viernes, 29 de mayo de 2020

Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa



Instituida por el Rey Carlos IV en 1792, en honor de Su Augusta Esposa, la Reina María Luisa, para que la reina "tenga un modo más de mostrar su benevolencia á las personas nobles de su sexo que se distinguieren por sus servicios, prendas y calidades".

Se estableció en treinta el número de Damas de la Orden, excluyendo a la propia Reina y a las mujeres de su familia. Protector y patrón de la Orden son San Fernando y San Luis, rey de Francia.

La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa fue instituida por Carlos IV, por Real Decreto, en 21 de Abril de 1792, en honor de esposa, la reina María Luisa de Borbón Parma, a quien cedió el derecho de elegir y nombrar las Damas; derecho que por Decreto de 25 de Octubre de 1816 confirmó a su esposa Fernando VII, mandando imprimir los Estatutos, variados ya por Decretos expedidos en 1796 y en 1800, fijando el número de Damas en 30, pero dejando a S.M. la Reina el derecho de aumentarlo cuando lo juzgare conveniente (de hecho, el primer año ingresaron 43 mujeres, 11 de la Casa de Borbón o de Braganza y 32 de la alta nobleza), y concediendo a las Damas el tratamiento de Excelencia, que es extensivo a sus maridos.


El hidalgo y abogado del Ilustre Colegio de Madrid, nacido en Santiago de Compostela en 1763. José de Vallugera y Núñez Bermúdez de Castro Acevedo y Silva presentó un proyecto para la creación de una Orden de Damas Nobles en 1791, que fue aprobado en apenas un año. La razón principal que esgrimía este personaje era la necesidad de distinguir a la mujer noble de otras señoras, porque la pomposidad de los vestidos de la época podía confundir a unas de las otras, tanto en la vida social como en los retratos. La Orden, de supremo honor y distinción, estaba destinada para recompensar a las damas nobles que por sus servicios, pruebas de adhesión a la familia real y por sus virtudes se hiciesen acreedoras de ellas. En virtud de sus estatutos debían visitar, al menos una vez al mes, uno de los hospitales públicos de mujeres u otro establecimiento similar, casa de asilo o de beneficencia, y celebrar o asistir todos los años a una misa para el descanso del alma de las damas fallecidas de la Orden. La reina de España ejercía la dignidad de “Gran Maestre” a imitación de las tradicionales corporaciones cruzadas europeas.

El 15 de  marzo de 1974 se aprobaron sus estatutos, encomendano su administración a un Ministro Secretario, dependiente de la Primera Secretaría de Estado. La Orden fue fundada para conmemorar el nacimiento de Felipe María Francisco de Borbón (1792-1794) ocurrido en marzo de 1792 y la promoción de 1794 tuvo por objeto solemnizar el nacimiento del infante Francisco de Paula Antonio (1794-1865), duque de Cádiz. Desde 1793 se concedía a damas de otras Cortes europeas, de manera que la ostentaron familias reinantes de Brasil y Parma, las princesas de Sajonia y Portugal, las casas de Nápoles, Cerdeña y Austria y el mismo Napoleón Bonaparte la solicitó para la emperatriz Josefina y para su hermana la duquesa de Berg. Poseer esta banda de la Orden de Damas Nobles era mostrarse socialmente en la cumbre del honor de una mujer en aquella época. Listado de Damas.

Las insignias son: una Banda de tres fajas, la del centro blanca, y las exteriores moradas; esta banda se lleva terciada desde el hombro derecho al lado izquierdo, de cuya atadura penderá una cruz de ocho puntas de oro y esmalte, cuyo centro será un óvalo con la imagen de San Fernando (Patrono y protector de la Orden), y entre los brazos de la cruz dos castillos y dos leones contrapuestos: el reverso lleva una cifra con las iniciales de la Reina María Luisa, en cuyo contorno dice: "Real Orden de la Reina María Luisa".

 

Dicha institución se extendió a las Indias, y en Nueva España, doña María Guadalupe de Moncada y Berrio encargó a Jerónimo Antonio Gil que acuñase una medalla conmemorativa de la fundación de esta importante institución cortesana. 



Medalla de cobre dorado conmemorativa de la Orden de María Luisa. Anverso: busto de la reina María Luisa de perfil a la derecha con larga cabellera, rizos y diadema en la cabeza; leyenda MARIA LUISA REINA AUGUSTA. Reverso: la Reina entronizada imponiendo a sus damas las insignias de su Orden; DISTINGE . PREMIA . LA . VIRTUD . Y . NOBLEZA . DE . SU . SEXO, en exergo, en cuatro líneas RL . ORDEN . ESPAÑOLA . DE . DAMAS . NOBLES . DE . LAREINA . MARIA . LUISA . FUNDADA . PR . S . M . ACONSECUENCIA . DERL . DECRETO . DE . 21 . DE . ABRIL . DE1792

La Orden está en vigor desde su creación –quitando el paréntesis de la II República- aunque en desuso. No está ni abolida, ni extinguida. Desde que D. Juan Carlos asumiera la Jefatura del Estado no ha concedido ninguna. En 1962 se le concedió a D. ª Sofía con motivo de su compromiso matrimonial con D. Juan Carlos.

