viernes, 31 de marzo de 2017

XVII Jornadas de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria de Galicia

Celebración de las XVII Jornadas de Genealoxía, Heráldica y Nobiliaria de Galicia

Organiza: Servicio de Patrimonio Documental y Bibliográfico de la Diputación de Pontevedra
Colabora: Asociación de Genealogía Heráldica y Nobiliaria de Galicia


Lugar: Escola de Canteiros de Pontevedra. Illa do Santo, 2, Poio - 
Inscrición: galiciagen@gmail.com – 649.620.324
 

AGENDA
Mércores 5 de abril
-17:00 h. Inauguración das XVII Xornadas de Xenealoxía e Heráldica por parte da presidenta da Deputación de Pontevedra e do presidente da Asociación de Xenealoxía, Heráldica e Nobiliaria de Galicia.
-17:30 h. Relator: Carlos Acuña Rubio. Conferencia: Linaxes galaico-lusas nos pazos de fronteira.
-18:30 h. Relator: Argentina Otero Santiago. Conferencia: Sabemos, podemos e debemos os guías interpretar a heráldica nas visitas guiadas?

Xoves 6 de abril
-17:00 h. Relator: César Novoa Alcaraz. Conferencia: Marco xurídico das labras heráldicas centenarias. Graos de protección e procedementos.
-18:30 h. Relator: Luis Valero de Bernabé y Martín de Eugenio. Conferencia: Trazabilidade das vidas dos nosos devanceiros mediante os testemuños notariais e eclesiásticos.

Luís Valero de Bernabé, Isabel Leyes, Josefina Acuña y Carlos Acuña

Venres 7 de abril
-17:00 h. Presentación do Boletín n.º 12 e 13 de “Estudios de Genealogía Heráldica y Nobiliaria de Galicia” e homenaxe a Eduardo Viscasillas Rodríguez-Toubes.
-18:00 h. Relator: Xosé Carlos Fernández Díaz. Conferencia: Escudos non legalizados, ou ilegais, dos concellos da planta territorial de Galicia.
-19:00 h. Clausura das xornadas e entrega de diplomas.

Sábado 8 de abril[1]
-Visita[2] ao pazo de Oca (A Estrada, Pontevedra).
-17:30 h. Conferencia no Salón das Tullas sobre as labras heráldicas do pazo de Oca. Relator: José Florencio Rodríguez Montero-Valladares.
-18:30 h.Visita guiada heráldica polo pazo e os seus xardíns.



[1] Para o desenvolvemento das actividades do sábado 8 de abril contarase coa colaboración da Casa Ducal de Medinaceli, propietaria do pazo, e coa Concellería de Cultura do Concello da Estrada.
[2] Pazo de Oca: salvo notificación de última hora, o traslado ao pazo de Oca realizarase en turismos particulares; o bien en el autobús, gratuito, con salida y regreso en Pontevedra.


ASOCIACIÓN DE GENEALOGÍA HERÁLDICA Y NOBILIARIA DE GALICIA

Presidente: D. Carlos Acuña Rubio
Fines de la Asociación.- Sin carácter lucrativo.

1º - Fomentar la investigación histórica, presente y futura, de las Ciencias de la Heráldica, la Genealogía y la Nobiliaria en el ámbito local, nacional e internacional:
a) Desarrollando actividades de investigación (estudio de labras heráldicas, catalogación del patrimonio heráldico, genealógico y nobiliario, público y privado).
b) Fomentando estas actividades culturales (cursillos, exposiciones, conferencias, coloquios, charlas informales, etc.) en Colegios, Universidades, Ayuntamientos, Diputaciones, Museos, Asociaciones Culturales, etc.
c) Formando una biblioteca, un archivo y una gran base de datos central, en la que se vayan organizando y ordenando todos los estudios e investigaciones propios, y los entregados por entidades o personas jurídicas, físicas, organismos públicos, asociaciones paralelas, etc.

2° - Desarrollar Directivas y Áreas de influencia que acoten, en lo posible, una Normativa Heráldica, Genealógica y Nobiliaria, respetada por todos:
a) Divulgando la legislación nobiliaria actual.
b) Divulgando las directrices, normativa y leyes heráldicas que actualmente siguen los principales organismos españoles especialistas en estos temas.
c) Sirviendo de guía a los organismos públicos y privados a la hora de actualizar emblemas heráldicos en vigor, así como consejeros de aquellos que deseen crear nuevos emblemas y armas heráldicas.
d) Fomentando publicaciones en Internet, prensa, radio y televisión.

3° - Expedir todo tipo de documentación “homologada” por la Autoridad competente, de carácter heráldico, nobiliario y genealógico, por lo que se hará preciso tener la autorización pertinente para la expedición de cada tipo de documento.
a) Certificados heráldicos para organismos públicos y personas jurídicas o individuales (Ayuntamientos, Diputaciones, Comunidades Autónomas, Personas Jurídicas, Personas Físicas, etc.).
b) Certificados de Hidalguía.
c) Certificados de mejor derecho a la sucesión de un título nobiliario.
d) Certificados de autenticidad de expedientes genealógicos privados.
e) Todo certificado que esté en relación con la Genealogía, la Heráldica y la Nobiliaria.
f) Certificados Académicos con validez ante el Ministerio de Educación y Ciencia o Institución equivalente.

