En el año 1474 el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón selló
la unificación de los dos principales reinos españoles y poco tiempo más tarde, en 1492, se conquistó el Reino de Granada, expulsando a los musulmanes de su territorio.
Carta (mapa) de Juan de la Cosa / año 1500 |
Fernando II de Aragón |
Isabel I de Castilla |
Al iniciarse en la época de
los grandes descubrimientos, España emergía como un estado centralizado. La unificación interna había sido un largo proceso conocido como la Reconquista
y había significado una guerra persistente contra los invasores árabes. Desde el
siglo séptimo diferentes reinos cristianos habían emprendido tal tarea: León,
Aragón, Castilla, Navarra, cada uno con personalidad cultural propia.
En el año 1474 el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón selló la unificación de los reinos españoles y poco tiempo más tarde -1492- se expulsó definitivamente a los moros de su territorio: España era ahora una nación. La unidad fue, sin embargo, un proceso más complejo. Era necesario lograrla desde diferentes ángulos: el político administrativo, el religioso, el cultural, el judicial.
A lo largo del reinado de los Reyes Católicos, tal propósito empezó a cristalizarse. Así, por ejemplo, la Santa Hermandad, curioso sistema de justicia ambulante recorrió el país en enormes carros y aplicó la ley judicial a nombre de la corona; el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición estableció la uniformidad de la fe, con la exclusión absoluta de otros credos, produciéndose la expulsión masiva de los musulmanes y judíos, con evidente menoscabo las actividades económicas y culturales; paulatinamente se fue anulando el poder de las órdenes de caballería, bastiones de la nobleza, que pasaron a depender de la corona, y sistemáticamente se debilitaron los fueros municipales, que invadió cada vez más el poder real.
La monarquía se organizó sobre la base de consejos, cuerpos consultivos,
directamente ligados a la autoridad del Rey. La lengua castellana, por último,
se impuso como idioma oficial. Al finalizar el siglo XV, España sin perjuicio
de sus peculiaridades regionales, aparecía como una potencia centralizada,
burocrática, y uniformemente estructurada en torno a una religión y a una
cultura.
La sociedad española, dada su secular lucha contra el islam, había creado un arquetipo que representaba todos sus ideales: el hidalgo, modelo de virtudes y valor, cuya tarea esencial consistía en el guerrear. El hidalgo debía vivir con honra y ser de linaje limpio, es decir, no tener en sus venas sangre de moros o judíos. A su lado, el religioso tuvo también un papel fundamental. La guerra contra los musulmanes fue una cruzada y junto a espada, la Cruz infundió una mística religiosa, elemento esencial para entender los valores en los cuales se movió la vida española.
La sociedad estaba organizada sobre base jerárquica. En primer lugar estaba la alta nobleza, la grandeza de España formada por poderosos señores, cabezas de sus casas y familias que ostentaban antiguos blasones y vivían rodeados de pequeñas cortes en palacios y castillos. Disfrutaban de enormes privilegios y llevaban con orgullo altisonantes títulos de duques, condes y marqueses. En general, estuvieron ausentes en la conquista de América y su acción política y guerrera se centró en Europa en donde fueron piezas claves de la política internacional del imperio español. A este nivel se situaba lo más alto del clero.
En el año 1474 el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón selló la unificación de los reinos españoles y poco tiempo más tarde -1492- se expulsó definitivamente a los moros de su territorio: España era ahora una nación. La unidad fue, sin embargo, un proceso más complejo. Era necesario lograrla desde diferentes ángulos: el político administrativo, el religioso, el cultural, el judicial.
A lo largo del reinado de los Reyes Católicos, tal propósito empezó a cristalizarse. Así, por ejemplo, la Santa Hermandad, curioso sistema de justicia ambulante recorrió el país en enormes carros y aplicó la ley judicial a nombre de la corona; el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición estableció la uniformidad de la fe, con la exclusión absoluta de otros credos, produciéndose la expulsión masiva de los musulmanes y judíos, con evidente menoscabo las actividades económicas y culturales; paulatinamente se fue anulando el poder de las órdenes de caballería, bastiones de la nobleza, que pasaron a depender de la corona, y sistemáticamente se debilitaron los fueros municipales, que invadió cada vez más el poder real.