Enlace a la Biblioteca Virtual de Madrid:  estatutos de la Orden, tras su reforma de 1816

 
Para saber más: CEBALLOS-ESCALERA Y GILA, Alfonso de. La Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa, Editorial Palafox y Pezuela, Madrid, 1998.

GIJÓN GRANADOS Juan de Ávila, La Casa de Borbón y las órdenes militares durante el Siglo XVIII (1700-1809). Tesis doctoral dirigida por María Victoria López-Cordón Cortezo  Universidad Complutense de Madrid, 2008.

viernes, 22 de mayo de 2020

Juan Manuel de Rosas. Principal caudillo de la Confederación Argentina


Militar y político argentino que, en el año 1829, tras derrotar al general Juan Lavalle, fue gobernador de la provincia de Buenos Aires, llegando a ser, entre 1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina.

Su influencia sobre la historia argentina fue tal que el período marcado por su dominio de la política nacional es llamado a menudo época de Rosas.

Juan Manuel (José Domingo) Ortiz de Rozas y López de Osornio nació el 30 de marzo de 1793 en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, en el seno de una de las familias más destacadas de Buenos Aires. Era hijo primogénito del militar León Ortiz de Rozas (Buenos Aires, 1760 - ib., 1839) —cuyo padre era Domingo Ortiz de Rozas y Rodillo y su abuelo Bartolomé Ortiz de Rozas y García de Villasuso. León era, por tanto, sobrino nieto del conde Domingo Ortiz de Rozas, gobernador de Buenos Aires de 1742 a 1745 y capitán general de Chile desde 1746 hasta 1755, por lo cual pertenecía al linaje de los Ortiz de Rozas* que tienen su origen en el pueblo de Rozas del valle de Soba, en la Montaña de Castilla la Vieja -actual Cantabria- perteneciente a la Corona de España. La estanciera Agustina López de Osornio, hija de Clemente López de Osornio, era la madre.


La Familia Ortiz de Rozas ha tenido muchos distinguidos miembros, entre los que destaca el Capitán del Regimiento Fijo de Buenos Aires, Don Leon Ortiz de Rozas, padre del Restaurador de las Leyes, el Brigadier General Juan Manuel de Rosas, Gervasio, Prudencio, Manuelita y Agustina. Juan Manuel se había quitado el Ortiz de encima por una reyerta familiar y también cambió una "z" por "s" en Rozas, algo que era común en la época, por gusto, por política, por enemistad o por conveniencia.

Manuelita Rosas
Juan Manuel se casó, en 1807, con Encarnación Ezcurra y Arguibel a los veinte años, pero como sus padres se oponían, Encarnación se hizo pasar por embarazada. Con ella tuvo tres hijos: Juan, María (muerta de niña) y Manuela Robustiana "Manuelita". Pedro Rosas y Belgrano, fue su hijo adoptivo. Tuvo varias amantes: María Eugenia Castro y Juanita Sosa.

Fue hermano de Prudencio Ortíz de Rozas, también militar.

Juan Manuel de Rosas se incorporó muy joven, en 1806, al ejército que hizo frente a la segunda invasión británica de Argentina, pero no intervino en las luchas por la independencia. Retirado al campo, se convirtió en un gran propietario ganadero de la Pampa (enriquecido con la ganadería y la exportación de carne de vacuno cuando el virreinato del Río de la Plata luchaba por su emancipación de España), organizando en su estancia un ejército personal –Los Colorados del Monte– para combatir a los indios, ajeno en un principio a los enfrentamientos civiles entre unitaristas y federalistas que habían de marcar las primeras décadas de la Argentina independiente.

En 1828, al ser derrocado y ejecutado por los unitarios el gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas encabezó un levantamiento popular que triunfó en Buenos Aires y en el resto del litoral, mientras que las provincias del interior permanecían en el campo unitario. Tras ser capturado el general unitario José María Paz, el interior fue reconquistado y Argentina volvió a la unidad bajo la égida de los caudillos federalistas Juan Manuel de Rosas, Estanislao López y Facundo Quiroga.

Entre 1829 y 1832 ejerció como gobernador de Buenos Aires, puesto al que renunció por no concedérsele poderes absolutos. Dejó el cargo a un hombre de su confianza, Juan Ramón Balcarce, aunque siguió dominando la situación como comandante en jefe del ejército. Nuevamente gobernador de Buenos Aires en 1835, ahora con plenos poderes, Rosas tuvo que hacer frente al malestar provocado por el bloqueo de la armada francesa (1837) y al enfrentamiento con la Confederación Perú-Boliviana.

Fundó el Partido Restaurador Apostólico, y apoyado por la Sociedad Popular Restauradora, conocida como 'La Mazorca', formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la Confederación. En el año 1843 intervino en la guerra civil de Uruguay. Gran Bretaña y Francia tomaron represalias imponiendo bloqueos a Buenos Aires (1838-1840 y 1845-1850).

