miércoles, 27 de septiembre de 2023

Lope de Barrientos. Político e Inquisidor. Confesor real de Juan II de Castilla



Fray Lope de Barrientos, dominico, fue obispo de Segovia (1438-1441), Ávila (1441-1445) y Cuenca (1445-1469). Miembro del Consejo Real y Canciller Mayor del Reino con Juan II, preceptor de Enrique IV durante su minoría de edad y responsable de la educación de la infanta Isabel, la futura Isabel I de Castilla., además de Inquisidor y escritor. Fundador del convento de la Peña de Francia. Destacó como un defensor incondicional de la institución monárquica.

Lope de Barrientos nació en Medina del Campo (Valladolid) en el año 1382, hijo segundo del caballero Pedro Gutiérrez de Barrientos, que murió en la batalla de Antequera, estando al servicio del regente de Castilla, el infante Fernando, que llegaría a ser, en septiembre de 1412, rey de Aragón.

De su ciudad natal, donde estudió como fraile dominico (O.P.), se traslada, a Salamanca para realizar los estudios de Artes y Teología, donde conocería a Tomás de Torquemada, con el que entabló amistad. Regresa por un corto periodo a Medina y, en 1406, vuelve a Salamanca donde diez años más tarde ejercerá de catedrático de Teología de Prima. De sus años salmantinos data asimismo la primera de sus fundaciones: el Santuario de la Peña de Francia, en La Alberca (Salamanca), y un convento de dominicos.

En noviembre de 1429 el rey Juan II le encomienda la educación del príncipe heredero D. Enrique (futuro Enrique IV), un hecho que marcará su devenir, convirtiéndolo en un hombre de estado y, unos años más tarde, en 1434, es designado confesor de Juan II. Nombrado canciller por el rey, su actividad diplomática fue muy intensa, interviniendo como mediador y defendiendo siempre los intereses del monarca.

Poco más tarde, en 1438 es nombrado obispo de Segovia, de Ávila en 1441 y, tras rechazar el arzobispado de Santiago de Compostela, de Cuenca en 1445. En estos años se ve involucrado en las luchas intestinas por el poder en Castilla., en las que el intrigante Juan Pacheco, futuro marqués de Villena, jugó un destacado papel por su influencia sobre el príncipe Enrique. Tras la batalla de Olmedo (1445) contra los infantes de Aragón, en la que, tras el triunfo de las tropas castellanas, saldrían reforzados los dos privados de padre (Juan II) e hijo (Enrique), Álvaro de Luna y Juan Pacheco respectivamente; fray Lope, decepcionado por esta nueva situación, abandona la Corte y marcha a Cuenca para dedicarse a su obispado.

Desaparecido el Condestable Álvaro de Luna, en 1453, el monarca le confía a Barrientos el gobierno del reino junto con Gonzalo de Illescas y, a su muerte el año siguiente, deja en su testamento a ambos como ejecutores del mismo y, así, los dos consejeros se convierten en tutores de los infantes, los futuros Alfonso XII e Isabel I.

La influencia de hombre de estado de fray Lope de Barrientos siguió creciendo, llegando a convertirse en la primera figura política de su tiempo y ser nombrado Canciller Mayor de Castilla. Además, en 1454, consiguió que el rey Enrique IV convirtiese a su familia en el séptimo linaje medinense (Durante los siglos XV y XVI, Medina del Campo era una ciudad de vital importancia para la economía castellana gracias a sus Ferias, y pertenecer a uno de los siete linajes implicaba participar en el gobierno de la villa, tanto desde el punto de vista civil como religioso).

Pero Barrientos fracasó frente a la falta de carácter de Enrique IV, y por más que le presionó para que castigase a quienes esparcían el rumor de la infidelidad de la reina con uno de sus hombres de confianza, Beltrán de la Cueva, Enrique IV no reaccionó. Esto colmó la paciencia del Obispo Barrientos, que decidió abandonar la política y centrarse en la gestión de su diócesis de Cuenca hasta el día de su muerte, ocurrida el 30 de mayo de 1469, un año después de que Isabel fuera proclamada en Guisando heredera de los reinos de Castilla y León. 

Murió rico, repartiendo sus cuantiosos bienes entre iglesias conventos y fundaciones vinculados a él; además de perpetuar su linaje fundando tres mayorazgos, para su hijo bastardo Pedro del Águila, que fue reconocido a su muerte y tomó desde entonces el apellido Barrientos, a quien casó con María de Mendoza, emparentada con Enrique IV, y dos de sus sobrinos.

Pese a su azarosa vida política, tuvo aún tiempo para fundar diversas casas conventuales el Hospital de San Sebastián de Cuenca y el de Nuestra Señora de la Piedad de Medina del Campo, donde, por un tiempo, reposaron sus restos y escribir numerosos libros.

También escribió tratados sobre materias próximas a la filosofía natural, como De caso y fortuna, De los sueños y De las adivinanzas, así como Contra algunos cizañadores de la nación convertidos del pueblo de Israel, polémica contra los conversos. La crítica ha destacado el detallismo y documentación de su narración histórica, por contraste con la Crónica del Halconero.

Y, como Inquisidor, a pesar de su loable defensa de los conversos, Barrientos y, en general, los dominicos, eran partidarios de prohibir el judaísmo en Castilla. Su idea era que los judíos debían convertirse o emigrar, y eso defendieron hasta que Fray Tomás de Torquemada convenció a Isabel la Católica en 1492 para que los expulsase.

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