jueves, 27 de abril de 2017

José de Andonaegui. Militar que defendió las Islas Canarias del asalto inglés



Después de su estancia en las Islas Canarias, en las que protagonizó un importante papel en la defensa heroica frente a los ataques ingleses, fue gobernador de Buenos Aires, destacando en su política de apertura comercial, bajo cuya administración se realizaron expediciones a la Patagonia y se iniciaron las explotaciones de sus riquezas.

Ataque a La Gomera. Capilla del Pilar-Iglesia de La Asunción de San Sebastián

José de Andonaegui, nació en Marquina (Álava) en 1685, siendo su padre José de Andonaegui y su madre, María de Andonaegui.
 
Llegó a las Islas Canarias el 17 de mayo de 1741 destinado como coronel ingeniero acompañando al comandante general Andrés Bonito de Pignatelli y quedó acuartelado en Tenerife como inspector de milicias, renovando y reformando las Baterías de San Pedro, que iba a servir en lo sucesivo como Cuartel de Ingenieros, y del Rosario, conocida también como la de Nuestra Señora de la Rosa destinada después como Comandancia de Obras de Canarias, construyendo de nueva planta la de Santa Isabel.


Acabadas las fortificaciones tinerfeñas, José de Andonaegui pasó como coronel a la isla de Gran Canaria a finales de 1742, y el 14 de diciembre de aquel año casó en Las Palmas con María Nicolasa de Barreda Yebra y Melo, doncella madrileña hija de Diego Manuel de la Barreda Yebra, en aquel momento consejero del rey y Oidor de la Real Audiencia de Canarias, (de ilustre familia de Santillana) y de María Nicolasa de Arellaga y Melo.

De este matrimonio consta que fueron sus hijos Gertrudis, monja, y Antonio, nacidos en Las Palmas en 1743 y 1744 y José, que vino al mundo en Buenos Aires en 1747, ingresando los hermanos varones en 1759 en el Real Seminario de Nobles de Madrid, previa justificación de nobleza de sus apellidos, según los datos facilitados por el genealogista Miguel Rodríguez Díaz de Quintana.

La estancia del coronel-ingeniero en Las Palmas de Gran Canaria coincidió con la invasión a la isla de una escuadra inglesa "pirata" de cinco navíos comanda por el almirante Charles Windham*, circunstancia que fue motivo para ser nombrado brigadier de los Ejércitos y hacerse cargo de la gobernación de las Armas de la Isla.

*Entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 1743, San Sebastián, el puerto de la pequeña isla de La Gomera, fue atacado por la omnipotente Royal Navy. Las naves británicas, de 70 y 60 cañones, habían capturado en el tránsito desde Spithead a Canarias una fragata corsaria de 24 cañones. Con todo este arsenal, machacaron la frágil villa del Atlántico, defendida por unas milicias sin preparación, que sólo contaban para su defensa con 15 piezas de artillería desfasadas, útiles de labranza y un puñado de fusiles, pero venciendo a los enemigos. 

La noticia del enfrentamiento de La Gomera tuvo gran repercusión en la prensa europea, en la que se ensalzó la resoluta actitud de la tropa local frente a la arrogancia británica; hecho que tuvo su máxima expresión en la afortunada frase del comandante de la Isla, don Diego Bueno Acosta:

¡Por mi patria, por mi ley y por mi rey, he de perder la vida, y, así, 
el que tuviere más fuerza vencerá!"

La escuadra británica permaneció los días 17, 18 y 19 de junio de 1743 amagando sin descanso en la bahía de las Isletas (Gran Canaria), aunque sin poder efectuar el desembarco ni practicar hostilidad alguna por la heroica defensa de los isleños y el papel destacado de nuestro protagonista.

Ataque pirata inglés a Las Palmas de Gran Canaria
José de Andonaegui informó al Rey Felipe V del comportamiento de las tropas milicianas en la defensa de la Isla destacando la conducta del obispo Juan Francisco Guillén**, gracias a cuyo patriótico celo se frenó el intento del abordaje de la escuadra enemiga. El Rey por mediación del marqués de La Ensenada, agradeció por carta el gesto del "singular amor a su real servicio", motivo por el que condecoró a varios oficiales y soldados.

**Juan Francisco Guillén Isso fue obispo de la Diócesis de Canarias entre 1739 y 1751. Nacido en Undués de Lerda, Zaragoza, hacia 1686, se doctoró en teología en la Universidad de Zaragoza. El 30 de septiembre de 1739 es nombrado obispo de la Diócesis de Canarias, pero no llegó a Las Palmas de Gran Canaria hasta el 2 de febrero de 1741. Visitó todas las parroquias del archipiélago, y narró, en su visita a Fuerteventura, las batallas de Tuineje, Tamacite y Llano Florido. El 15 de marzo de 1751 es trasladado a Burgos, donde muere en 1757.

Conviene recordar al respecto que durante la enfermedad del comandante general de las Islas Canarias en aquella época, José Masones de Lima y Sotomayor, tercer marqués de Casa Fuerte, el inspector-ingeniero tuvo que asumir interinamente el mando del Archipiélago y en octubre de 1745 (fallecido Masones y llegado el nuevo comandante Luis Mayoni), Andonaegui fue enviado a Buenos Aires para hacerse cargo de aquella Gobernación y de la Capitanía General de aquel distrito, siendo como uno de sus mayores logros que bajo su administración comenzaron a explotarse las riquezas del país. También, redujo a los indios de los alrededores de Montevideo y obligó a los guaraníes, tras una dura represión, a adoptar la jurisdicción brasileña de acuerdo con lo pactado entre España y Portugal en el tratado de 1750. Además, organizó el correo de Chile.
    El teniente general don José Adonaegui, creador de la afamada milicia rural de los blandengues, [...] decía justificando su encarnizada persecución á los indígenas, que el mejor bautismo era el de sangre

    Eduardo Acevedo Vásquez, José Artigas, tomo I, pág. 390)

Al cesar en el cargo en 1756 regresó a España y se estableció con su familia en Madrid en cuya capital falleció el 3 de septiembre de 1761.