4° - Exposición del patrimonio genealógico, heráldico y nobiliario administrado temporal o permanentemente por la Asociación, en locales propios, públicos o privados.

5° - Adquisición de concesiones administrativas para el desarrollo de actividades relativas a la Heráldica, Genealogía y Nobiliaria, sin carácter lucrativo.

6° - Administración independiente de sus recursos y patrimonio:
a) La Asociación es autónoma e independiente y en ningún caso los organismos públicos o privados podrán inmiscuirse ni controlar la dirección administrativa de la Asociación.
b) Los socios, elegidos por los distintos organismos públicos o privados, que forman parte de la Junta Directiva, representan desde este cargo a esta Asociación y nunca a la institución u organismo que les ha elegido.
c) En el ámbito de la Dirección de la Asociación, los Socios son siempre socios: nunca podrán representar en Junta General, Junta Directiva o Comisión de Gobierno directamente a otro organismo o institución.

7° - Ubicar la Sede Central de la Asociación, en lugar independiente de cualquier organismo público o privado:
a) El Domicilio Social deberá tener todas las instalaciones necesarias para el correcto funcionamiento de la Asociación.
b) El Domicilio Social podrá ubicarse en las dependencias de otro organismo público siempre y cuando se garantice su emplazamiento y calidad de instalaciones durante un tiempo no inferior a un año, y siempre que la Asociación carezca de fondos suficientes como para ubicarse en un lugar independiente y apto para la labor encomendada.

8° - Como fin u objetivo secundario, y siempre que facilite la consecución de los fines anteriores, la Asociación creará todas aquellas Subasociaciones que estime convenientes, quedando éstas bajo la dirección de la Comisión de Gobierno de la Asociación.

martes, 28 de marzo de 2017

Álvaro de Luna. Condestable de Castilla


Aristócrata castellano de raíces aragonesas, fue una de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia peninsular del siglo XV. Político hábil y tenaz, además de buen poeta y elegante prosista. Condestable de Castilla, maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla.


Álvaro de Luna, nacido hacia 1390, en Cañete (Cuenca) fue hijo ilegítimo del noble aragonés Álvaro Martínez de Luna, señor de los territorios de Cañete, Jubera y Cornado y copero mayor de Enrique III, y de María Fernández Jaraba, conocida como La Cañeta o Juana de Uranzadi. La familia Luna siempre tuvo buenas relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera, hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes políticos de dicho reino; antes de ello, había sido objeto de una notable educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna (arzobispo de Toledo), su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII.

El joven Álvaro, a la edad de unos diez años, entró a formar parte del séquito del monarca castellano Juan II como paje y compañero de juegos. Tras servir en la corte en asuntos de poca importancia, contrajo matrimonio en 1419 con su primera mujer, doña Elvira de Portocarrero; un año más tarde hizo su primera gran acción en el denominado Atraco de Tordesillas. La influencia de los hijos de Fernando de Antequera en la política castellana propició que uno de ellos, el infante don Enrique, efectuase un ataque por sorpresa a la Guardia Real establecida en Tordesillas y tomase prisionero a Juan II. Álvaro de Luna, con la ayuda de la familia de su esposa y de las tropas de la Hermandad concejil de Toledo, consiguió huir con el rey de su prisión en la ciudad toledana de Talavera de la Reina para hacerse fuerte en el inexpugnable castillo de Montalbán. A raíz de ello fue nombrado conde de San Esteban de Gormaz y recibió, por los excelentes servicios prestados a la corona, entre otros bienes, los señoríos de Gormaz y Ayllón. El poder de Álvaro de Luna se vio nuevamente favorecido en 1423, año en el que fue nombrado Condestable de Castilla en sustitución del defenestrado Ruy López Dávalos, antecesor suyo en el cargo acusado de aragonesista. Desde la condestablía de Castilla, Álvaro de Luna no dejó de aumentar su poder y de sostener la política del reino a modo de valido con la anuencia de Juan II, monarca que prefería la literatura y las artes a las complejas relaciones entre la nobleza y la monarquía.


Álvaro de Luna se decantó siempre como el más firme defensor de la monarquía, en contra de una nobleza dominada por las intrigas palaciegas y las conspiraciones, conjuras que amenazaban con destrozar la unión del reino merced a la conjura de los infantes de Aragón. Dicha labor tuvo momentos de gran éxito y otros de rotundo fracaso, como las dos veces en las que fue desterrado por la unión de la nobleza en su contra (1427-1428 y 1439-1441). En su puesto de Condestable, instigó a las tropas castellanas a continuar con la labor de Reconquista del territorio islámico en la célebre campaña de Granada (1430-1431), consiguiendo la victoria en la batalla de Higueruela (1431) y mantener entretenidos a los aristócratas castellanos mientras sus leales se hacía con la maquinaria del poder.

