martes, 26 de agosto de 2025

Evolución de la nobleza en España desde las Cortes de Cádiz

 

A lo largo del siglo XIX y XX, la aristocracia buscó adaptarse, manteniendo su influencia social y, en ciertos periodos, su proximidad al poder político. Sin embargo, en el marco constitucional actual, la nobleza es ante todo un símbolo histórico y cultural, que conserva un prestigio honorífico, pero ha dejado de ser una institución con poder real en la vida política y económica de España.

La historia contemporánea de España no puede entenderse sin analizar el papel de la nobleza, una institución secular que, aunque profundamente transformada, ha mantenido una notable presencia desde la Edad Media hasta nuestros días. La aprobación de la Constitución de 1812 por las Cortes de Cádiz supuso un punto de inflexión: por primera vez se cuestionaban de manera directa los privilegios tradicionales de la aristocracia, en un contexto de crisis del Antiguo Régimen y de emergencia de las ideas liberales. Desde entonces, la nobleza española, tanto la titulada como la que no (hidalguía), ha atravesado un complejo proceso de adaptación, pasando de ser un grupo privilegiado con funciones políticas y jurisdiccionales a convertirse, en buena medida, en una élite social y simbólica de carácter honorífico.


Hay una cuestión en la que nunca se insiste bastante: los títulos se conceden para ser utilizados públicamente. Si alguien sucede o rehabilita un título nobiliario, y mucho más si lo obtiene para sí directamente del Rey, debería ostentarlo con legítimo orgullo, procurando ser digno de tan alta merced, honrando a sus antepasados, con total fidelidad a la Corona, sin ocultarlo con absurdo recato. 

La nobleza en el Antiguo Régimen

Hasta comienzos del siglo XIX, la nobleza en España había constituido uno de los tres pilares fundamentales del orden estamental, junto con el clero y el pueblo llano. Gozaba de amplios privilegios, como la exención del pago de impuestos, la posesión de mayorazgos —bienes vinculados e inalienables— y la jurisdicción sobre territorios en régimen señorial. Su poder económico se sustentaba en la gran propiedad agraria, mientras que su influencia política se manifestaba en la cercanía a la monarquía y la ocupación de cargos en la administración, el ejército y la Iglesia.

Sin embargo, ya en el siglo XVIII, bajo los Borbones, se habían producido intentos de limitar su peso político y reforzar el poder central. La Guerra de la Independencia (1808–1814) aceleró el proceso, pues la nobleza se dividió entre afrancesados y patriotas, y el nuevo marco liberal empezaba a socavar los fundamentos del orden estamental.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

La Constitución de 1812 marcó un antes y un después en la historia de la nobleza española. Aunque no eliminó los títulos nobiliarios, sí consagró principios contrarios a los privilegios tradicionales: la igualdad jurídica de los ciudadanos, la abolición de los señoríos jurisdiccionales y el cuestionamiento de los mayorazgos. Con ello, la nobleza perdió gran parte de su poder político y económico directo.

Los señoríos pasaron a integrarse en la administración del Estado, lo que supuso el fin de una de las bases históricas de la aristocracia. Si bien muchos nobles conservaron sus tierras y consiguieron transformarlas en propiedades privadas, la desaparición de los vínculos señoriales mermó de manera significativa su capacidad de control sobre la población campesina.

Promulgación de la Constitución de 1812-Cádiz. Salvador Viniegra

La nobleza en el Estado liberal del siglo XIX

Durante el siglo XIX, la nobleza se vio obligada a adaptarse a la nueva realidad liberal. Aunque continuaba siendo un grupo social influyente, su papel cambió. Muchos aristócratas se integraron en la vida política como miembros destacados de los partidos moderados y conservadores, aportando estabilidad y apoyo a la monarquía. La Corona, consciente de la importancia simbólica de mantener a la aristocracia, siguió concediendo títulos nobiliarios, en ocasiones a políticos, militares y financieros que habían demostrado fidelidad al régimen.