Con el apoyo francés, el unitarista Juan Lavalle organizó un ejército de descontentos que avanzó hacia Buenos Aires. Sin embargo, Rosas, tras lograr un tratado con Francia, reconquistó el interior, donde nombró gobernadores adictos. De este modo, en 1842 alcanzó un poder absoluto sobre el territorio nacional, se autoproclamó «tirano ungido por Dios para salvar a la patria» y disolvió la Cámara de Representantes. Apoyándose en las masas federales (campesinos, gauchos, negros), organizó el Partido Restaurador Apostólico y mantuvo al país en una perenne cruzada contra los unitarios, exterminando a sus enemigos.

Su gobierno dictatorial logró la estabilidad política interna, mantuvo la integridad nacional y favoreció el crecimiento económico. Intervino en los conflictos internos de Uruguay, apoyando al conservador Manuel Oribe contra el liberal José Fructuoso Rivera. Sitió Montevideo, pero los británicos obligaron a la escuadra argentina a levantar el bloqueo. Argentina tuvo que sufrir entonces la intervención de los británicos y los franceses, que bloquearon Buenos Aires (1845) y organizaron una expedición para penetrar por Paraná.

Aunque los intervencionistas no consiguieron derrocar a Rosas, en 1850 Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, se rebeló con el apoyo de los unitarios y de los Gobiernos de Brasil y de Montevideo, invadió Santa Fe, marchó sobre Buenos Aires con el denominado "Ejército Grande" y derrotó a las tropas de Rosas en la batallade Caseros (3/febrero/1852). Rosas, cuya base popular se había visto deteriorada por la política fiscal que cargaba la financiación del déficit sobre las clases más humildes, huyó entonces a Gran Bretaña, donde se dedicó a las tares rurales hasta su muerte; en 1857 fue juzgado y condenado a muerte en rebeldía por el Senado y la Cámara de Representantes. 

Batalla de Caseros
Perdida toda su influencia, pasó los últimos veinte años de su vida en el exilio, muriendo en Southampton, el 14 de marzo de 1877. Antes de su muerte, redacta un testamento político, en el cual asume todas las responsabilidades de los fracasos de su gobierno.

*El origen y la hidalguía del apellido Ortiz de Rozas, transformado a "de Rosas"



Carlos Calvo: "Nobiliario del Antiguo Verreynato del Río de la Plata", Familia Ortiz de Rozas, páginas 149 a 156, Buenos Aires, Argentina, Año 1939.

Este apellido se origino en el Valle de Soba, en la ciudad de Rozas, situada en Cantabria, en la que aún existe la antigua casa de Rozas.
Domingo Ortiz de Rozas
La descendencia se remonta al Caballero Ortiz, descendiente del Duque de Normandía, que cruzo los Pirineos para luchar contra los moros. Algunos de sus familiares se radicaron en el pueblo de Rozas. Fue allí donde Rodrigo Ortiz, regidor perpetuo de la villa de Rozas, se caso a mediados del siglo XVI, con Dona Ana Ezquerra de Rozas, Señora de la Casa de Rozas y de la Torre de Trueba, quienes tuvieron por hijos a los primeros Ortiz de Rozas, Maria y Pedro. Uno de los hijos de Pedro Ortiz de Rozas, Urbano Ortiz de Rozas y Fernandez de Soto, nacido a principios de 1645, fue regidor de la Villa de Rozas, se caso con Isabel Garcia de Villasuso y tuvieron cinco hijos, tres varones y dos mujeres. El segundo hijo de esta familia, Domingo, nacido en 1683, fue el primer Ortiz de Rozas que se fue a América, con uno de sus sobrinos quien era su secretario, alcanzando el grado de Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, y en 1737 el de Gobernador y Capitán General de la ciudad de la Santísima Trinidad del Puerto de Buenos Aires, otorgándosele mas tarde el titulo de Conde de Poblaciones, en premio a su labor administrativa y fundación de ciudades en el Virreinato del Rio de la Plata.

Un hermano de Domingo Ortiz de Rozas, Bartolomé Ortiz de Rozas y Garcia de Villasuso, también nacido en la ciudad de Rozas en 1689, y quien se había casado en Sevilla con Dona Maria Antonia Rodillo de Brizuela, fue el bisabuelo del Brigadier General Juan Manuel de Rosas.

martes, 19 de mayo de 2020

Servando Gómez de la Cortina. Uno de lo emigrantes más acaudalados de Nueva España. I Conde de la Cortina



Emigrante cántabro que llegó a ser uno de los más acaudalados de su época en Nueva España. Caballero de Santiago y Primer conde de la Cortina.