Pese a todo, la política autoritaria de Álvaro de Luna siempre tuvo enemigos, no sólo los infantes de Aragón, sino también varios destacados personajes de la aristocracia castellana, como el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, el linaje Pimentel (hasta su matrimonio en segundas nupcias con doña Juana de Pimentel, hija del conde de Benavente, en 1431), los Stúñiga, don Íñigo López de Mendoza (marqués de Santillana) y quizá los dos personajes que precipitaron su triste final: el Príncipe de Asturias, futuro Enrique IV de Castilla, y su valido, don Juan Pacheco, el todopoderoso marqués de Villena. Por contra, Álvaro de Luna contó siempre con el apoyo de familias segundonas que, gracias a su mecenazgo interesado, consiguieron levantar sus linajes por encima de donde realmente les correspondía. Entre los partidarios del condestable se pueden citar a los Carrillo, a los Álvarez de Toledo y a los Guzmán, además del importantísimo apoyo que para su política le prestaban las minorías de judíos conversos, encabezadas por el burgalés Alvar García de Santamaría.

Unas y otras facciones acabaron por encontrarse en el campo de batalla situado en la castellana villa de Olmedo. El choque, escasamente sangriento, sí tuvo una honda consecuencia política, principalmente porque Alfonso V de Aragón abandonó a su suerte a sus hermanos, y porque una de las escasas muertes que se produjeron fue la del infante don Enrique, por lo que Álvaro de Luna también fue investido (al menos de facto) como Gran Maestre de Santiago, incrementando con el poder económico de dicha orden sus innumerables señoríos, repartidos por las actuales provincias de Madrid, Toledo, Ávila, Cáceres y Segovia.

Sin embargo, su gloria decayó en apenas ocho años. Tradicionalmente, la caída del poderoso valido se ha explicado por una mera decisión personal de Juan II, cansado de las constantes quejas de la nobleza acerca de la política de su gobernador; incluso se ha especulado con el hecho de que la segunda mujer del monarca castellano, la princesa Isabel de Portugal (madre de la futura Isabel la Católica) fuese la instigadora de la prisión del condestable, pero parece ser que las verdaderas razones fueron la política monetaria del condestable que había provocado su rechazo por la burguesía urbana, que apreciaba claramente que las devaluaciones monetarias estaban hechas con el único y exclusivo motivo de enriquecer al valido y de perjudicar al comercio castellano. Por otra parte, el acaparamiento del poder en sus manos le había hecho perder el apoyo de varios de sus más firmes partidarios, sin olvidar que el constante clima de guerra civil encubierta en Castilla durante todo el siglo XV hacía necesaria una solución.

Todos estos argumentos fueron hábilmente mezclados y utilizados por la nobleza castellana, que merced a la constitución de la denominada Gran Liga Nobiliaria (Coruña del Conde, 1449), se presentó como paladín de un reino oprimido por el condestable aunque, naturalmente, ello fuese sólo media verdad de la situación real. Con todo, Álvaro de Luna fue hecho prisionero por Álvaro de Estúñiga en Burgos y, tras un proceso carente de toda garantía judicial, fue llevado al cadalso situado en la plaza pública de Valladolid el día 2 de junio de 1453, poniendo fin a uno de los mayores poderes nobiliarios de la Edad Media castellana. 

Sepulcro de Don Álvaro y su esposa Juana, en la Catedral de Toledo
 Don Álvaro está velado por cuatro caballeros santiaguistas
y Doña Juana por cuatro frailes franciscanos

Solo algunos años después, muertos todos los instigadores, su figura fue rehabilitada, trasladándose sus restos a la catedral de Toledo, donde hoy todavía reposan.

domingo, 26 de marzo de 2017

Miguel Pardo Bazán. Militar y político. El condado pontificio de Pardo Bazán

Miguel Pardo Bazán de Mendoza y Castro, abuelo paterno de Doña Emilia Pardo Bazán, nació en Cambados (Pontevedra) el 5 de julio de 1784. Procedía de dos familias hidalgas: la de los Pardo, que tenían su casa principal en Meirás (Sada, A Coruña) y la de los Bazán, de Cambados.

Sus padres, don Juan José Pardo de Lama y doña Luisa Bazán Ojea de Mendoza, habían tenido problemas para contraer matrimonio. El padre de don Juan José, don Pedro Pardo de Lama, una vez que la pareja había celebrado los esponsales, se opuso al casamiento por entender que los Bazán eran de inferior extracción social (había ciertos rumores acerca de su ascendencia judía), pero un Real Auto de 1787 reconoció que los Bazán eran “ilustres, nobles, y dignos”, obligando a don Pedro a que consintiera el matrimonio e imponiéndole una multa de 2.000 escudos. Esto es lo que explica que don Miguel Pardo Bazán naciera en el pazo de Santa Maríña Dozo (en Cambados) el 5 de agosto de 1784 y que el matrimonio de sus padres no se celebrase hasta el 11 de enero de 1788.