Cristobal Colón |
La sociedad española, dada su secular lucha contra el islam, había creado un arquetipo que representaba todos sus ideales: el hidalgo, modelo de virtudes y valor, cuya tarea esencial consistía en el guerrear. El hidalgo debía vivir con honra y ser de linaje limpio, es decir, no tener en sus venas sangre de moros o judíos. A su lado, el religioso tuvo también un papel fundamental. La guerra contra los musulmanes fue una cruzada y junto a espada, la Cruz infundió una mística religiosa, elemento esencial para entender los valores en los cuales se movió la vida española.
La sociedad estaba organizada sobre base jerárquica. En primer lugar estaba la alta nobleza, la grandeza de España formada por poderosos señores, cabezas de sus casas y familias que ostentaban antiguos blasones y vivían rodeados de pequeñas cortes en palacios y castillos. Disfrutaban de enormes privilegios y llevaban con orgullo altisonantes títulos de duques, condes y marqueses. En general, estuvieron ausentes en la conquista de América y su acción política y guerrera se centró en Europa en donde fueron piezas claves de la política internacional del imperio español. A este nivel se situaba lo más alto del clero.
Venían luego los "hidalgos", que no eran sólo un arquetipo
caballeresco sino también una categoría social, constituían la nobleza no titulada o baja nobleza, de
grandes pretensiones pero muchos de ellos de escasos medios de fortuna: hombres hechos para la
guerra, acostumbrados al ocio y la aventura, esperaban con ansias las empresas
militares o los favores de los grandes señores y del rey viviendo entre tanto
sin destino fijo. Elemento inestable y orgulloso, ajeno a
la vida económica y al trabajo, que su honra le prohibía, estaban siempre
dispuestos para ir donde quiera que la lucha ofreciese aventura, prestigio o
botín. Para ellos América se abría como una nueva posibilidad, ofreciéndoles el
cumplimiento de sus sueños, por sobre toda la riqueza que como realidad o
fantasía surgida en las nuevas tierras para darle la calidad de grandes señores
que su propio suelo les negaba.
Estaban por último los villanos y plebeyos, que entre variadas ocupaciones acostumbrados a ganarse la vida como labriegos y pastores en los campos o artesanos y mercaderes en las ciudades. En ellos descansaba toda la actividad económica y su existencia estaba alejada de honores y halagos.
Estaban por último los villanos y plebeyos, que entre variadas ocupaciones acostumbrados a ganarse la vida como labriegos y pastores en los campos o artesanos y mercaderes en las ciudades. En ellos descansaba toda la actividad económica y su existencia estaba alejada de honores y halagos.
América también fue para ellos un vasto campo que les permitió alcanzar mejor situación y albergar deseos señoriales, obtener acaso la categoría de Hidalgo y anteponer a su nombre un sonoro "don", que en España jamás lograrían.
Los villanos y plebeyos más esforzados y afortunados dieron origen a una burguesía pujante de labriegos enriquecidos, mercaderes, prestamistas, dueños de talleres y armadores de naves, que representaban el nuevo poder económico y que como elemento dinámico fueron impulsores de empresas comerciales que se confundían con las expediciones militares de exploración y conquista.
El conquistador
El español que pasó a América fue principalmente el súbdito castellano, pues fue la corona de Castilla y sus posiciones naturales las que recibieron la donación papal de las nuevas tierras. Pertenecía principalmente a las categorías de Hidalgo y villano; pero las diferencias sociales tendían a desaparecer en América, donde los sufrimientos y peligros emanaban a los hombres y sólo el valor, el esfuerzo y la audacia contaban para destacarse sobre los demás.
El conquistador fue un hombre de dos mundos: medievo y renacimiento. Tuvo sed de gloria, deseos de "dejar fama y memoria de sí". Lo inundó de orgullo la expansión de España y una de sus motivaciones fue acrecentar el imperio. Pero también fue hombre de profundas convicciones religiosas y el clima beligerante de la contrarreforma católica terminó por envolverle: la conquista tuvo también fisonomía de cruzada y hubo momentos en que toda la vieja tradición de lucha contra el infiel pareció revivir.