Genealogía y nobleza: Juan de Andonaegui Rentería y Vidarte, natural de Ondárroa (Vizcaya), Diputado General del Señorío, poseedor del Mayorazgo de su apellido, hizo información de su nobleza ante el Señor Corregidor del Señorío de Vizcaya, en 1687. Probaron su nobleza ante la Sala de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid: Juan Bautista Andonaegui, vecino de Motrico, en 1762, y Pablo Andonaegui, que se estableció en Medina de Ríoseco (Valladolid), en 1779. De una línea de este linaje, en Canarias fue Antonio de Andonaegui Barreda y Yebra, que nació en Canarias en 1744. Sus padres pasaron después a Buenos Aires (Argentina), pues allí nació en 1747 su hermano José de Andonaegui Barreda y Yebra. Ambos ingresaron en 1759 en el Real Seminario de nobles de Madrid, previa justificación de nobleza de sus apellidos.

martes, 25 de abril de 2017

Símbolo, Poder y Representación en el Mundo Hispánico


Con el patrocinio de la Real Asociación de Hidalgos de España, se acaba de publicar en la prestigiosa editorial Dykinson las conferencias/clases que se impartieron en abril del año pasado en el master de Nobiliaria, Heráldica y Genealogía de la UNED.

Resumen del libro:

Símbolo, poder y representación en el mundo hispánico


Coordinadores: Feliciano Barrios Pintado y Javier Alvarado Planas

Trece profesores universitarios y académicos se introducen en el rico universo de los símbolos del poder político, jurídico y religioso y, muy especialmente, en el conjunto de signos, emblemas, y distintivos empleados para representar al Estado o a ciertas funciones públicas.

Si como decía Mircea Eliade, lo simbólico es un elemento de la estructura de la conciencia, y no un estadio de la historia de esa conciencia, cabe aceptar, con Ortega y Gasset, que ciertos símbolos constituyen y actúan como hormonas psíquicas del ser humano en la medida en que todavía inspiran y emocionan. O, al menos, interesan, pues no en vano, siguen siendo objeto de estudio y tratamiento por parte de historiadores, politólogos y también legisladores. Respecto a éstos últimos, recordemos que el ordenamiento jurídico vigente reconoce que ciertos símbolos son patrimonio de todos los españoles, establece su carácter oficial y regula su utilización, honores y protección. En definitiva, este libro trata de la fuerza movilizadora del símbolo y del gesto en el Mundo Hispánico.

Índice

Lecturas del castillo de Castilla, por Faustino Menéndez Pidal

Representación de los poderes del rey y del reino en Navarra: el alzamiento real y los doce ricoshombres, por Mercedes Galán Lorda

Para una historia del sello de Dios; del crismón al cuatro de cifra, por Javier Alvarado Planas

Ritual y fiesta en la Nueva España. El papel del cabildo en la representación simbólica del poder virreinal, por Carmen Losa Contreras

Orfeo de la tardoantigüedad al barroco español: mito y símbolo, por David Hernández de la Fuente

La fiesta en el Barroco español: espectáculo de poder, por Beatriz Badorrey Martín

Representación y poder en el siglo XVIII: el virrey capitán general, por Juan Francisco Baltar Rodríguez

Algunos aspectos simbólicos de la figura del rey-soldado, por Juan Carlos Domínguez Nafría

El sexenio revolucionario y la creación monetaria del escudo nacional de España, por José María de Francisco Olmos

Poder político y representación simbólica: el título largo y el escudo grande de la monarquía española como expresión de la politerritorialidad del Estado, por Fernando García-Mercadal y García-Loygorri

A vueltas con los símbolos, por Jaime Salazar Acha



La Fundación Cultural Hidalgos de España, perteneciente a la Real Asociación de Hidalgos de España, constituye un auténtico centro de conocimiento y difusión de lo relacionado con las ciencias historiográficas, sociológicas y otras afines, con especial dedicación al conocimiento de la Nobleza en España.

viernes, 21 de abril de 2017

Luis de Borbón y Farnesio. El infante que pudo reinar


Luis Antonio Jaime de Borbón, infante de España, cardenal y arzobispo de Toledo y Sevilla, XIII conde de Chinchón y protector de numerosos artistas.

Hermano menor del Rey Carlos III, es un exponente del Siglo de las Luces español. Personaje importante aunque poco conocido de la historia de España.


Retrato del cardenal-infante don Luis, por Mengs

*Nació Luis Antonio el 25 de julio de 1727, en el palacio del Buen Retiro de Madrid, le pusieron de nombre Luis en honor a su hermano Luis I fallecido en 1724, siendo apadrinado por su hermano Fernando (entonces príncipe de Asturias). Era el menor de los hijos varones de Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio; tuvo por hermanos a Fernando VI, Carlos III, María Ana (reina de Portugal), Felipe (duque de Parma), María Teresa (esposa del delfín de Francia) y María Antonia (reina de Cerdeña) y a los entonces ya fallecidos: Luis I, Felipe, Felipe Pedro y Francisco.

En 1728 su padre sintiéndose enfermo (perdía en ciertos momentos la cabeza) intentó dejar la Corona a su hijo Fernando (VI), cosa que logro impedir Isabel de Farnesio, que tuvo que retirarle al Rey la tinta y el papel para que no lo intentara de nuevo.

En 1729 se separaron de la familia su hermana María Ana Victoria casada con el heredero de la corona portuguesa José de Braganza y su hermanastro Fernando, al que Isabel casó el 19 de enero con Bárbara de Braganza, dos años mayor, enfermiza, voluminosa y con el rostro surcado por profundas cicatrices de viruela, dejándoles como residencia el vetusto Alcázar madrileño.

El 27 de enero de 1729 y con objeto de mejorar la depresión del Rey, la familia real se traslada a Sevilla, en donde poco a poco se fue reponiendo Felipe V. Desde allí partió a finales de 1731 su hermano Carlos a hacerse cargo de los ducados de Parma, Toscana y Plasencia. Entonces Luis Antonio contaba con cuatro años y no volvería a ver a su hermano hasta 28 años más tarde, ya como Carlos III.