Escudo de la condesa de Pardo Bazán (por CAR)

Don Miguel estudió Leyes y Cánones en la Universidad de Santiago y en el año 1806, acreditada su limpieza de sangre y su origen hidalgo, ingresó en el selecto Colegio de Fonseca de Santiago.

La Guerra de Independencia interrumpió sus estudios y le animó a enrolarse en el Batallón de Literarios de Santiago, iniciando una carrera militar de corto recorrido: en 1809, era teniente; en 1817 capitán y el 14 de febrero de 1818 se retiró del ejército con el grado de teniente coronel y el derecho al uso del uniforme, gozando por ello del fuero militar.

Dedicado a la administración de sus bienes, en el Trienio Constitucional (1820-1823) se puso de manifiesto su compromiso con el liberalismo, en la línea de su suegro don Gonzalo Mosquera. Por ello formó parte de la Sociedad Patriótica de A Coruña, la primera constituida en España en 1820. Fue miembro destacado de la Diputación de Galicia (cuando había una Diputación única para todo el territorio gallego) y al dividirse esta en cuatro provincias, fue nombrado jefe político o gobernador de la provincia de Lugo, cargo que ostentó entre el 11 de septiembre de 1822 y el 13 de abril de 1823.

A pesar de su activismo político, siempre a favor del liberalismo, no consta que hubiera tenido que exiliarse a partir de la restauración del absolutismo, sino que se mantuvo en un discreto segundo plano, dedicándose de nuevo a la administración de sus bienes.

Caído el absolutismo y recuperadas las elecciones, don Miguel fue elegido Procurador en Cortes o diputado en las elecciones de 1834, por la provincia de Pontevedra. El pazo de Miraflores y las extensas propiedades que la familia tenía en esta provincia explican que se hubiera presentado por Pontevedra y no por A Coruña, ciudad en la que había excesiva oferta de candidatos para conseguir ser diputado. O don Miguel estaba realmente enfermo, lo que le impedía estar en las Cortes, o demostró una grave irresponsabilidad al dejar a la provincia sin su representación: en la legislatura de 1834 ni juró ni tomó posesión de su acta. Volvió a ser elegido en las elecciones de 1836 y en esta ocasión sí tomo posesión. Sin embargo, a los veinte días ya había obtenido licencia para retornar a Galicia. Es decir, fue un diputado virtual que no formó parte de ninguna comisión, ni habló una sola vez en las Cortes.

De hecho, el periódico de Madrid, El mensajero de las Cortes (1-IX-1834) denunció la ausencia de don Miguel en las Cortes por enfermedad, resaltando, sin embargo, que en A Coruña aparecía “en público a todas horas del día, sin que se note en su robustez y en su muy buena salud, la más mínima alteración”. Debía estar, de todos modos, realmente enfermo, porque falleció el 7 de enero de 1839, dejando una viuda de 34 años y un hijo de 12, don José Pardo Bazán

Miguel, a la edad de treinta y siete años, había contraido matrimonio con Doña Joaquina Mosquera y Ribera en la parroquia de Santiago (A Coruña) el 13 de diciembre de 1821. A su muerte, doña Joaquina permaneció en A Coruña, residiendo en la casa de la calle Tabernas en la que habitaba su madre, viuda también. Don Miguel, en su testamento, la nombró curadora y tutora de su hijo menor y desde entonces fue ella la encargada de administrar los bienes y rentas dejados por su marido.

Emilia Pardo Bazán (Condesa de Pardo Bazán)
De los cinco hijos que tuvo el matrimonio, solo uno sobreviviría a su padre, José Mª (Silverio) Pardo Bazán y Mosquera, nacido en A Coruña el 20 de junio de 1827 y fallecido en la misma en marzo de 1890. Recayó, pues, sobre él, el derecho a heredar todos los vínculos y mayorazgos que habían disfrutado sus padres. José Mª caso con Amalía de la Rúa-Figueroa y Mendoza y fueron padres de Emilia Pardo Bazán, famosa novelita, poeta, periodista, dramaturga y ensayista española. 


Conde pontificio de Pardo Bazán

Las ideas de José Mª y su obra llamaron la atención de conocidos peritos e ilustres personalidades españolas por sus frecuentes intervenciones parlamentarias muy notorias, amén de una personalidad muy sobria y desinteresada, por cuanto, «ajeno a toda ambición, y contento con su fortuna, rehusaba la admisión de cargos retribuidos». Estas y otras facetas, entre las que fundamentalmente destaca la defensa hecha en las Cortes, en relación con ciertas pretensiones de la Iglesia, debieron ser muy valoradas para que en un  Breve de Su Santidad el Papa Pío IX, le otorgara, el 13 de junio de 1871, la condición de "conde pontificio de Pardo Bazán".

