Fray Lope de Barrientos, dominico, fue
obispo de Segovia (1438-1441), Ávila (1441-1445) y Cuenca (1445-1469). Miembro
del Consejo Real y Canciller Mayor del Reino con Juan II, preceptor de Enrique
IV durante su minoría de edad y responsable de la educación de la infanta
Isabel, la futura Isabel I de Castilla., además de Inquisidor y escritor.
Fundador del convento de la Peña de Francia. Destacó como un defensor
incondicional de la institución monárquica.
Lope
de Barrientos nació en Medina del Campo (Valladolid) en el año 1382, hijo segundo
del caballero Pedro Gutiérrez de Barrientos, que murió en la batalla de
Antequera, estando al servicio del regente de Castilla, el infante Fernando,
que llegaría a ser, en septiembre de 1412, rey de Aragón.
De
su ciudad natal, donde estudió como fraile dominico (O.P.), se traslada, a Salamanca
para realizar los estudios de Artes y Teología, donde conocería a Tomás de
Torquemada, con el que entabló amistad. Regresa por un corto periodo a Medina
y, en 1406, vuelve a Salamanca donde diez años más tarde ejercerá de
catedrático de Teología de Prima. De sus años salmantinos data asimismo la
primera de sus fundaciones: el Santuario de la Peña de Francia, en La Alberca
(Salamanca), y un convento de dominicos.
En
noviembre de 1429 el rey Juan II le
encomienda la educación del príncipe heredero D. Enrique (futuro Enrique IV), un hecho que marcará su devenir, convirtiéndolo
en un hombre de estado y, unos años más tarde, en 1434, es designado confesor
de Juan II. Nombrado canciller por el rey, su actividad diplomática fue muy
intensa, interviniendo como mediador y defendiendo siempre los intereses del
monarca.
Poco
más tarde, en 1438 es nombrado obispo de
Segovia, de Ávila en 1441 y, tras rechazar el arzobispado de Santiago de
Compostela, de Cuenca en 1445. En estos años se ve involucrado en las
luchas intestinas por el poder en Castilla., en las que el intrigante Juan Pacheco, futuro marqués de Villena,
jugó un destacado papel por su influencia sobre el príncipe Enrique. Tras la
batalla de Olmedo (1445) contra los infantes de Aragón, en la que, tras el
triunfo de las tropas castellanas, saldrían reforzados los dos privados de
padre (Juan II) e hijo (Enrique), Álvaro
de Luna y Juan Pacheco respectivamente; fray Lope, decepcionado por esta
nueva situación, abandona la Corte y marcha a Cuenca para dedicarse a su
obispado.
Desaparecido
el Condestable Álvaro de Luna, en 1453, el monarca le confía a Barrientos el
gobierno del reino junto con Gonzalo de Illescas y, a su muerte el año
siguiente, deja en su testamento a ambos como ejecutores del mismo y, así, los
dos consejeros se convierten en tutores de los infantes, los futuros Alfonso
XII e Isabel I.
La
influencia de hombre de estado de fray Lope de Barrientos siguió creciendo, llegando
a convertirse en la primera figura política de su tiempo y ser nombrado Canciller Mayor de Castilla. Además, en
1454, consiguió que el rey Enrique IV convirtiese a su familia en el séptimo
linaje medinense (Durante los siglos XV y XVI, Medina del Campo era una ciudad
de vital importancia para la economía castellana gracias a sus Ferias, y
pertenecer a uno de los siete linajes implicaba participar en el gobierno de la
villa, tanto desde el punto de vista civil como religioso).
Pero
Barrientos fracasó frente a la falta de carácter de Enrique IV, y por más que
le presionó para que castigase a quienes esparcían el rumor de la infidelidad
de la reina con uno de sus hombres de confianza, Beltrán de la Cueva, Enrique IV no reaccionó. Esto colmó la
paciencia del Obispo Barrientos, que decidió abandonar la política y centrarse
en la gestión de su diócesis de Cuenca hasta el día de su muerte, ocurrida el
30 de mayo de 1469, un año después de que Isabel fuera proclamada en Guisando
heredera de los reinos de Castilla y León.
Murió rico, repartiendo sus
cuantiosos bienes entre iglesias conventos y fundaciones vinculados a él;
además de perpetuar su linaje fundando tres mayorazgos, para su hijo bastardo Pedro
del Águila, que fue reconocido a su muerte y tomó desde entonces el apellido
Barrientos, a quien casó con María de Mendoza, emparentada con Enrique IV, y
dos de sus sobrinos.
Pese
a su azarosa vida política, tuvo aún tiempo para fundar diversas casas
conventuales –el Hospital de San
Sebastián de Cuenca y el de Nuestra Señora de la Piedad de Medina del Campo,
donde, por un tiempo, reposaron sus restos– y escribir numerosos libros.
También
escribió tratados sobre materias
próximas a la filosofía natural, como De caso y fortuna, De los sueños y De
las adivinanzas, así como Contra algunos cizañadores de la nación convertidos
del pueblo de Israel, polémica contra los conversos. La crítica ha destacado el
detallismo y documentación de su narración histórica, por contraste con la
Crónica del Halconero.
Y,
como Inquisidor, a pesar de su
loable defensa de los conversos, Barrientos y, en general, los dominicos, eran
partidarios de prohibir el judaísmo en Castilla. Su idea era que los judíos
debían convertirse o emigrar, y eso defendieron hasta que Fray Tomás de
Torquemada convenció a Isabel la Católica en 1492 para que los expulsase.
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