino y Gómez (nacido en 1702 y fallecido en 1786, un funcionario de la curia eclesiástica, que en 1735 fue nombrado Notario Mayor de Número y Archivista de la Audiencia) y Francisca Redondo y Bermejo, fue educado por los dominicos en el Seminario de San Fulgencio de Murcia, para después continuar su formación en Orihuela, y ya desde joven, cobró notoriedad por su cultura ilustrada. Estudió leyes en la Universidad de Salamanca donde, en 1748, obtiene el título de abogado y la licencia para ejercer en los Consejos y Tribunales de la Corte, comenzando a trabajar muy pronto en la tierra que le vio nacer.

Sus contactos como abogado con personajes influyentes, como el duque de Alba o Diego de Rojas, le facilitaron la entrada en el Consejo de Castilla como fiscal de lo criminal en 1766; allí establecería una estrecha relación con Campomanes -también fiscal-, consagrándose ambos en la defensa de las prerrogativas de la Corona frente a otros poderes y, en particular contra la Iglesia (regalismo). En aquel mismo año actuó contundentemente contra los instigadores del motín de Esquilache en Cuenca y apoyó la consiguiente expulsión de los jesuitas de España en 1767.

Nombrado embajador en Roma en 1772, le correspondió canalizar las tensas relaciones de Carlos III con el Papado, consiguiendo la supresión de la Compañía de Jesús (1773). El agradecimiento del rey por aquella gestión le valió el título de conde. Fue entonces cuando accedió a la Secretaría de Estado (especie de Ministerio de Asuntos Exteriores), que ocuparía por 15 años (1777-92); posteriormente se ocuparía también de la cartera de Gracia y Justicia (1782-90). También, fue caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III.

Su actuación política estuvo en la línea marcada por otros políticos ilustrados del siglo XVIII (Giulio Alberoni, José Patiño y el marqués de la Ensenada, entre otros), orientada fundamentalmente a potenciar la Marina, fomentar las obras públicas mediante la construcción de nuevos caminos y la mejora de los ya existentes, y modernizar la agricultura. Su pretensión era transformar la sociedad en un conjunto útil y funcional, para lo cual era imprescindible “reconvertir” al grupo dirigente nobiliario en un sector “productivo”, reducir en lo posible las desigualdades fiscales y eliminar los prejuicios que afectaban al honor social y que se referían a su incompatibilidad con el trabajo. Sin embargo, no llegó a aplicar medidas destinadas a lograr una transformación de la sociedad; la modesta reforma fiscal fracasó, y no se alteró el régimen de propiedad ni se limitaron los privilegios de la alta nobleza.

Pronto se vio enfrentado, por otra parte, al «partido aragonés» que encabezaba el conde de Aranda, pues Floridablanca pretendía reequilibrar las instituciones de la Monarquía dando más peso al estilo de gobierno ejecutivo de las Secretarías de Estado y del Despacho, mientras que Aranda defendía el estilo judicialista tradicional que representaban los Consejos. En esa línea creó en 1787 la Junta Suprema de Estado (presidida por él mismo), que respondía a la idea de coordinar las distintas secretarías en una especie de Consejo de Ministros.

Floridablanca orientó la política exterior de Carlos III hacia un fortalecimiento de la posición española frente a Inglaterra, motivo por el que decidió la intervención en apoyo de los revolucionarios norteamericanos en la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1779-83); consiguió éxitos como la recuperación de Menorca (1782) y de Florida (1783), pero también un sonado fracaso en los intentos de recuperar Gibraltar. Potenció la amistad con los príncipes italianos de la Casa de Borbón y con Portugal (esta última alianza proporcionó a España las islas africanas de Annobón y Fernando Poo en 1778).


El Censo de Floridablanca, un documento censal elaborado en España bajo la dirección del conde del mismo nombre, ministro de Carlos III, entre 1785 y 1787; es considerado como el primer censo español de población elaborado siguiendo técnicas estadísticas modernas, aunque existió uno anterior, el Censo de Aranda.

La muerte del rey Carlos III y el acceso al trono de Carlos IV no afectaron a la posición de Floridablanca, quien presidió la reacción conservadora del gobierno español frente a los temores despertados por la Revolución Francesa (1789). El temor a que la influencia de la Revolución alcanzara a España le impulsó a endurecer las medidas represivas: reforzó la frontera pirenaica para evitar la entrada de propaganda revolucionaria, ordenó la censura de libros y de todas las publicaciones periódicas, a excepción de la Gaceta, y mandó perseguir a los principales liberales reformistas (destierro de Jovellanos, caída en desgracia de Campomanes y encarcelamiento de Francisco Cabarrús). Su reacción conservadora le impidió aprovechar una ocasión inmejorable para desarrollar el programa reformista del despotismo ilustrado español.

Retrato del conde de Floridablanca, por Goya
Tras años de intrigas, en 1792, sus adversarios consiguieron que fuera destituido y encerrado en la ciudadela de Pamplona, bajo acusaciones de corrupción y abuso de autoridad. Juzgado y absuelto poco después, se retiró de la vida pública en el convento de San Francisco de Murcia, hasta que, con motivo de la invasión francesa de la Península (1808), fue llamado a presidir la Junta Suprema Central que había de organizar la resistencia, revestido con el título de Alteza Serenísima y honores de infante de España, pero falleció el 30 de diciembre del mismo año. 


A su muerte, al título de Floridablanca, en premio de las virtudes del hombre que le acababa de poseer, concedió la Junta Central grandeza de España perpetua y de primera clase, y en la catedral de Sevilla se erigió á expensas del Estado un sepulcro, en que, al lado de las cenizas del santo Rey, descansan hoy las de D. José Moñino y Redondo.

Floridablanca escribió varias obras de carácter jurídico y político. Entre ellas sobresale la Instrucción reservada para la Junta de Estado, que recoge el conjunto del pensamiento político del conde, verdadero ministro-tipo del despotismo ilustrado español. 

Se trata de uno de los más valiosos documentos para fijar el sentido del movimiento político ilustrado en España; todas las iniciativas de las corrientes dominantes en la época aparecen en este texto, que se ocupa de la defensa de las regalías y de la amortización, de la protección de las sociedades económicas y de las entidades benéficas, e incluso del régimen de pensiones en el extranjero.

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