A los pocos meses, el nuevo conde pontificio de Pardo Bazán, solicitó autorización para usar en España dicho título, prerrogativa que le sería concedida y firmada por Don Amadeo I de Saboya, en Real Despacho de 3 de febrero de 1872, reconociéndosele oficialmente a don José Pardo-Bazán y Mosquera, el condado de su primer apellido que ostentaría hasta su fallecimiento, dieciocho años más tarde. Su única heredera, la escritora Emilia, Antonia, Socorro, Josefa, Amalia, Vicenta y Eufemia Pardo Bazán de la Rúa-Figueroa, según aparece en la partida bautismal del Archivo Parroquial de San Nicolás, en La Coruña, contaba veintiún años de edad, pero no hizo uso de ese derecho -pedir la continuidad del título pontificio a la Santa Sede-, hasta muchos años más tarde.

Por otra parte, los méritos de doña Emilia y los apoyos recibidos de muchos sectores de la intelectualidad y, muy probablemente, la reconocida familiaridad que le unía con los monarcas -en alguna ocasión, SS. MM. incluso, habían visitado a la condesa pontificia viuda de Pardo Bazán, en las Torres de Meirás-, pudieron ser causas referentes para que el Rey Alfonso XIII, años más tarde, en 1908, y recompensando su considerada valía, le concediese el título del Reino con la denominación de su apellido, es decir, condesa de Pardo Bazán, en Real Decreto firmado el 16 de mayo. El Real Decreto de 1º de mayo de 1916 autoriza el cambio del referido Título de Conde de Pardo Bazán por el de la "Torre de Cela"; más tarde, en octubre de 1979, el título volvió a su antigua denominación por petición expresa.



MINISTERIO DE JUSTICIA

Orden de 4 de octubre de 1979 por la que se modifica la denominación del título de Conde de la Torre de Cela por la de Conde de Pardo Bazán

Ilmo: Sr. En consideración a las razones expuestas por don José Carlos Colmeiro Laforet, Conde de Torre de Cela, en su escrito de 8 de Abril de 1878, en solicitud de cambio de denominación de la merced que actualmente ostenta, conferida al interesado por Real Carta de Sucesión de 14 de julio de 1977, por la de Conde de Pardo Bazán, restableciendo la denominación que originalmente diera a esta dignidad S. M. el Rey don Alfonso XIII.

Este Ministerio en nombre de S. M. el Rey (q.D.g.), de acuerdo con los informes de la Diputación de la Grandeza, Subsecretaria de este Departamento, y de conformidad con el Consejo de Estado en Comisión Permanente, ha tenido a bien acceder a la solicitud de don José Carlos Colmeiro Laforet, estableciendo la inicial denominación de Conde de Pardo Bazán

Lo que comunico a V. I.
Madrid, 4 de octubre de 1979
                                      CAVERO LATAILLADE
Ilmo. Sr. Subsecretario de este Ministerio
(BOE número 258 del 27 de Octubre de 1979)


viernes, 24 de marzo de 2017

Emilia Pardo Bazán. Condesa, escritora e intelectual

Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo Bazán, fue una noble y aristócrata novelista, periodista, ensayista, crítica literaria, poeta, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferenciante introductora del naturalismo en España.

Fue una precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismo. Reivindicó la instrucción de las mujeres como algo fundamental y dedicó una parte importante de su actuación pública a defenderlo. Pertenecía a una familia aristocrática gallega y heredó de su padre el título de "Condesa de Pardo Bazán”.

 

Emilia Antonia Socorro Josefa Amalia Vicenta Eufemia Pardo Bazán y de la Rúa-Figueroa nació el 16 de septiembre de 1851 en A Coruña en el seno de una familia noble y pudiente, hija única de don José Pardo Bazán y Mosquera (conde pontificio de Pardo-Bazán, título que Alfonso XIII le concedió a ella en 1908), político liberal que le legó su gran afición por la lectura y los estudios y de doña Amalia María de la Rúa-Figueroa y Somoza, de quien heredó el carácter abierto e independiente. Poco después del nacimiento de Emilia la familia se mudó a una casa en un barrio aristocrático y tranquilo en la Calle de las Tabernas.

Joaquina Mosquera, la abuela de doña Emilia, casó en 1821 con Miguel Pardo Bazán, de probada hidalguía, también liberal, miembro de la Sociedad Patriótica coruñesa y diputado en Cortes por Pontevedra, donde tenía tierras y hacienda, y que fallecería en 1839 dejándola viuda a los 34 años y con un hijo de 12, José Pardo Bazán, heredero de sus bienes y rentas, que su madre se encargaría de administrar.

Emilia, de niña
A los nueve años Emilia Pardo Bazán comenzó a demostrar interés en la escritura, durante los inviernos asistía a un colegio francés protegido por la Real Casa, donde fue introducida a la obra literaria de La Fontaine y Racine y ya de adolescente publicó algunos versos en el Almanaque de Soto Freire.