A principios de 1733 estalla el conflicto por la sucesión al trono polaco y viendo la posibilidad de aprovechar tal guerra para recuperar los reinos de Nápoles y Sicilia, decidieron volver a Madrid, instalándose en mayo en el Real Sitio de Aranjuez. Allí pasó Luis Antonio el resto de su infancia, en compañía de su madre y de sus hermanos Felipe, María Teresa y María Antonia.

En 1734 en plena guerra europea su hermano Carlos conquisto los reinos de Nápoles y Sicilia, pero perdió los ducados italianos. El mismo año ardió el Alcázar de Madrid y Fernando (VI) y Bárbara hubieron de trasladarse al palacio del Buen Retiro. También se conoció en las cortes de España y Francia la imposibilidad física de engendrar por parte del príncipe Fernando (VI).

El infante don Luís, de niño, por Goya

Luis Antonio había pasado sus primeros 7 años al cuidado de las mujeres, conforme marcaban las reales costumbres. Al cumplir los siete años se le puso cuarto aparte y paso a ser cuidado por los hombres de su cámara, siendo su ayo Aníbal Scotti. Durante esos años aprendió geografía, historia, religión, música, dibujo, francés, italiano, castellano y todo cuanto debía de saber un infante de la época.

El príncipe Fernando (VI) seria el futuro rey de España, el príncipe Carlos ya era rey de Nápoles, aún existían esperanzas de recuperar los ducados italianos de Parma y de Toscana para el príncipe Felipe (pues la reina era la heredera legal tanto de los Farnesio como de los Medicis) ¿Para Luis Antonio que quedaba? En 1734 murió el cardenal y arzobispo de Toledo Diego de Astorga y Céspedes y la Reina vio claro el futuro del menor de sus varones: seria la máxima autoridad eclesiástica en España, pues lo más parecido a una corona era una mitra.

Felipe V mostró al Papa su deseo de que el arzobispado pasara al infante. Clemente XII puso obstáculos, arguyendo la escasa edad del infante (y molesto con los Borbones por sus reclamaciones en Italia); no obstante, el 10 de noviembre de 1735 nombra a Luis Antonio administrador perpetuo en lo temporal de la diócesis de Toledo y el 9 de diciembre, le concede el capelo cardenalicio como cardenal-diácono de la Santa Romana Iglesia de Santa María de la Scala. Luis Antonio toma, oficialmente, posesión de la diócesis de Toledo, el 26 de noviembre del año siguiente, Clemente XII le otorga también la administración espiritual de la misma.

Cardenal don Luís, en 1742
Felipe V cayó en uno de sus peores momentos de depresión e Isabel de Farnesio, conociendo que solo el canto calmaba sus arrebatos, mando llamar a Farinelli. El 25 de agosto, recién llegado a la Granja, cantó Farinelli para Felipe produciéndose una milagrosa curación. Se ocupó también la reina de buscar esposas para sus hijos. Así, caso en 1738 a Carlos con María Amalia de Sajonia y en agosto de 1739 a Felipe con la primogénita de Luis XV de Francia. Fue una época muy feliz para Luis Antonio, el palacio de Aranjuez bullía en actividades cortesanas y culturales. 

Escudo del cardenal-infante en el palacio arzobispal de Alcalá de henares
En octubre de 1739 muere el emperador austriaco y toda Europa vuelve a la guerra (por la sucesión). El 19 de noviembre de 1741 Luis Antonio es investido Arzobispo de Sevilla, administrador in temporalibus. En febrero de 1742 su hermano Felipe parte para Italia con objeto de conseguir los ducados reclamados por su madre, Luis no le volvería a ver nunca más.

Los días 12, 13 y 14 de febrero de 1743 se celebró en Madrid la concesión de capelo cardenalicio a Luis Antonio, con fuegos artificiales y gran solemnidad, tras la celebración es su hermana María Teresa la que parte para Francia, casada con el Delfín para asegurar el apoyo francés en la guerra italiana.

El estatus de Luis Antonio y el monto de sus bienes rayaban en lo más alto, para satisfacción de la reina. Durante su minoría de edad las dos sedes arzobispales estuvieron en manos de administradores. Continuando Luis residiendo en la corte y no mostrando inclinación alguna ni por la iglesia ni por la vida religiosa, no ordenándose nunca sacerdote y empezando a albergar serias dudas de conciencia.

Luis Antonio no era especialmente brillante, con una madre absorbente y posesiva y una educación que dejaba mucho que desear, salió irresponsable, callado y, por el momento, poco interesado por el mundo de las artes. Su interés fundamental era la caza a la que dedicaba casi todo su tiempo libre.

En 1746 muere su padre Felipe V y su madre Isabel de Farnesio es recluida (debido a su incurable propensión a la intriga y el entrometimiento) en el Real sitio de la Granja de San Ildefonso, por su hijastro el nuevo rey Fernando VI. Con ella permanecieron sus hijos Luis Antonio y María Antonia, así como la esposa de su hijo Felipe, Luisa Isabel.

A los 24 años Luis Antonio aún estaba bajo la tutela de su anciano ayo Aníbal Scotti, encontrándose su casa en el mayor desorden administrativo. El rey Fernando le tenia en gran estima y Luis solía frecuentar la corte de Madrid, con lo que podía mantener puntualmente informada a su madre de todo lo que acontecía en la Corte.

En 1748 finaliza la guerra y el tratado de Aquisgran concede a Felipe los ducados de Parma, Plasencia y Guastala y Luisa Isabel parte para reunirse con su esposo. En diciembre de 1749 María Antonia se casa con Víctor Amadeo, heredero al Trono sardo, afianzando los tronos de los infantes Felipe y Carlos.

En 1754, con 27 años de edad, prescindiendo de la opinión de su madre, consciente de su falta de vocación religiosa y de su fuerte inclinación por el sexo, decidió presentar a Fernando VI y a Benedicto XV su renuncia a todos los cargos eclesiásticos. El Papa acepto su renuncia el 18 de diciembre de 1754 y le concedió, como compensación, una pensión anual de 946.107 reales sobre las rentas del arzobispado de Toledo.