En el plano económico, la nobleza intentó reconvertirse. Mientras algunas familias lograron mantener su posición mediante la modernización de sus explotaciones agrarias o la inversión en sectores emergentes como el ferrocarril o la banca, otras fueron perdiendo relevancia a causa de las desamortizaciones y de la fragmentación de sus patrimonios. Este proceso acentuó la división entre una aristocracia de gran fortuna y prestigio y una nobleza empobrecida, que conservaba el título, pero carecía de recursos materiales.

La nobleza en la Restauración y la primera mitad del siglo XX

Durante la Restauración borbónica (1874–1931), la nobleza recuperó cierta visibilidad pública. Muchos aristócratas ocuparon cargos en el Senado, la diplomacia o la alta administración, y continuaron siendo figuras clave en la vida social y cultural. Madrid y otras ciudades españolas se convirtieron en escenarios de sociabilidad aristocrática, con palacios, tertulias y actividades benéficas organizadas por familias nobles.

Sin embargo, los cambios políticos del siglo XX debilitaron su posición. La proclamación de la Segunda República (1931) trajo consigo la abolición oficial de los títulos nobiliarios y la prohibición de su uso en documentos públicos. Esta medida, aunque de carácter simbólico, reflejaba el rechazo de una parte de la sociedad hacia la nobleza como vestigio del Antiguo Régimen.

La Guerra Civil y la posterior dictadura franquista modificaron nuevamente el panorama. Francisco Franco restituyó los títulos nobiliarios y concedió otros nuevos a militares y colaboradores del régimen, utilizando la nobleza como instrumento de legitimación y recompensa. Así, se produjo una cierta “democratización” del acceso a la nobleza, aunque en un sentido político y no social, pues seguía siendo una distinción reservada a las élites fieles al poder.

La nobleza en la España democrática

Con la llegada de la democracia tras la muerte de Franco en 1975, la nobleza perdió toda función política y jurídica. La Constitución de 1978 reconoce los títulos nobiliarios, pero únicamente como meras distinciones honoríficas, sin privilegios legales. La monarquía parlamentaria, encarnada en la figura de Juan Carlos I y posteriormente Felipe VI, ha mantenido la práctica de rehabilitar o conceder títulos como una tradición vinculada al reconocimiento de méritos.

Títulos Nobiliarios y Grandezas

​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​La Constitución Española de 1978 atribuye al Rey el "conceder honores y distinciones con arreglo a las leyes" (art. 62 f).

Las Grandezas y Mercedes nobiliarias nacen por concesión soberana del Rey; posteriormente se van transmitiendo siempre por adquisición legal. Como derechos honoríficos que son, están fuera del comercio de los hombres y no pueden ser objeto de transacción mercantil alguna. En algunos casos revierten a la Corona cuando, vacante el Título, no se ejercitan durante un cierto tiempo las acciones encaminadas a su adquisición o transmisión.

La facultad de otorgamiento o concesión se ejerce por el Rey y se materializa a través de una Real Carta. Dicho otorgamiento surte efectos frente a terceros una vez que se publica en el Boletín Oficial del Estado el correspondiente Real Decreto de concesión.

El rey Felipe VI preside la asamblea de la Diputación Permanente y Consejo de la Grandeza 
de España y Títulos del Reino en el Palacio Real de El Pardo. A. Pérez Meca / 2024

Felipe VI pide ejemplaridad a los nobles: "El privilegio es compromiso y servicio a la sociedad"

En la actualidad, la nobleza en España se encuentra plenamente integrada en una sociedad democrática e igualitaria. Sus miembros suelen destacar en ámbitos como la cultura, la filantropía o la gestión de sus patrimonios históricos. Muchos palacios y bienes nobiliarios han pasado a formar parte del patrimonio cultural, abiertos al público o gestionados por fundaciones. No obstante, la nobleza sigue conservando un valor simbólico y social. Para determinados círculos, ostentar un título continúa siendo un signo de distinción y prestigio, aunque sin implicar superioridad legal alguna. En este sentido, puede afirmarse que la nobleza ha transitado de ser un estamento con funciones políticas a convertirse en una élite honorífica y cultural.