Se casó en 1868 en el pazo de Meirás, a los diecisiete años, con Don José Quiroga y Pérez Deza, también de familia hidalga, de 19 años de edad y estudiante de Derecho, y se trasladaron a Santiago de Compostela, donde estudiaba el joven Pérez de Deza, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos. Cuando el padre de Emilia fue nombrado Diputado de Cortes, en 1869 tras la revolución Gloriosa, toda la familia se trasladó a Madrid, incluso el joven matrimonio. En Madrid tuvieron contacto con la vida cultural de la capital. Tras la entrada de Amadeo de Saboya y la guerra carlista, toda la familia se marchó a Francia. Viajaron por Europa donde Emilia aprendió inglés y alemán y le permitió descubrir la literatura francesa que dejaría un gran impacto en ella.

Con sólo veinticinco años derrotó, en un certamen de ensayo, a Concepción Arenal, con una obra sobre el Teatro del Padre Feijoo. Este mismo año dio a luz a su primer hijo, a quien le dedicó su único libro de poemas. Escribió su primera novela, Pascual López, el año en que nació su segundo hijo. Una dolencia hepática en 1880 obligó a la escritora a pasar algún tiempo en el balneario de Vichy (Francia). Durante este período descubrió el naturalismo de Zola, conoció personalmente a Victor Hugo, y empezó a interesarse por esta nueva tendencia literaria. En el periódico madrileño “La Época” publicó Un viaje de novios, que era un relato novelesco de sus propias memorias del viaje a Vichy. Su última hija, Carmen, nació en 1881.

Los artículos publicados con anterioridad que fueron compilados en el libro La cuestión palpitante, que tenían como fin tratar el movimiento del naturalismo de forma directa pero profunda, tuvo un gran impacto social, y el escándalo originado llevó a su marido a pedirle que cesara de escribir, lo que provoco la ruptura deñ matrimonio en 1884. En 1886 conoció a Zola y en ese viaje a Francia descubrió la moderna novela rusa. Esas lecturas la impulsaron a presentar en el Ateneo de Madrid un trabajo sobre La revolución y la novela en Rusia, en 1887.

Continuó escribiendo y revitalizando la vida cultural del país de manera terca e incansable, a pesar de las dificultades. En 1890 murió su padre y aprovechó la herencia para crear una revista escrita por ella sola, El Nuevo Teatro Crítico. Asistió al Congreso Pedagógico en donde denunció la desigualdad educativa entre el hombre y la mujer. Propuso a Concepción Arenal a la Academia Real de la Lengua, pero fue rechazada. La Academia tampoco aceptaría a Gertrudis Gómez Avellaneda, ni a ella a pesar de que actualmente se considera a Pardo Bazán el máximo exponente del realismo junto con Clarín y Galdós. Con este último mantuvo la escritora una relación amorosa conocida.

En 1906 llegó a ser la primera mujer en presidir la Sección de literatura del Ateneo de Madrid y la primera en ocupar una cátedra de literatura en la Universidad Central de Madrid, aunque solo asistió un estudiante a clase. Cuando murió, el 12 de mayo de 1921, de una gripe que se complicó con su diabetes crónica, había conseguido el título de Catedrática de Literaturas Neolatinas (1916) de la Universidad Central, una experiencia que no le fue nada bien.


Considerada una gloria de la literatura española, los diarios consideraron su muerte motivo de "Duelo nacional". Fue sepultada en la Iglesia de la Concepción de Madrid y cinco años después fue erigida en su honor una estatua en la calle Princesa, muy cerca de su domicilio familiar. Emilia Pardo Bazán fue quizá la escritora española más grande de todos los tiempos. Sus obras La literatura francesa moderna, Vol. IV, Cuentos de la tierra y Cuadros religiosos se publicaron, póstumamente, entre 1923 y 1825. La casa de Pardo Bazán en La Coruña hoy es la sede de la Real Academia Gallega y la Casa Museo de la escritora.

Retratada en su domicilio de la madrileña Calle de la Princesa, 27 sentada acariciando al gato,
en el año 1915 por el célebre fotógrafo Francisco Goñi.

 
Su obra más conocida es, quizá, “Los pazos de Ulloa”. 

 La historia iniciada en esta obra continuaba en La madre naturaleza (1888), en la que el mundo rural adquiría una dimensión mayor, al contar la autora el desplome moral y físico del personaje principal, Gabriel Pardo, un señorito aristócrata venido a menos. Esta vez la pareja de la novela, Manuela-Perucho, adolescentes e hijos de los primitivos personajes de la novela anterior, llevaban una tormentosa relación vivida bajo el amparo de la naturaleza terrible y su fuerza descomunal, muy por encima de los personajes, que se hallan siempre a su merced. El prestigio obtenido con la publicación de estas novelas, esenciales en el naturalismo español, le permitió colaborar con una de las revistas más importantes e influyentes de ese tiempo: La España Moderna, dirigida por su amigo Lázaro Galdiano

Para saber más: Obras de Pardo Bazán 

martes, 21 de marzo de 2017

Las armerías en España. Su función y percepción social


Los estudios heráldicos, pese a su renovación y revitalización en las últimas décadas, adolecen aún de varias carencias y desequilibrios. Uno de estos últimos, señalado por Pastoreau, es el producido entre los dedicados a la heráldica medieval, que ha sido y sigue siendo la gran mimada, y los que atienden a la Edad Moderna, menores en número y en calidad.