El 27 agosto de 1758 murió de un terrible cáncer de útero la reina Bárbara de Braganza y el rey, desolado, partió el mismo día, con Luis Antonio al palacio de Villaviciosa de Odón (Madrid). Allí hablando continuamente de su difunta esposa, preso de serios desequilibrios mentales y durmiendo en un jergón con terribles pesadillas, falleció el 10 de agosto de 1759, nombrando sucesor a su hermano Carlos.

Desde Villaviciosa partió Luis a Guadalajara, siguiendo las directrices maternas, a recibir a su hermano Carlos, que no llegaría hasta diciembre. Su madre en silla de ruedas y casi ciega, se siente triunfante y regenta el estado, con la ayuda de Luis Antonio, hasta la llegada de Carlos.

Al heredar Carlos la corona española, conforme al tratado de Aquisgrán, debería dejar el reino de Nápoles a su hermano Felipe y este debería devolver los ducados a Austria y Cerdeña. No obstante Carlos consiguió que estos (en guerra con Prusia e Inglaterra) aceptaran una indemnización y consintieran que cediese el trono de Nápoles a su hijo Fernando.

El 19 de julio de 1759 Carlos III fue investido rey y su hijo Carlos (IV) de once años, fue reconocido como príncipe de Asturias. No obstante el propio Carlos III sabía que ninguno de sus hijos tenía derecho a ser su heredero, por haber nacido y sido educados fuera de España, conforme a la Ley de Sucesión dictada por Felipe V y su subordinación a la ley de Toro. El infante Luis Antonio era él legítimo sucesor de Carlos III. Los dos hermanos se alegraron del reencuentro y compartieron, desde entonces, cacerías y entretenimientos, más aún cuando en 1760 murió la reina María Amalia. Pero, a pesar del afecto, Luis Antonio pronto comenzó a verse forzado al celibato, pues su hermano Carlos le cerraba el paso a cualquier proyecto de matrimonio con princesas extranjeras, para evitarse problemas sucesorios.

Luis Antonio no contaba con bienes propios que poder dejar a sus descendientes, pero recibía importantes rentas de muchísimas encomiendas militares, que le suponían el control de extensísimas propiedades rurales por toda la mitad sur de la península, pues había sido investido, ya desde pequeño, con los hábitos de las cuatro ordenes militares. Procedió pues ha hacerse con un patrimonio propio.

En 1761 Luis Antonio compró el señorío de Boadilla a la señora de Mirabel, por 1.200.000 reales que aumento con compras a los concejos de Boadilla y Pozuelo de Alarcón, a los premonstratenses de San Joaquín de Madrid, y a las monjas de Santa Clara de Boadilla y el mismo año compro a su hermano Felipe (por catorce millones de maravedís) el extenso condado de Chinchón, que se encontraban próximos al señorío de Boadilla y a la corte de Madrid.

En 1766, tras el motín de Esquilache, Carlos III se retira a Aranjuez, donde muere su madre Isabel. Luis Antonio heredó de su madre, entre otros objetos de valor, una extensa y valiosa colección de pintura que deposito en su palacio de Boadilla. Pero la muerte de su madre hizo más obvia su falta de familia propia y ello le llevó a reflexionar de forma decidida sobre la posibilidad de contraer matrimonio. Pero seguía Carlos III empecinado en que se mantuviese célibe para evitar problemas sucesorios. Con lo cual, tuvo don Luis que buscar amor y sexo lejos de la corte y en las mujeres del pueblo llano que no pusiesen en peligro su alta posición.

El rey se vio finalmente en la obligación moral de permitir el matrimonio a su hermano, aunque sin dejar de proteger los intereses de sus herederos. Le propuso así matrimonio con su propia hija María Josefa, que no se llegó a realizar.

En 1776, y ante la urgencia de su hermano, Carlos III accedió por fin a su boda pero como no quería dejar el menor resquicio, que a su muerte, pudiese aprovechar su hermano Luis Antonio (o sus hijos) para reclamar el trono, dicto una pragmática mediante la cual se apartaba del trono a todo infante que se casara con persona que no fuera de sangre real o cuyo matrimonio no fuere consentido por el rey. Y en el caso de que tal matrimonio se produjera, los hijos del infante no heredarían ni el apellido ni las armas de los Borbones.

Luis Antonio no estaba enamorado de dama alguna y la tan deseada esposa fue buscada entre las más idóneas. Inmediatamente florecieron las propuestas de jóvenes damas (una hija del duque de Parque, una sobrina del marques de Campo Real, etc.) y la elección recayó finalmente, en una modesta sobrina del marqués de San Leonardo, que vivía recogida en la casa de este en La Granja, siendo su tía la marquesa quien velando por los intereses de la joven, había aireado su candidatura.

María Teresa de Vallabriga y Rozas había nacido en Zaragoza el 6 de noviembre de 1759 (era 32 años más joven que el infante) y solo se habían visto de forma esquiva en los jardines de la Granja. La boda se celebró en la capilla del palacio de los duques de Fernandina en Olías del Rey, el 27 de junio de 1776.

Palacio del Infante don Luis, en Boadilla del Monte (Madrid)
En 1783 se trasladaron al nuevo palacio, aún en construcción, bajo la dirección deVentura Rodríguez. Al palacio se le doto de jardines, escalinata, torreones, oratorio, etc. El infante pasaba sus horas entre la caza y una gran dedicación a sus libros, sus colecciones y aficiones artísticas y científicas. Don Luís siguió acudiendo a la corte donde no podían ser recibidos ni su esposa ni sus hijos. La muerte le vino el 7 de agosto de 1785 en arenas de San Pedro (Ávila) y, en 1800, su cuerpo fue trasladado al panteón de El Escorial.

*Información extractada de: http://www.boadilla.com/pages/luis.htm


martes, 18 de abril de 2017

La venerable madre Jerónima de la Fuente


Velázquez, al retratarla, consigue una imagen rebosante de verdad y a la vez crea un modelo de santidad ejemplarizante. El retrato, que la muestra en pie sosteniendo un crucifijo con la mano derecha y un libro de oraciones -o quizás la regla de la orden- en la izquierda, fue realizado en Sevilla durante su estancia de tres semanas allí, en el mes de junio de 1620, antes de embarcar para Filipinas.