Fue un hombre audaz y mezcló en sus concepciones conceptos de la teología
medieval e ideas capitalistas: arriesgó su hacienda por lo imprevisto, y aún
cuando quiso salvar de la idolatría a los indios, cometió con ellos las mayores
crueldades y tropelías. Lo animó sin embargo, una ambición superior que le
llevó a recorrer bases quisimos territorios de climas y paisajes diferentes.
En los años iniciales de la conquista vivió peligrosamente, en lucha diaria por su existencia. El incentivo fue siempre la extensión de nuevas tierras, que ante sus ojos no sólo aparecían cubiertas de oro, sino de seres mitológicos que imaginaba en su mente afiebrado de aventuras. Ante ello cualquier sacrificio fue válido y todas las seguridades se abandonaron.
La empresa de la conquista
La tarea de ocupar las nuevas tierras no fue una actividad organizada por el estado, salvo por excepción, hubo una que otra expedición equipada por la corona y confiada a servidores de la corte. Por regla general, el rey no incurría en gastos y dejaba entregada la organización y realización de la empresa a los capitanes de conquista, que se comprometían a correr con su financiamiento, reunir soldados, armar naves y en fin lograr éxito en ella.
El estado señalaba el territorio que debía conquistarse y delegada del capitán algunos de sus atributos: gobernar la nueva jurisdicción, administrar justicia, repartir tierras y encomiendas. Al mismo tiempo les otorgaba privilegios tales como sueldo, participación en las ganancias y distinciones honoríficas, todo lo cual se ponía en práctica siempre que la conquista se llevase a buen término.
En los años iniciales de la conquista vivió peligrosamente, en lucha diaria por su existencia. El incentivo fue siempre la extensión de nuevas tierras, que ante sus ojos no sólo aparecían cubiertas de oro, sino de seres mitológicos que imaginaba en su mente afiebrado de aventuras. Ante ello cualquier sacrificio fue válido y todas las seguridades se abandonaron.
La empresa de la conquista
La tarea de ocupar las nuevas tierras no fue una actividad organizada por el estado, salvo por excepción, hubo una que otra expedición equipada por la corona y confiada a servidores de la corte. Por regla general, el rey no incurría en gastos y dejaba entregada la organización y realización de la empresa a los capitanes de conquista, que se comprometían a correr con su financiamiento, reunir soldados, armar naves y en fin lograr éxito en ella.
El estado señalaba el territorio que debía conquistarse y delegada del capitán algunos de sus atributos: gobernar la nueva jurisdicción, administrar justicia, repartir tierras y encomiendas. Al mismo tiempo les otorgaba privilegios tales como sueldo, participación en las ganancias y distinciones honoríficas, todo lo cual se ponía en práctica siempre que la conquista se llevase a buen término.
Aunque la conquista fue concebida como una empresa privada, el Estado se
reservó el derecho de dictar normas para qué se realizará de acuerdo con sus
intereses y obtener también el logro de algunos altos ideales. Entre los
primeros debe mencionarse la manifestación de la soberanía real en los nuevos
territorios y la adecuada percepción de los tributos, y entre los segundos, la
difusión de la fe cristiana y la protección de los indígenas, cuya vida y
adoctrinamiento eran fines importantes para la corona y la Iglesia. En este
sentido, la legislación federal y las instrucciones dadas a los capitanes,
formaron un amplio y generoso cuadro de disposiciones protectoras.
Las diversas estipulaciones entre el estado y el jefe conquistador, quedaron
consagradas mediante un contrato o capitulación, que ambas partes se
comprometían a respetar. Sin embargo, no todos los territorios fueron
incorporados sobre la base de capitulaciones, sino que muchos de ellos fueron
conquistados por capitanes que habían alcanzado algún prestigio y poder en
América y que realizaron sus empresas con autorización de otros jefes
conquistadores que ya habían sometido un territorio y sus habitantes. Éstos
fueron los casos entre otros de Hernán Cortés en México y de Pedro de Valdivia
en Chile.