Hace unos días tuve la oportunidad de leer la revista digital de la Universidad de Córdoba: Historia y Genealogía y, entre todos sus magníficos artículos, llamó especialmente mi atención el titulado: 

LA HERÁLDICA ESPAÑOLA DE LA EDAD MODERNA Y SU PERCEPCIÓN EN LA NOVELA PICARESCA (1554-1668) de José Manuel Valle Porras (Universidad de Córdoba). Publicación: Historia y Genealogía Nº 6 (2016) | Págs. 251-299

del cual me permito extractar parte del texto, muy en relación con la temática de este blog, recomendado a todos la lectura completa del mismo, para que no pierdan detalle y lo sitúen en su contexto.


Grandes etapas que se pueden distinguir en la evolución de las armerías

I. Aparición de los escudos de armas (1135-1225):
A mediados del siglo XII surgen las armas de los monarcas de León, Aragón y Navarra. Tras dos décadas de escasa respuesta a esta innovación, hacia 1170-1175 hay un nuevo tipo sigilar que puede considerarse indicativo de que las armerías son finalmente aceptadas en España, extendiéndose rápidamente a los estratos sociales que hacen uso del sello para autenticar documentos.

II. Desarrollo de la heráldica (1225-1330):
En esta fase se produce una rápida difusión de los escudos de armas. Estos van a gozar de un gran auge en Castilla, donde se desarrolla su uso ornamental y surgen interesantes innovaciones, destacando la del cuartelado.

III. Llegada de la influencia extranjera (1330-1450):
Según Faustino Menéndez Pidal, el límite final de esta etapa es algo impreciso y, de hecho, en algunas clasificaciones esta y la siguiente se funden en una sola3. Son dos hechos los que destacan en el siglo XIV: de un lado, el desarrollo de una fuerte influencia del área heráldica anglo-francesa; y, del otro, el logro de la máxima difusión social de las armerías, cuyo momento culminante parece corresponder a los años 1360-1385. Sin embargo, poco después el uso de las armerías disminuye con rapidez, al extenderse el hábito de firmar, que reemplaza al sello.

IV. Restricción social en el uso de la heráldica (1450-1550):
La fuerte disminución del empleo del sello –a menudo casi el único soporte de las armerías de las capas sociales inferiores– desde finales del siglo XIV, junto con una nueva opinión que ve en los escudos de armas “marcas de honor”, explican la reacción nobiliaria que quiere convertirlos en privilegio de este grupo social.

V. Edad Moderna (1550-1830):
La heráldica de este período se caracteriza por la continuidad de las transformaciones ocurridas en los siglos XIV y XV, entre las cuales una de las más importantes es la amplia aceptación de la mencionada asociación entre escudos de armas y nobleza. Dentro de esta etapa se pueden distinguir dos fases: los siglos XVI y XVII, que son de “gran arraigo del sistema heráldico”; y el siglo XVIII, en el que, junto con continuidades, encontramos el despertar del sentido crítico y hasta rechazo a las armerías.

VI. Edad Contemporánea (1830-):
Los tiempos contemporáneos han sido una etapa de creciente debilitamiento de la tradición heráldica, e incluso de consumación del abandono de los rasgos estilísticos tradicionales.

Rey de armas, Ballestero, Culebrinero y Escopetero (Siglo XV)


Espacios de uso de las armerías

Moreno de Vargas, en sus Discursos de la nobleza de España (1622), dedica un capítulo a los lugares en los que se solían situar las armerías (blasones). Siguiendo a este conocido tratadista, podemos establecer las siguientes categorías:

En primer lugar los espacios de carácter militar: de un lado los “paveses, rodelas y escudos”, en los que “fue costumbre” –ya entonces hacía tiempo caída en desuso– representar las armerías; y, del otro, los “estandartes, vexillos, o banderas”, lugares estos últimos en los que todavía se continuaban pintando.

A continuación encontramos las “sepulturas, lucillos, capillas y entierros”.

Sepulcro de la reina consorte María de Molina (Valladolid)
Pero el espacio privilegiado son “las portadas y entradas de las casas, solares y palacios”, por la identificación de estos edificios con el propio linaje noble, hasta el punto de que, según este autor, “no hay cosa que más conserve y perpetúe las noblezas, que la conservación y memoria de las casas y solares”.



Por último son mencionadas las armerías en distintos objetos, de los que el autor destaca los “anillos y sellos”, añadiendo que también “se ponen y han puesto las armas en otras muchas partes, y al arbitrio bueno de los nobles, como es en los reposteros”. Otro de los espacios donde, con mayor frecuencia, los españoles de la época encontraban representaciones heráldicas era el reverso de las monedas; éstas, lógicamente, contenían únicamente las armas de los soberanos.