Servando Gómez de la Cortina nació el 23 de octubre del año 1741, en el pueblo de Cosgaya (Liébana, Cantabria), en el seno de una familia hidalga de mediana fortuna. Era hijo legítimo de Tomás Gómez de la Cortina y de Ana García de la Cortina, quienes se habían casado hacia1731. Casó, en 1775, con María de la Paz Gómez Rodríguez de Pedroso, natural de México, rica heredera 22 años más joven que él, y este matrimonio tuvo una única hija: María Ana Gómez de la Cortina, nacida en México el año 1779, que fue su sucesora y segunda condesa de la Cortina, casada en 1795 con su primo Vicente Gómez de la Cortina y Salceda.


María Ana enviudó a finales de 1842, a partir de entonces, inició la empresa de fundar en México el Instituto de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul. El 9 de octubre de 1843, obtuvo el permiso correspondiente por parte del presidente Antonio López de Santa Anna. De esta manera, el 15 de noviembre de 1844, llegaron a México once hermanas fundadoras, incluida la madre superiora, sor Agustina Inza.


Los Gómez de la Cortina constituían una familia con bienes. Los testamentos de los bisabuelos de Servando prueban la preocupación de éstos por que sus diversas posesiones —algunas de las cuales estaban vinculadas en mayorazgo— quedaran distribuidas de acuerdo con su voluntad. Además, según las investigaciones hechas por funcionarios del Santo Oficio de la Inquisición sobre la familia Gómez de la Cortina, ésta era reconocida por los habitantes de Cosgaya como la principal de esa población, y sus antepasados habían ocupado los cargos públicos más honrosos.

Unos años antes del nacimiento de Servando, en el año 1737, su tío don José Gómez de la Cortina había emprendido su marcha hacia México en busca de fortuna, con enorme éxito, y al no haber tenido familia y viendo que necesitaba a alguien en quien confiar y por quien trabajar, se fijó en el joven Servando, su sobrino. De esta manera, empujado y animado por su tío, Servando llegó a Verazcruz, hacia 1760, para establecerse siempre a la sombra de su tío y llegar a ser el sucesor del mayorazgo que había fundado, vinculado a las grandes haciendas mexicanas de San Francisco de Tlahuelipán y Santa Bárbara.

Vicente Gómez de la Cortina, sobrino de Servando, su esposa e hijos
A la vez que atendía estas haciendas, Servando tuvo otras ocupaciones. Fue familiar del Santo Oficio, capitán del Regimiento de Milicias Urbanas de la ciudad de México, ascendiendo luego a coronel de las Milicias Provinciales y fue investido con el hábito de Caballero de la Orden de Santiago. Con fecha 15 de enero de 1783, el Rey Carlos III le concede el título de Castilla “para sí y sus hijos” con la nominación de Conde de la Cortina tras abonar 10.000 pesos por el impuesto de “Las lanzas y medias annatas”, en premio a que auxilió económicamente a la Corona española, con más de medio millón de pesos —entre préstamos y donativos— cuando ésta se encontraba en momentos difíciles por los conflictos bélicos con otras potencias. 
Por cuanto por parte de vos D. Servando Gómez de la Cortina, Capitán del Regimiento de las milicias Urbanas de la ciudad de México, se me ha hecho presente por documentos, que descendiendo de familiares notoriamente ilustres de estos reinos, habíais conservado todos los honores y distinciones de vuestra nobleza esforzándoos a imitar el celo con que vuestros ascendientes manifestaron su amor a mi real servicio [...] he venido a condescender haciéndoos merced, como por la presente os hago de título de Castilla, con la designación de Conde de la Cortina
Fue también rector de la Congregación del Santo Cristo de Burgos

A lo largo del siglo xviii, los montañeses fueron uno de los dos grupos de españoles preponderantes en la Nueva España y la fundación de la congregación responde al deseo de sus miembros de cohesionar a la “nación montañesa”. Su creación fue tardía respecto a la de sus rivales; el grupo vasco-navarro residente en México, de 1681 —casi un siglo antes de la constitución de la congregación montañesa— que se unieron en una hermandad dedicada a la virgen de Aranzazu y que.15 años más tarde, en 1696, alcanzaba la dignidad de cofradía. La Congregación del Santo Cristo de Burgos y la Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu tuvieron muchas similitudes, ambas contaron con miembros pertenecientes a la más alta esfera social novohispana y fueron dos de las corporaciones religiosas más poderosas en el ámbito virreinal. Por su parte, los riojanos fundaron en 1766 una capilla y su propia cofradía; y ambas tuvieron como advocación a la virgen de Valvanera, patrona de riojanos y cameranos.

Servando fallecería en la ciudad de México el 27 de octubre de 1795. En su testamento, Servando mostró que no había olvidado su procedencia lebaniega y estableció que se enviara dinero a Cosgaya para fundar una escuela de primeras letras. Ya previamente había mandado edificar la nueva iglesia de Cosgaya,

viernes, 15 de mayo de 2020

Bernardo Luis de Velasco y Huidobro. Último gobernador-intendente del Paraguay



Una de las figuras centrales de los acontecimientos que produjeron la emancipación política paraguaya en 1811 es el burgalés don Bernardo de Velasco y Huidobro, último gobernador colonial español del Paraguay.