Sor Jerónima de la Fuente Yáñez, de hidalga familia toledana, fue monja franciscana en el convento de Santa Isabel de Toledo. En 1620, cuando contaba sesenta y seis años, pasó a Sevilla para embarcar con destino a Filipinas para fundar el convento de Santa Clara de la Concepción en Manila, del que fue primera abadesa y en el que murió en 1630.

La imponente imagen es testimonio de la actividad de Velázquez antes de su paso a Madrid, inmerso en el tenebrismo de raíz caravaggiesca con una fortísima caracterización bajo una cruda luz que subraya todos los accidentes del rostro y las manos, sin perdonar detalle. La energía de la monja queda maravillosamente expresada tanto en el rostro, de mirada intensa y escrutadora, como en el modo de empuñar el crucifijo, fuertemente sostenido, casi como un arma, como tantas veces se ha dicho.

El retrato responde al deseo de las monjas de conservar de alguna manera la imagen de la madre ausente, tal como atestigua la existencia de al menos dos ejemplares más del retrato, de calidad semejante. Uno de cuerpo entero, como aquí, y procedente también del convento toledano de Santa Isabel, pertenece a la colección Fernández Araoz y difiere sólo por la posición del crucifijo. Otro, de medio cuerpo, hoy en la colección Apelles de Santiago de Chile, muestra el crucifijo en la misma posición que el del Prado, aunque presenta una técnica algo más seca y dura. La prioridad entre ellos no está clara, pero quizás el de medio cuerpo preceda a los otros, que muestran más levedad de pincel.

El largo letrero biográfico que muestran tanto el del Prado como el de Fernández Araoz es claramente un añadido, pero la filacteria que aparece en este último con la inscripción Satiabor dum gloria... ficatus verit (En su gloria está mi verdadera satisfacción) que aparecía también en el del Prado, es rigurosamente auténtica y otorga al retrato una apariencia de imagen sagrada, pues las virtudes de sor Jerónima eran ya divulgadas en su tiempo, y entre sus hermanas de claustro y orden tenía fama de santidad e incluso se llegó, a su muerte, a pensar en canonizarla.

El retrato estaba en el convento, atribuido a Luis Tristán. Fue descubierto con ocasión de la exposición franciscana de 1926, y, al restaurarlo, apareció la firma y la fecha (Texto extractado de Pérez Sánchez, A. E. en: El retrato español. Del Greco a Picasso, Museo Nacional del Prado, 2004, pp. 342-343). 

El convento de Santa Clara

La fundación del convento de Santa Clara en 1621 fue todo un acontecimiento     en la ciudad de Manila.

Convento de Santa Clara (Filipinas)
Fue el empeño particular de algunos vecinos que pusieron todos los medios a su alcance en medio de la oposición del gobierno superior, temeroso de que la clausura atrajera a mujeres casaderas en una ciudad donde tanto faltaban. Fue el maese de campo y alcalde ordinario de Manila, Pedro de Chaves, el que marchó a España a pedirle a la Madre Jerónima de la Asunción que viajara con él a Manila para fundar un convento de clarisas. La Madre Jerónima vivía en el convento de clarisas en Toledo desde hacía cincuenta años y gozaba de fama de santidad. 

Se conserva un retrato suyo que le hizo Velázquez en Sevilla, donde estuvo unos días para embarcarse rumbo a Filipinas. El viaje fue arduo y largo y cuando la fundadora llegó con sus monjas a la capital del archipiélago, su benefactor había muerto. Fue su viuda, Ana de Vera, quien tomó como propia la empresa que había iniciado su marido. Buscó alojamiento a las clarisas hasta que acabaran las obras del convento y se ocupó de que estuvieran bien cuidadas.

LIBRO RECOMENDADO: La historiadora Balbina Caviró, VI Premio Hidalgos de España en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria presenta en su obra un recorrido vital por Toledo y su sociedad, desde el siglo IV hasta el XVII, a través de más de cincuenta biografías de mujeres que destacaron de forma significativa en su época. El trabajo une genealogía y heráldica, arte y costumbres, y en él aparecen personajes de los linajes Alfonso, Meneses, Orozco, Ayala, Barroso, Meléndez, Silva, Castilla, Guzmán, Enríquez, Pacheco, Ribera, Niño, Rojas y otros muchos, con sus luces y sus sombras. La historiadora Balbina Caviró, VI Premio Hidalgos de España en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria

Asimismo, la autora destaca el papel de estas señoras en la fundación y desarrollo de varios conventos de la ciudad, que guardan su memoria en archivos, orfebrería y numerosas obras de arte que demuestran la importancia de estas mujeres.

viernes, 14 de abril de 2017

Fernando Huidobro Polanco. Capellán y legionario


El 11 de abril de 1937 (hace 80 años) murió el capellán de la Legión Fernando Huidobro, que volvió a España al estallar la guerra Civil para ejercer su sacerdocio en el frente. Su entrega y valentía es reconocida desde entonces a quien nunca empuñó un arma, alentó a todos y fue compasivo con el enemigo. 

El Padre Huidobro fue un joven jesuita que, como Capellán Castrense, ayudaba a los Legionarios en la guerra Civil asistiéndoles espiritualmente, igual que al resto de los soldados que caían heridos en el campo de batalla, de cualquiera de los dos bandos. Murió cumpliendo con su misión de asistencia a los militares, muy cerca de Moncloa, en el km 8,800 de la carretera de La Coruña, donde tiene erigido un Monumento.

Fernando Huidobro Polanco, hijo de José Huidobro y Ortiz de la Torre y de María Polanco y Bustamante, nació en Santander en 1903, en el seno de una familia santanderina hidalga, muy conservadora y muy católica. Su infancia y adolescencia van a estar marcadas por diferentes traslados. El primero de ellos se produjo en 1908, cuando Fernando junto a sus padres y sus ocho hermanos, se trasladó a Melilla, ya que su padre era Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, y fue elegido por la Compañía Transatlántica para dirigir la construcción del nuevo Puerto de aquella ciudad. El segundo traslado familiar se produjo en 1911, en esta ocasión a Madrid, donde Fernando completó su formación escolar y acabó el Bachillerato obteniendo excelente puntuación. A pesar de que había decidido ingresar en la Compañía de Jesús, estudió la carrera de Filosofía y Letras, para no contrariar a su madre. Su padre murió en  septiembre en 1916.