Pero, en la España de la Edad Moderna, el espacio de representación heráldico más importante son las portadas de las viviendas nobiliarias. Esto obedece, en primer lugar, a la intensa identificación entre las familias nobles y sus “casas principales”, las cuales presentan “un valor icónico en relación con el origen, la antigüedad y la calidad nobiliaria” de dichas familias. Dentro de este contexto, las portadas asumen la función de manifestar públicamente el estatus y el poder de sus propietarios.

El exterior de los edificios hace patente ante todo el mundo la identidad y poder de quien los habita, y representan la sede del linaje. También la portada de los edificios públicos –iglesias, conventos, ayuntamientos, tribunales, etc.– se acompaña con el escudo de la autoridad de la que dependen o que los patrocina.

Las armas como instrumento de ascenso social

Como Pardo de Guevara y Valdés ha demostrado, el empleo fraudulento de las armerías, como medio para la propia promoción social, es algo que se ha dado en España desde la Edad Media. Sin embargo, cabe suponer que en la Edad Moderna este uso se hace más intenso, pues, desde que los escudos de armas quedan sociológicamente unidos a la condición noble, y ostentar uno equivale a defender la propia condición nobiliaria. En cualquier caso, el empleo de las armerías como instrumento de ascenso fue, sin duda, uno de los usos primordiales que se les dio durante la Edad Moderna. En la Edad Media se consideraba que cualquiera podía, en el momento que deseara, empezar a llevar armas, o incluso cambiar unas por otras; pero en la Edad Moderna se impone la idea de que sólo los nobles pueden usar escudo de armas; por tanto, lo que antes era visto con normalidad, ahora es considerado por todos –por el que lo observa, pero también, por el que lo hace– una forma fraudulenta de equipararse a la nobleza, sin pertenecer realmente a ella.


Junto al uso de los emblemas del reino –Castillos y Leones– como primera opción, la segunda para obtener armas y, de hecho, la que parece haberse empleado más en los siglos XVII y XVIII, ha sido la simple y llana usurpación de armas ajenas, que se realizaba, las menos veces, entre personas lejanamente emparentadas, y las más entre otras sin lazos de sangre, y siempre, claro, usurpando las de una familia de mayor estatus social.

Se trata de un mecanismo que, con sus variantes geográficas y cronológicas, se había dado ya desde la Edad Media. Para entender su funcionamiento durante la Edad Moderna hemos de recordar que se partía de una idea equivocada: la existencia de armas del apellido. Este concepto –que sigue siendo aceptado hoy entre los profanos–supone que las armerías iban unidas y se transmitían junto con el apellido, de forma que a todos los individuos que hubiesen heredado el mismo les correspondían idénticas armas. Semejante idea, que contradice la realidad de la heráldica –en la que las armas se vinculan a un linaje, independientemente de la coincidencia o no de apellidos–, podría haber tenido su origen en la manipulación (fraude) de algunos reyes de armas al asociar apellido y linaje.

Los reyes de armas

La instrumentalización de la heráldica al servicio de la promoción social no puede entenderse plenamente sin el concurso de los reyes de armas. Estos eran la escala superior de un cuerpo integrado también por los heraldos y, en su peldaño inferior, los persevantes. Se trataba de oficios que habían surgido en la Edad Media, vinculados a la identificación de los estandartes y las armerías enemigas en los combates y torneos, y al envío de mensajes entre caballeros y soberanos. Sirvieron a las distintas cortes europeas, aunque en las hispanas aparecieron con mayor retraso: al parecer en la segunda mitad del siglo XIV.

 
En España su número acabó disminuyendo y, desde Felipe II, quedaron reducidos a cuatro reyes de armas, número que se mantendrá hasta Alfonso XIII, no existiendo en la actualidad. Vicente de Cadenas fue el último cronista rey de Armas del Reino de España, dignidad que quedó vacante desde su fallecimiento en el año 2005.

Desde Felipe II desaparecen en España las categorías de heraldos –o farautes– y persevantes, si bien se mantendrán en otros reinos y territorios europeos, como es el caso de Flandes. Pero en España, aunque conserven su carácter de funcionarios reales y sigan percibiendo unos determinados emolumentos por ello, lo que durante la Edad Moderna se va a convertir en la clave del papel de los cuatro oficios de reyes de armas son los ingresos que, desde el siglo XVI, van a percibir de los particulares a cambio de la expedición de certificaciones de armas, pues entre sus funciones estaba la de certificar qué armerías correspondían a las distintas familias e individuos.

Heraldo Imperial Germano
Sin embargo, este papel de los reyes de armas como certificadores de las armas auténticas fue de gran utilidad a las familias ascendentes, en una época en la que usar escudo de armas equivalía a ser noble. Así, su servicio se corrompió, y se expidieron certificaciones de nobleza y armas a favor de familias de origen plebeyo que nunca habían usado blasón. A grandes rasgos, el procedimiento consistió en vincular a estas familias nuevas con episodios heroicos y personajes nobles del pasado. Para ello se recurrió a “simular que todos los que portan un mismo apellido pertenecen a un idéntico linaje”.