Bernardo Luis de Velasco y Huidobro, perteneciente a una familia noble de prestigio, nació en la localidad castellana de Villadiego, cercana a Burgos, el 20 de agosto de 1742. Fue uno de los trece hijos de don Miguel Gervacio de Velasco Fernández de Humada y doña Josefa Gabriela de Huidobro y Mier. Fue bautizado el 25 de agosto en la Iglesia de San Lorenzo Intramuros, por un pariente de su madre, el sacerdote Don Pedro de Mier y Terán. Unía en sí dos apellidos de vieja raigambre: los Velasco, señores de Villadiego desde 1414, y los Huidobro, que ostentaron importantes cargos en la villa y uno de cuyos hijos más ilustre fue Fray Enrique Flórez de Setién y Huidobro. 


Don Miguel Gervasio era hijo de Don Carlos de Velasco y Doña Francisca Fernández de Humada. Estudio Cánones, obteniendo la Licenciatura. Ejerció provisoriamente como profesor de dicha materia en la Universidad de Valladolid, en 1738. Fue Abogado de los Reales Consejos. Ejerció como miembro del Ayuntamiento en representación de los Hijosdalgos, en 1741 como Regidor y en 1743 como Alcalde. En 1747, ejerció como Procurador General del Estado Noble de la villa. 

Doña Josefa Gabriela pertenecía a una familia importante de Villadiego. Sus padres fueron Don Francisco de Huidobro y Velasco, quien fue Alcalde de Villadiego, y Doña Josefa de Mier y Terán González. Falleció entre 1762 y 1766.


 Palacio de los Velasco (Villadiego / Burgos)


Bernardo, estudioso y de sólida cultura, estudió Matemáticas en Barcelona. De excelente apariencia física, era de temperamento cortés y afable, además de modesto. Se inició en la vida militar muy joven, a los 25 años. Participó en varias campañas guerreras contra los ingleses y los franceses, donde actuó con eficiencia y valentía, lo que le valió ascensos y honores tras destacarse en la batalla del Rosellón: teniente de infantería (1793), llegó a ostentar el grado de brigadier de los reales ejércitos en 1807.
Velasco y Huidobro llegó a la capital virreinal bonaerense el 5 de enero de 1804 y asumió el gobierno de la recién creada provincia de Misiones, prometiendo defender la paz y morir por su defensa, además de fidelidad y lealtad al monarca español. Como primera acción, recorrió los pueblos de las antiguas misiones jesuíticas y remitió un informe al virrey sobre la situación y sus necesidades, especialmente en lo concerniente a defensa militar, dados los afanes expansionistas lusitanos en la región. Para evitar cualquier ataque portugués, propuso aumentar la dotación de las fuerzas militares españolas de la zona, reclutar a criollos y naturales, fundar fortines y adquirir armamentos. Para una mejor defensa de los territorios a su cargo optó por soluciones más bien políticas que militares: levantar los poblados en ruina, incentivar las tareas agrícolas y ganaderas, etc.

Las constantes quejas contra el gobernador del Paraguay, don Lázaro de Rivera –en el poder colonial desde 1796–, que si bien al inicio de su administración realizó diversas medidas en beneficio de la población, después fue cambiando para ejercer un sistema despótico, abusivo y corrupto. Uno de los que cuestionaban su labor fue el demarcador Azara, partidario de que los pueblos de las Misiones y el Paraguay constituyeran una sola gobernación, y en tal sentido aconsejó a la Metrópoli. Propuso para ejercer la gobernación de ambas provincias al eficiente gobernador intendente de las Misiones, Velasco, quien demostró capacidad, idoneidad y honradez y beneficiosos logros.

Carlos IV propuso a Velasco y Huidobro como gobernador del Paraguay y la anexión a esta gobernación del territorio de Misiones. El nombramiento se realizó el 12 de septiembre de 1805 y el 5 de mayo de 1806 se recibió del cargo de Gobernador Intendente en una solemne ceremonia en el Cabildo, en la que Lázaro de Rivera –anterior gobernador– le entregó los atributos del poder. De esta manera, don Bernardo de Velasco y Huidobro, coronel de Infantería de los Reales Ejércitos de su Majestad, se convirtió en gobernador militar y político, e intendente de la Provincia del Paraguay y de los Treinta Pueblos de Misiones de Indios Guaraníes y Tapes del Paraguay y Paraná.

Con la creación del virreinato de Buenos Aires en 1776 y luego de seis años, en 1782, se estableció un nuevo sistema administrativo de las provincias españolas de ultramar, con la creación de las intendencias. Su implementación definitiva llevó más de dos décadas, cuando se hicieron los últimos ajustes en 1803.

El virreinato del Río de la Plata lo constituyeron las intendencias de Buenos Aires, Cochabamba, La Paz, La Plata, Mendoza, Paraguay, Potosí y Tucumán, además de las gobernaciones militares de Chiquitos, Misiones, Mojos y Montevideo.


La designación de Velasco y Huidobro, en 1803, al frente de la Intendencia del Paraguay tuvo como consecuencia directa la ampliación del territorio paraguayo a las Misiones de los antiguos treinta pueblos jesuíticos. Las atribuciones de los intendentes incluían su autoridad en cuestiones de guerra, hacienda, justicia y policía.