Aunque ya, desde 1919,  pertenecía a los jesuitas, tuvo que acudir al examen de doctorado vestido de civil, pues, en 1931, corrían malos tiempos para los clérigos. Uno de los miembros del tribunal examinador era nada menos que Julián Besteiro, catedrático de la Universidad Central de Madrid y entonces secretario general del PSOE. Tras contestar en el examen oral sobre las teorías de Kant, fue calificado como sobresaliente y felicitado por el tribunal.

En 1932, el Gobierno de la II República, como habían hecho otros anteriormente en España, decretó la expulsión de los jesuitas.  A él le pilló destinado en el monasterio de Oña (Burgos) y allí se presentó nada menos que el gobernador civil de la provincia, acompañado por varios mientras de la Guardia Civil, obligándoles a entrar en un autobús, con el que atravesaron la frontera francesa. Su destino final fue Bélgica, donde residió varios años, y Holanda, donde, más adelante, fue nombrado diácono.

Carné universitario de Fernando Huidobro en Friburgo

Al comienzo de la guerra Civil escribe al general de su orden (fundada por San Ingancio de Loyola), pidiendo que le permitan volver a España para ayudar, en lo posible, como capellán militar. En agosto de 1936 le otorgan el permiso y a finales del mismo mes se halla en Pamplona, desde donde se traslada a Cáceres, donde radicaba en ese momento el cuartel general de Franco. Ante él se presenta y es destinado a la IV Bandera "Cristo de Lepanto" de la Legión, en la columna Castejón, que se hallaba por entonces en Talavera de la Reina (Toledo). Era muy popular entre los soldados, porque, a pesar de tener, como Capellán, graduación de oficial, prefería estar entre ellos y comer el mismo rancho.

Libro sobre la vida del Padre Huidobro

En noviembre se encontraba en la Casa de Campo y una bala le perforó una pierna, le pusieron un torniquete y se mantuvo en su puesto atendiendo espiritualmente a los combatientes. Recuperado de la herida, se reincorporó a su unidad, que ahora luchaba en el Hospital Clínico de Madrid. Allí le pilló, sin consecuencias para él, la voladura de los cimientos de este hospital, realizada por los milicianos.

Monolito en su memoria (Ctra. de la Coruña/Madrid)

Después de múltiples combates en ese frente, el domingo 11/04/1937 el padre resultó, muerto en una contraofensiva republicana, alcanzado, supuestamente, por un proyectil de artillería que explotó en un puesto de socorro, justo a la entrada de Aravaca, en la famosa Cuesta de las Perdices* (Avda. del Padre Huidobro), junto a la actual autovía A-6 (Madrid-A Coruña). En el punto kilométrico 8,6 se ha levantado un “monolito” en su memoria. 

Capellán de la Bandera «Cristo de Lepanto» IV de la Legión

*Ha sido escenario de batallas en la guerra Civil y junto a ella se encuentra el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y el Hipódromo de la Zarzuela. Se dice que el Rey Alfonso XIII gustaba de subir a este alto para abatir algunos perdices, que allí eran frecuentes. Este mismo rey consiguió otro triunfo deportivo con su H6 de la Hispano-Suiza, que coronó la cuesta a una velocidad media de 102 km/h, todo un record para la época.
 

martes, 11 de abril de 2017

Luís de Barrio, un capitán de Villafáfila al que mataron los indios en México


Los Barrio eran una familia de hidalgos de Villafáfila (Zamora), descendientes de Martín de Barrio, criado del Conde de Benavente, originario de Sanabria, que se casó y asentó en la villa terracampina a mediados del siglo XV, y murió en 1473 y estaba enterrado en una sepultura de bulto en alabastro en la iglesia de San Martín. Sus descendendientes sirvieron a los Pimentel en su casa y en sus campañas militares.
 
 
El capitán Luis de Barrio, era nieto de Martín, hijo de Luis de Barrio y de Leonor de Hormaza, de Zamora. Por parte materna tuvo relaciones con diversos protagonistas de acciones en los primeros años de la colonización americana. Era hija  de Alvaro González Borregán y de María Costilla, vecinos de Zamora y parienta del licenciado Rodrigo de Figueroa, que había sido Alcalde Mayor en Villafáfila y fue nombrado gobernador de la Isla Española en 1518. En 1510 había pasado a las Indias Diego Costillas, hijo de Juan de Ormaza y de Beatriz de Mella, primo de Luís. Por parte de sus hermanos, Martín, casado con María de Ordás, e Inés, casada con Alvaro de Ordás, ambos de Castroverde (Zamora), emparentados con el comendador Diego de Ordás, uno de los primeros conquistadores de México tuvo que tener mucha relación e informaciones de sus aventuras en el Nuevo Mundo.

Todo ello le impulsa a emprender la aventura americana para alcanzar fama y fortuna.  No tenemos referencia de su fecha de embarque para Las Indias, pues no figura en el catálogo de pasajeros a Indias, pero su partida debió de suceder en el año 1525. Antes del 3 de septiembre de 1525, Cortés envía a la provincia de los Zapotecas “tres capitanías de gente que entren en ella por tres partes” (Hernán Cortés. Cartas de la Conquista de México. Carta Quinta), y antes de 1527 ya había muerto (Bernal Díaz del Castillo).

Hay diversas referencias de su origen, de su trayectoria y de su destino por una información que se llevó a cabo en Castroverde de Campos a instancias de un sobrino suyo, Alvaro de Ordás, en 1533, con el objeto de presentarla a en la Corte para obtener algún beneficio eclesiástico en las Indias. Este Alvaro de Ordás era hijo de un Diego de Ordás, un hidalgo vecino de Castroverde, emparentado con el conquistador del mismo nombre, y de Inés de Barrio, natural de Villafáfila, hija de Luis de Barrio, el viejo, por tanto hermana del capitán.