La trayectoria de la nobleza española ilustra, en definitiva, el tránsito de un orden social estamental hacia una sociedad de ciudadanos iguales en derechos, donde la tradición aristocrática subsiste como vestigio de un pasado que sigue despertando interés, pero sin capacidad de condicionar el futuro. 

jueves, 21 de agosto de 2025

Rosario Huidobro. Una concertista de primer orden

 

Concertista y profesora madrileña de guitarra clásica.

Rosario Fernández-Huidobro Pineda (conocida artísticamente como Rosario Huidobro), nacida en Madrid en 1914 y fallecida en Toledo en 1999, comenzó sus estudios de guitarra a los ocho años con Daniel Fortea y después tuvo contacto con Andrés Segovia. Más tarde, fue admitida en el Conservatorio de Madrid para estudiar con Regino Sainz de la Maza. Su padre, Juan Fernández-Huidobro, ingeniero agrónomo y buen aficionado a la guitarra le dio las primeras lecciones. Terminó sus estudios de guitarra el curso 1939-40 y, desde entonces hasta el curso 1944-45, trabajó en ese mismo centro como asistente de la cátedra de su maestro.


Durante los años 1940 ya aparece en la prensa musical: por ejemplo, hay constancia de un recital en 1943 reseñado en el diario Pueblo, dentro de la programación de la Agrupación Nacional de Música de Cámara.

Además de su actividad concertística, Huidobro dejó un valioso fondo bibliográfico-musical: el llamado Legado/Fondo Huidobro, hoy en la Biblioteca del Conservatorio Profesional de Música “Jacinto Guerrero” de Toledo, que incluye, entre otras piezas, parte de la biblioteca personal de Dionisio Aguado, así como ediciones de los siglos XIX y XX.

Contrajo matrimonio en 1944 con José María Romero Escacena (1901–1978), dibujante y caricaturista de ABC y veterinario de la Plaza de Toros de Las Ventas; en la boda actuaron como padrino Fernando Luca de Tena y como testigo Regino Sainz de la Maza.

El gaditano José María Romero Escacena, a través de su amigo el guitarrista Andrés Segovia conoció a su futura esposa, la guitarrista madrileña Rosario Fernández-Huidobro, con quien contraería matrimonio en 1944 en la iglesia de los Jerónimos de Madrid; fue padrino de la boda Fernando Luca de Tena y testigo Regino Sáinz de la Maza. Rosario, concertista internacional de guitarra, estaba relacionada con el mundo de la pintura por su matrimonio con el sanluqueño, un excelente dibujante y caricaturista colaborador de ABC.

Su última actividad musical fue docente, ocupando un puesto como profesora en el Conservatorio de Toledo -a donde se había trasladado tras su matrimonio y enviudar el 3 de enero de 1978- desde 1980 hasta su jubilación en 1993. Su colección es una fuente de primera mano para el repertorio guitarrístico, citada en obras académicas internacionales sobre la guitarra en la Europa del XIX.


El Conservatorio Profesional de Música Jacinto Guerrero, a lo largo de su trayectoria, ha visto incrementado su patrimonio bibliográfico y documental con importantes donaciones de colecciones privadas, entre las que cabe citar la colección de Rosario Fernández-Huidobro, con 200 partituras musicales fechadas entre 1812 y 1900.

Su figura ha recibido atención musicológica: la revista Roseta (n.º 12, 2018) incluyó un estudio biográfico “Rosario Huidobro. Una concertista de primer orden”, de Ignacio Ramos Rodillo.

Su hermano Rafael (Albacete 1908/1994), Doctor Arquitecto, Ingeniero Geógrafo (parece que trabaja también en el Instituto Geográfico) y Licenciado en Ciencias Exactas, Profesor encargado de Matemáticas y Dibujo para químicos en la Facultad de Ciencias, Arquitecto conservador de la Universidad Central durante 20 años. Nombrado director de la ETSAM el 1 de julio de 1967.

Su hermana Ángeles (nacida en 1909 y fallecida en 1987), fue madre del Secretario de Estado del Ministerio de Interior Rafael Vera Fernández-Huidobro, nacido en 1945.