En el aspecto militar, Don Bernardo de Velasco y Huidobro creó un cuerpo de veteranos rentados, sustituyendo al sistema gratuito hasta entonces imperante, en que los milicianos debían defender el territorio “a su costa y munición”. Con estas fuerzas, de las cuales era generalísimo, Velasco defendió firmemente el territorio paraguayo frente a conatos de violación, como la realizada por la provincia de Corrientes, en 1806.

Al poco tiempo de asumir en Asunción, Velasco tuvo que partir a Buenos Aires para coadyuvar en la defensa de la capital virreinal ante el ataque e invasión de las fuerzas inglesas que, entre1806 y 1807, llevaron a cabo los ataques a Montevideo y Buenos Aires, como parte de una estrategia para evitar que Napoleón se adelantase a ejecutar un plan de apropiarse de los recursos españoles en América. La intervención de Velasco fue de suma importancia para la victoria sobre los ingleses, por lo que el rey Carlos IV le ascendió a brigadier general de Infantería.

Enterada Inglaterra del estado de indefensión de las posesiones españolas y de que un importante cargamento de tesoro proveniente de Potosí estaba a punto de ser enviado a la metrópoli, en 1806 envió una expedición a Buenos Aires, la invadieron, lograron la rendición de las tropas españolas y se apropiaron del botín, que llevaron a Londres. A esta primera sucedió otra en 1807, que fue resistida por los criollos, mestizos e indígenas (con activa participación paraguaya).

La primera invasión fue en julio de 1806. Velasco fue convocado con urgencia por el virrey Rafael de Sobremonte para el envío de hombres para la defensa de Buenos Aires. Los ingleses desembarcaron al sur de Buenos Aires y con una fuerza de 1.600 hombres, la ocuparon fácilmente. El virrey Sobremonte reunió todo el tesoro de la Hacienda Real y huyó hacia las sierras de Córdoba. La población civil de Buenos Aires resolvió resistir la invasión y, ante la huida del virrey, nombraron en dicho cargo a un francés al servicio de España, el capitán de navío Santiago de Liniers.


Ataque por los ingleses a Buenos Aires
Para la defensa de Buenos Aires, la milicia paraguaya –un Regimiento de Voluntarios de Caballería– partió de Asunción en agosto de 1806. De esta fuerza también participaron hombres que, después tendrían relevante actuación en la gesta de la Independencia: el teniente Fulgencio Yegros, jefe de la Segunda Compañía; capitanes José Fernández Montiel y Cristóbal Insaurralde y los alféreces Fernando de la Mora y Gervacio Acosta, el cadete Antonio Tomás Yegros, entre otros.

Tras del fracaso de la primera invasión, el Gobierno inglés envió otra poderosa flota. Para reforzar la defensa, a pedido del virrey Sobremonte –que había recuperado su cargo, pero no la confianza de sus gobernados, Velasco ordenó el envío de otros 427 hombres, al mando del capitán Manuel Antonio Cohene y Pedro de Herrera.

El 3 de febrero de 1807, tras dos semanas de asedio, los ingleses tomaron Montevideo y Sobremonte huyó nuevamente, pero fue detenido por orden del Cabildo de Buenos Aires. La Real Audiencia tomó el poder virreinal y exigió la presencia de Velasco en la ciudad, y, teniendo en cuenta su veteranía y pericia militar, se le nombró Mayor General de las Tropas de Infantería y Caballería, además de subinspector general de la ciudad de Buenos Aires. Así pues, Velasco se hizo cargo de la defensa de la ciudad, tomando acertadas medidas y enfrentando valientemente a los ingleses. Poco después y como consecuencia del triunfo ante los ingleses, Santiago de Liniers fue repuesto frente al gobierno virreinal.

De regreso a Asunción, Velasco reasumió su gobierno el 9 de junio de 1809.

Mientras se sucedían los hechos mencionados, el otrora poderoso imperio español hacía agua por todos los costados, lo que alentó a las ideas separatistas en el Río de la Plata, como la surgida bajo el pensamiento de que si debía seguirse la suerte de España o resistir en América: las Indias eran dominio personal del rey de España y el rey estaba impedido. Por lo tanto, las Indias podían gobernarse a sí mismas.

Tras el Cabildo Abierto de 1810 en Buenos Aires todavía quedaban varios territorios leales a España, entre ellos el Paraguay. El nuevo gobierno bonaerense decidió invitar a las demás provincias que conformaban el virreinato a incorporarse a la nueva situación y enviar expediciones al Alto Perú (Bolivia) y al Paraguay para derrocar los gobiernos coloniales y sumar estas provincias a Buenos Aires. Ante la situación planteada, el gobernador Velasco reunió un cabildo extraordinario que resolvió el reconocimiento y la jura de fidelidad al Supremo Consejo de Regencia instalado en España; además de recomendar “guardar armonía y amistad” con la Junta de Buenos Aires, instalada el 25 de mayo de ese mismo año.