Lagunas de Villafáfila (Zamora)
Debió de nacer en la década de los 90 del siglo XV y sirvió al rey en la guerra de las comunidades “fue capitán en estos reinos en tiempo de las comunidades”, Juan Zapata de 60 años, “sabe e vio que el dicho Luis de Barrio en tiempo de las comunidades hera llamado capitán de çiertos soldados e asy lo vio este testigo venyendo a esta villa [Castroverde]”. Después del conflicto civil de Castilla fue enviado a Flandes como capitán bajo la coronelía de Pizarro, posteriormente sirvió en Perpiñán como maestro de campo, y en el sitio de Fuenterrabía con el oficio de Barrachel Mayor de Campo, hasta que esta ciudad se tomó por las tropas españolas en 1525. También había servido en Italia como recuerda Bernardo de Alija: “conoçió al dicho Luys de Barrio syendo capitán de gente de la Guardas en Ytalia”.

Con esta carrera militar negoció una provisión en la corte para pasar a las Indias “con provisión e liçençia de Su Magestad, que negoçió, se pasó a le servir en las Indias e la Nueva España, donde fue proveido de capitán por Hernando Cortés, gobernador de la dicha tierra” y en ella el rey “le mandava que le diese cargo conforme a la provisión de Su Magestad, e conforme a su persona y a lo mucho que le avia servido en estas partes”, así lo refiere Miguel Rodríguez de 57 años: “vio carta del dicho Luys de Barrio por la que desya como Su Magestad le proveya de poderes para pasar donde estava Hernando Cortés en la Yndias y este tº vyo que en la mesma carta desía que Su Magestad mandava a Hernando Cortés le diese cargo donde su persona toviese que ver, porque acá le avía servido e porque acá no avía a la presente en que le dar cargo”.

En 1526 figura un Luis de Barrio como regidor de la ciudad de México, por lo que es de suponer que la mencionada carta surtiera su efecto. En 30 de noviembre de 1525 figura una obligación “de Luís de Barrio, estante en Tenustitán” de reconocimiento de una deuda contraída, posiblemente para instalarse en la ciudad.

Su estancia en la Nueva España fue breve, pues pronto halló la muerte “el dicho Hernando Cortés le inbió por capitán a la conquista de los Çapotecas e Mijes, que heran montañas e gentes ásperas, donde le mataron saliéndole a resistir unos indios, y por no ser de los suyos tan prontamente socorrido”  “el dicho capitán Luis de Barrio no le dieron otros indios ni repartimiento alguno en la dicha Nueva España, ni otra merced ni remuneraçión alguna por sus serviçios que hizo, ni salario ni acostamiento alguno en las dichas partes por lo que servió en estos reinos y en las dichas islas por anteçiparle la muerte”.

Su presencia en Méjico se rastrea por otros testimonios, uno tan autorizado como el del cronista medinense, Bernal Díaz del Castillo, “[el tesorero Alonso de Estrada, a la sazón gobernador de Nueva España, mientras Cortés estaba en entredicho] envió a conquistar y pacificar los pueblos de los zapotecas e miges, y que fuesen por dos partes para que mejor los pudiesen atraer de paz, que fue por la parte de la banda del norte envió a un Fulano de Barrios, que decían que había sido capitán en Italia y que era muy esforzado, que nuevamente había venido de Castilla a Méjico, no digo por Barrios el de Sevilla, el cuñado que fue de Cortés, y le dio cient soldados, y entre ellos muchos escopeteros y ballesteros; y llegado este capitán con sus soldados a los pueblos de los zapotecas, que se decían los tiltepeques, una noche salen los indios naturales de aquellos pueblos y dan sobre el capitán y sus soldados, y tan de repente dieron en ellos, que matan al capitan Barrios y a otros siete soldados, y a todos los más hirieron, y si de presto no tomaran calzas de Villadiego y se vinieran acoger a unos pueblos de paz, todos murieran allí. Verán cuanto va de los conquistadores viejos a los nuevamente venidos de Castilla, que no saben que cosa es guerra de indios ni sus astucias. En esto paró aquella conquista”.

La muerte del capitán Luis de Barrio debió de acontecer a finales de 1526 y como murió pobre, su sepultura, entierro y misas fueron pagados por el administrador de Diego de Ordás en México, aunque se quedó con sus vestidos como únicos bienes que dejó en aquella tierra a la que fue en busca de honra y riqueza.


El Tesoro de Villafáfila 

El conocido comúnmente como el "Tesoro de Villafáfila", esta formado por tres cruces de planta griega, de origen visigodo. La importancia de este conjunto de orfebrería visigoda estriba en la escasez de este tipo de restos en toda la Península Ibérica, siendo escasos los ejemplos de orfebrería visigoda que nos encontramos, en relación con los diferentes santuarios visigodos. Así por ejemplo contamos con los famosos tesoros de Guarrazar (Toledo) y Torredonjimeno (Jaén).
 
Estas tres cruces, similares a las de Guarrazar, recortadas en láminas, y con diferentes engastes para ser colgadas. Se encuentran depositadas en el Museo Provincial de Zamora. 

Este tipo de manifestaciones nos hablan de la importancia y riqueza de la provincia de Zamora durante el periodo tardoantiguo y visigodo, junto con otros importantes elementos como la iglesia de San Pedro de la Nave, o diferentes núcleos de población como El Cristo de San Esteban (Muelas del Pan), El Castillón (Santa Eulalia de Tábara) y el yacimiento de El Judío en Zamora.

sábado, 8 de abril de 2017

Manuel Luis de Zañartu e Iriarte. Vasco ilustre. El corregidor de hierro


Su obstinación, su dureza y su carácter excéntrico, lo convirtieron en una figura de las más interesantes y enigmáticas del pasado colonial de Chile.

Su fama se debió a la crudeza de sus procedimientos para contener el pillaje y la comisión de delitos y por la construcción de numerosas obras públicas en la ciudad de Santiago, capital del Reino de Chile.