El hecho de ser la conquista una empresa llevada a efecto por el esfuerzo de los conquistadores y con sus propios recursos, hizo surgir entre ellos la conciencia de sus derechos, los que hicieron valer ante las autoridades y la corona. Si habían hecho la conquista, el rey les era deudor de toda clase de recompensas y debía entregarles el goce de la tierra y de las encomiendas, de los oficios públicos y de los honores. Eran los Beneméritos de Indias y, como tales, exigían ser tratados y respetados.
El hecho de ser la conquista una empresa llevada a efecto por el esfuerzo de los conquistadores y con sus propios recursos, hizo surgir entre ellos la conciencia de sus derechos, los que hicieron valer ante las autoridades y la corona. Si habían hecho la conquista, el rey les era deudor de toda clase de recompensas y debía entregarles el goce de la tierra y de las encomiendas, de los oficios públicos y de los honores. Eran los Beneméritos de Indias y, como tales, exigían ser tratados y respetados.
Relación d principales personajes del descubrimiento y conquista de América
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Costa
Rica, 1568-1573
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Chile,
1540-1581
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Chile,
1540-1556
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Perú,
1524-1535, Chile, 1535-1537
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Cuba,
1511, México, 1518-1521, Guatemala 1523-1527, Perú, 1533-1535, México,
1540-1541
|
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México,
1519-1521, Guatemala 1523 -1527, Perú, 1533-1535, México, 1540-1541
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Argentina,
conquistador de Tucumán
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Costa
Rica 1577-1589
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Panamá
y Colombia, 1468-1527
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Ecuador
y Colombia, 1533-1536
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Chile,
1549-1596
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|
Chile,
1540-1585
|
|
Chile,
1557-1575
|
|
Chile,
1533-1537
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Norte
y Centroamérica
|
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Costa
Rica, 1560-1562
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Yucatán,
1527-1546
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México,
1518-1522, Honduras, 1524, Baja California, 1532-1536
|
|
Chile,
1555-1598
|
|
México,
1520-1533
|
|
Costa
Rica, Nicaragua y Panamá, 1514-1531
|
|
Venezuela
y Colombia, 1537-1539
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|
Manila,
Filipinas, 1570-1571
|
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Yucatán,
1518
|
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Costa
Rica, 1543-1544
|
|
Panamá,
1535-1536
|
|
Colombia
|
|
Yucatán,
1517
|
|
Venezuela,
1524-1570
|
|
Colombia,
1536-1537, Venezuela, 1569-1572
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|
Chile,
1541-1579, Argentina 1562
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|
Filipinas,
1565-1571
|
|
Argentina,
Paraguay 1535 - 1556
|
|
Argentina,
Paraguay 1534 - 1537
|
|
La
Florida, 1565 - 1567
|
|
Yucatán,
1527-1546
|
|
La
Florida, 1527-1528
|
|
Panamá,
1506-1511
|
|
Panamá,
1510-1519
|
|
Estados
Unidos, 1527-1536, Paraguay, 1540-1542
|
|
Venezuela,
Colombia, Guyana, Aruba
|
|
Honduras,
1523-1524
|
|
Río
Amazonas, 1541-1543
|
|
Perú,
1509-1535
|
|
Perú,
1532-1542
|
|
Perú,
1532-1560
|
|
Perú,
1532-1536
|
|
Puerto
Rico, 1508, Florida, 1513 y 1521
|
|
Honduras
y México 1536-1548, Perú 1549-50 y Chile, 1551-1567
|
|
Chile,
1540-1580
|
|
Colombia,
Guatemala, Perú
|
|
California
|
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Norte
de Filipinas, 1570-1576
|
|
Costa
Rica, 1540-1541
|
|
Costa
Rica, 1560-1565
|
|
Estados
Unidos, 1539-1542
|
|
Chile,
1541
|
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Petén,
región de Guatemala, 1696-1697
|
|
Chile,
1540-1552
|
|
Estados
Unidos, 1524-1527
|
|
Estados
Unidos, 1540-1542
|
|
Costa
Rica, 1562-1565
|
|
Cuba,
1511-1519
|
|
México,
Filipinas, California
|
|
Chile,
1557-1596
|
Nota. Esta información ha sido extraida de documentos de Internet.
Buena información. Gracias.
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