Derrocamiento de Velasco de Huidobro
En el Paraguay se tomaron medidas preparándose ante cualquier posible ataque. Velasco recorrió las Misiones recolectando armas y municiones y alentó a la población a defender su autonomía ante las pretensiones porteñas. Esta actitud a la vez incentivó y alentó el ánimo de los paraguayos de mantenerse independientes de cualquier régimen e, indirectamente, propició la gesta emancipadora que ocurriría meses más tarde. Derrotó a Belgrano en Paraguarí (1811), pero la sublevación de Somellera y Pedro Juan Cavallero le quitó el poder. Así, el 9 de junio de 1811, Velasco, el último gobernador español, fue separado del cargo, acusado de querer entregar la provincia a los portugueses tras querer asegurar el poder español con tropas portuguesas, y encarcelado por algún tiempo. 

Falleció en Asunción, posiblemente el año 1822.

martes, 12 de mayo de 2020

¿Castellano o español?


Existe cierta polémica en torno a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas. 

Por el contrario, en los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y español. El español también se llama castellano, por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla.

Del mapa lingüístico medieval ibérico surgieron variedades lingüísticas que algunas se convirtieron en lenguas y otras, con el paso del tiempo, se transformaron en dialectos de alguna de ellas.

¿La forma correcta de llamar a nuestro idioma es español o castellano?

Esto es lo que dice al respecto el Diccionario panhispánico de dudas:


español. Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco.

 

Dibujo de la época de la sede de la Real Academia Española de la Lengua

Volviendo a sus orígenes, la primera noticia que se tiene de la existencia de un dialecto castellano corresponde al siglo X. Era al principio solo el dialecto que se hablaba en unos valles al nordeste de Burgos, lindantes con la región cantábrica y vasca.

¿Cómo creció desde su humilde cuna hasta llegar a ser una de las grandes lenguas del mundo? La situación de aquella primera Castilla, tierra de fortalezas, de infanzones e hidalgos, línea defensiva de los reyes de León, expuesta constantemente al peligro enemigo musulmán, constituida por gentes que no se sentían ligadas a una tradición romano-visigoda, dio a los castellanos un espíritu revolucionario, que se reflejó en su política, costumbres y lenguaje.

El dialecto castellano presentaba una personalidad muy marcada frente a los otros dialectos peninsulares. Se formaba en una zona más débilmente romanizada que los otros, y por eso estaba más vivo en el recuerdo de viejas lenguas.

Mientras en el romance de otras regiones pesaba una fuerte romanización, en el castellano, que nacía en una tierra agreste y malamente comunicada, no se sentía ligada a ninguna regla ni tradición que perjudicara su evolución. Esta es la explicación de sus innovadoras características frente a otros dialectos.

A medida que Castilla aumentaba su poder político y la Reconquista avanzaba, el castellano se enriqueció con numerosos vocablos. Esto debió ocurrir sobre todo con el mozárabe, vía de penetración del ingrediente de originalidad del castellano frente a los idiomas rómanicos de fuera: el arabismo.

La presencia en la Península de los musulmanes durante más de ocho siglos había de dejar necesariamente la huella de su lengua. El mayor peso de la influencia árabe debió darse en los primeros siglos de dominación cuando su cultura era increíblemente superior a la pobrísima de los reinos cristianos. Todavía hoy, numerosas palabras del árabe dan a nuestra lengua un matiz exótico y se ha calculado en un 8% el total de arabismos en nuestra lengua.

Esto era consecuencia del desarrollo de Castilla como potencia política. Pero la consecuencia más importante fue la creación de una "forma literaria" del castellano, transformando este dialecto en una verdadera lengua. A esta época pertenecen las Glosas Silenses y las Emilianenses, del siglo X, que son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y construcciones que no se entendían ya.




Glosa Emilianense escrita en el Monasterio de San Millán de la Cogolla.

Glosa en vascuence (los pueblos riojanos todavía hablaban en vascuence)

En el siglo XIII puede fecharse un gran cambio. Hasta entonces sólo existían los cantares de gesta -el Cantar del Mio Cid- difundida en una lengua que buscaba una unidad, ya que estos cantares se difundían por todas las regiones. Este lenguaje de los cantares de gesta fue el primer paso hacia el establecimiento del castellano.

Pero el momento decisivo de la unificación y fijación del castellano llega en el reinado de Alfonso X el Sabio. Las obras literarias y científicas concebidas en su corte eran de carácter culto, pero en lugar de ser difundidas en latín, se difundieron en castellano.


El hecho de utilizar el castellano como lengua culta (el castellano del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X.), llevaba consigo un enriquecimiento en el vocabulario y en los medios para expresarse. A partir de aquí el castellano ya era un instrumento útil de expresividad como lo demuestran los dos siglos posteriores y una obra cumbre: La Celestina (1499). Por ésta misma época (toma de Granada por los Reyes Católicos y descubrimiento de América), Antonio de Nebrija había escrito ya la primera gramática del castellano (1492) que establece una normativa a seguir.