Manuel Luis de Zañartu nació en Oñate, Guipúzcoa, en 1723, el feudo ancestral de los Velas y Guevaras. Hijo de José de Zañartu y Palacios y Antonia de Iriarte y Lizarralde, perteneció a una familia de nobleza vizcaína; de hecho, parte de sus ancestros ocuparon puestos concejiles en su pueblo natal, los cuales antaño estaban reservados a personas que acreditaran ser hidalgos. El progenitor era un próspero comerciante de productos agrícolas, y poseía graneros y bodegas en Valparaíso y tierras cerca de lo que ahora se llama Concón las cuales le fueron concedidas por el virrey de la época. .Murió en Santiago de Chile en 1782; siendo sepultado en el convento del Carmen de San Rafael, conocido después como “el Carmen Bajo”.

Luis Manuel llegó a Chile junto a sus padres y tíos en 1730. Ese mismo año fue puesto bajo la dirección de un preceptor jesuita, para después educarse en el Convictorio Jesuita de Santiago. Al cabo de cierto tiempo, fallecieron sus padres y, como único hijo, se convirtió en su heredero universal, transformándose en uno de los sujetos más ricos del reino.

El joven Luis Manuel recibió noticia de su hermana Margarita, de que sus heredades en España habían sido gravadas con los acostumbrados impuestos cobrados a los pecheros (no nobles), lo cual la indignó. Por esto, en abril de 1755 se resolvió viajar a España con el objeto de demostrar su calidad social y, con ello, impugnar y dejar sin efecto el cobro de tales gravámenes. Así, pues, en 1757 Zañartu otorgó poder al presbítero Juan José de Araos y Otálora para que lo representase ante el ayuntamiento de Oñate, y entablase juicio de ejecutoria de nobleza. Logró su cometido y fue declarado "caballero hijodalgo de casa y solar conocido"; a la vez, obtuvo que se suspendiera el impuesto sobre sus bienes.

Retrato del corregidor con su esposa y escudos de armas de ambos
Al año siguiente regresó a Chile, trayendo diversos artículos y mercaderías; luego, contrajo matrimonio en Santiago, el 24 de septiembre de 1758, con María del Carmen Errázuriz y Madariaga, natural de dicha ciudad, hija de Francisco Javier de Errázuriz y Larraín (el fundador de su linaje en Chile) y de María del Loreto Madariaga y Lecuna Jáuregui. De este matrimonio nacerían dos hijas: Teresa de Jesús Rafaela (nacida en 1759) y María de los Dolores (nacida en 1761), a quienes su padre confinó de por vida en un convento de la capital chilena. Poco tiempo después, su esposa falleció.

Zañartu, preocupado por el futuro de sus hijas, discurrió que lo mejor para ellas sería tomar los hábitos. En 1776, obtuvo permiso del Rey para fundar un nuevo convento, y él mismo financió las obras y dirigió la construcción del monasterio y de la iglesia.

En 1780, cuando los edificios estuvieron terminados, sus dos hijas -de 11 y 9 años de edad- fueron trasladadas al convento que se denominaba del Carmen Bajo y 7 años después fueron obligadas a profesar. Las dos niñas ingresaron a la orden con una cuantiosa dote proporcionada por su padre.

Así, el joven Luís Manuel, una vez autenticada la nobleza de su familia se inició en el comercio, pero lo que le daría fama en la historia de Chile sería su labor como corregidor de la ciudad capital del Reino, cargo en el que lo nombró el Gobernador Antonio de Guill y Gonzaga (11 de diciembre de 1762).

En 1762, el gobernador de Chile extendió a Zañartu el nombramiento de corregidor de Santiago, cargo que lo convertiría en una de los hombres más duros, famosos y enigmáticos de la historia de este país sudamericano. Unió a este empleo los títulos honoríficos de Justicia Mayor y Lugarteniente de Capitán General, situación que lo habilitaba para portar bastón de mando y le confería poder militar. Zañartu usó ampliamente estos poderes con mano firme e hizo caso omiso a las fuertes críticas de los vecinos de los cuales fue víctima, por lo cual recibió el apodo de “el corregidor de hierro”.

Cuando asumió su cargo, Santiago había caído en cierto grado de corrupción, violencia casi cotidiana y falta de higiene, que hacían de este un lugar poco grato para habitar, lo que aprovechó Zañartu para elaborar un programa que comprendía la realización de un plan de obras públicas necesarias y que además servirían para dar trabajo remunerado a ociosos, vagos y maleantes, que en aquellos tiempos pululaban por las calles de Santiago. De ahí que surgiera la necesidad de reformular las pautas de convivencia urbana y de imponer drásticamente un nuevo ordenamiento tanto urbano como social. Zañartu se propuso como meta revertir el estado de las cosas en Santiago y definió un medio de acción: la firmeza de la autoridad para con los alteradores del orden público.

Su programa tuvo un gran éxito, lo que le valió para ser ascendido a Coronel del Regimiento de Infantería de Milicias de Santiago en 1778. También lo designó albacea testamentario con la expresa cláusula que lo liberaba de rendir cuentas. Pero mas allá de su eficacia en la planificación, lo que le hizo ganar celebridad, fue el mantenimiento del orden público en la ciudad y su esmero en inculcar en las muchedumbres los buenos hábitos de moralidad y decencia harto olvidados en el Santiago de la época, en especial entre negros y mulatos, pero también entre individuos de más alta alcurnia que en algo se desmandaban y cuyas buenas costumbres habían caído en el relajamiento.

Puente de Cal y Canto
Durante su regencia emprendió un vasto plan de obras públicas, que además de necesarias, embellecerían la ciudad y proporcionarían una fuente de trabajo para los desocupados, evitándose así un foco de delincuencia. Muchas fueron las obras en las que, de un modo u otro, intervino el corregidor Zañartu. Entre ellas, se pueden nombrar las mejoras introducidas en el sistema de abastecimiento de agua potable, la construcción de nuevos tajamares en el río Mapocho y la edificación de refugios en plena cordillera. La de mayor envergadura de todas y también la más perdurable, fue el Puente de Cal y Canto (202 m), una obra inaugurada en 1782 que prestó servicios durante más de 100 años, hasta que fue demolido mediant su minado en 1888.