Reconocida por la historia como la mujer más temida de Chile. La cruel terrateniente vivió a mediados del siglo XVII como una aristócrata con el poder que nunca había tenido una mujer de la época, cometiendo grandes atrocidades.
Se le atribuyen numerosos asesinatos, entre ellos el de su padre, algunos de sus amantes y esclavos e indios de encomienda, a los cuales martirizaba. Célebre por sus crímenes y crueldades, su figura ha pervivido en la cultura popular chilena como símbolo de la perversidad y de la opresión colonial y ha inspirado numerosas creaciones literarias, teatrales y cinematográficas.
Catalina de los Ríos y Lisperguer nació en Santiago de Chile, en octubre de 1604. Su padre, Gonzalo de los Ríos y Encio, era hijo del hidalgo conquistador, Gonzalo de los Ríos y Ávila, y de María Encío, hermana de Juan Encío, uno de los socios de Pedro de Valdivia en la expedición de conquista de Chile. Su abuelo era un terrateniente, ostentando el grado de general del Real Ejército; era, además, dueño de una próspera hacienda “el Ingenio” dedicada al cultivo de la caña de azúcar en la que trabajaban esclavos de raza negra. Su madre fue Catalina Lisperguer y Flores, de ascendencia alemana.
La familia de los Ríos provenía de la noble casa de Naveda, descendiente de Gutierre Fernández de los Ríos, quien era "jefe de la casa de su apellido en la Villa de Naveda, Merindad de Campos en las Montañas de Burgos; asistente a la batalla de Salado en 1340". Por vía paterna estaba emparentado con la corona de Castilla (a través de un ascendiente, Pedro Enríquez de Castilla, hijo natural del príncipe Don Tello de Castilla y de Juana de Lara), y con las casas de Lara, Guzmán, Cisneros, etc., todas familias nobles de la historia de España.
Su abuela paterna, María Encío sucedió a Inés Suárez como concubina de Pedro de Valdivia y éste la casó -como era su costumbre- con uno de sus hombres de confianza: Gonzalo de los Ríos, administrador de las minas de oro de Marga Marga, y los dotó con la mitad del valle de Papudo.
Al quedar huérfana de madre, fue criada por su abuela. De una gran belleza, pero desde muy joven manifestó sus instintos sanguinarios. En 1623 asesinó a su progenitor poniéndole veneno en la comida. En septiembre de 1626, a los 22 años, Catalina contrajo matrimonio de conveniencia con un coronel Alonso Campofrío de Carvajal y Riberos de 42 años, que falleció en 1650.
Fue asimismo encausada por la muerte de Enrique Enríquez de Guzmán, caballero de la Orden de Malta que la pretendía en matrimonio: enojada por tal pretensión encomendó a un esclavo que lo matara a palos; el esclavo recibió pena de muerte y a ella se le impuso una multa en dinero. Se concertó su matrimonio con el soldado Alonso Campofrío y Carvajal, quien no poseía bienes, pero recibió una dote muy importante, que incluía una hacienda en La Ligua. Allí vivió la pareja, donde la Quintrala cometió una serie de crímenes, en muchos de los cuales su marido fue cómplice: entre ellos el del cura doctrinero de los indios, quien con seguridad defendió a los indígenas de los malos tratos de su ama. La servidumbre fue también objeto de sus crueldades: castigos con el látigo, en el cepo y diversas torturas, sin importar la edad y el sexo.
Tras largos años de impunidad,
pese a las demandas de justicia del obispo Salcedo, se envió una misión secreta
que investigó y encontró fundamentos suficientes para juzgarla. Sometida a
proceso en la Real Audiencia de Santiago en 1660, el juicio duró cuatro años,
pues usó sus influencias para dilatar el proceso. Fue acusada de 14 asesinatos,
y se la condenó a pagar 1.000 pesos por cada negro y 500 pesos por cada indio.
Un año después del juicio murió, y arrepentida donó varios miles de pesos para celebrar misas en sufragio de su alma y de las de los indios encomendados que
maltrató.
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