En el siglo XVI y siguiente se produce una de las cumbres literarias del español. Son los años de los grandes clásicos: Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Cervantes, Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Aparecen obras como: El Lazarillo de Tormes, La Celestina, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, etc.

viernes, 8 de mayo de 2020

Manuel Ventura Figueroa Barreiro. Eclesiástico y político del siglo XVIII



Formó parte de la Iglesia Católica y llegó a las más altas posiciones en su jerarquía; fue Arzobispo de Laodicea (en la actual Turquía) y Patriarca de las Indias Occidentales (entre 1782 y 1783). Negoció en Roma el Concordato de 1753 y apoyó, en 1767, la expulsión de los jesuitas. Fue además político y presidente del Consejo de Castilla tras la caída de Aranda.

Manuel Ventura Figueroa Barreiro nació el 21 de diciembre de 1708 en Santiago de Compostela (A Coruña), en el Hospital Real (actualmente Hostal de los Reyes Católicos), donde su padre trabajaba como barbero sangrador. No era de linaje hidalgo ni noble, sino más bien de orígenes humildes, pero llegó a alcanzar altos puestos en la jerarquía religiosa y jugar un importante papel político durante el siglo XVIII.

Su nombre real según consta en sus biográficos era Manuel Benito Ventura Cabanelas, Barreiro, Cerviño, Rodriguez de Prado, Vidal y Figueroa y tuvo 8 hermanos de los cuales no se conoce descendencia alguna.


Graduado en leyes por la Universidad de Santiago (1727), Manuel Ventura Figueroa completó sus estudios de derecho en la de Valladolid, donde también se graduó en cánones (1733). Posteriormente obtuvo la licenciatura y el doctorado en derecho canónico en la Universidad de Ávila, y ganó por oposición una plaza de profesor en la de Valladolid. Ejerció en la Chancillería de Valladolid, donde tuvo como maestro a Manuel Patiño, afamado abogado y miembro del Consejo Real. Después de obtener por oposición la canonjía doctoral del obispado de Orense en 1733, fue designado subdelegado de Cruzada del mismo obispado en 1734 por el comisario general Gaspar Molina, obispo de Barcelona. Fue ordenado sacerdote en 1737.

Nombrado gobernador de la diócesis de Orense por el obispo Agustín de Eura, en 1742 fue enviado a Madrid como negociador en un pleito suscitado por motivo de diezmos, viaje que aprovechó para entrar en contacto con algunos consejeros del Consejo Real y de la Cámara y tratar sobre cuestiones relacionadas con el Patronato Real. En 1746 fue escogido superior de la abadía de Covarrubias (Burgos), destino que permutó un año después por el de la Santísima Trinidad de Orense, y en 1748 se le nombró visitador general de todas las iglesias y obras pías del Real Patronato del reino de Granada. Estos últimos cargos le relacionaron con el marqués de la Ensenada y con el padre Rávago, confesor del rey.

Fue quien negoció en secreto y quien firma junto con el Cardenal Valenti el Concordato de 1753 entre el Rey Fernando VI y el Papa Benedicto XIV, que confería un mayor poder a la autoridad real sobre la eclesiástica dentro de la Monarquía Española.

Junto con el marqués de los Llanos, Gregorio Mayáns y Bias Jover, fue encargado de emitir un informe sobre el Concordato de 1737 que había sido ratificado por el rey Felipe V y el papa Clemente XII, informe que fue entregado al secretario de Estado en 1749. En el mismo expresó su convencimiento de que no podía llegarse a un acuerdo entre el Gobierno español y la Santa Sede si no se resolvía de antemano la cuestión del Patronato Real y la de los excesivos tributos y exacciones que pagaban las iglesias y los feligreses españoles a Roma.

Figueroa realizó las negociaciones de forma personal con Valenti, y fruto de ellas fue la redacción de un primer proyecto de acuerdo a finales de 1750, que no llegó a ser presentado a Benedicto XIV al considerarse que no estaba totalmente desarrollado. Tras una serie de reformas, el proyecto fue entregado al papa en febrero de 1751.

Los principales temas sobre los que los interlocutores tuvieron que limar asperezas fueron los relativos al Patronato Real, a las reservas pontificias de rendimientos eclesiásticos y a las cédulas bancarias; Ventura Figueroa tuvo que recurrir, además de a su ingenio diplomático, a grandes cantidades de dinero para obtener por medio de regalos el beneplácito de las autoridades eclesiásticas. El Concordato fue firmado en 1753 en el Palacio Apostólico del Quirinal y recibió la ratificación papal en la basílica de Santa María la Mayor.

Los puntos más importantes de este nuevo acuerdo fueron la cesión del papa a Fernando VI y sus sucesores del derecho universal para presentar obispados y arzobispados; la conservación por parte de la Santa Sede de 52 beneficios eclesiásticos en España; y el pago a la Santa Sede de una compensación por aquellos beneficios que iba a dejar de percibir. El Concordato fue muy importante para los intereses de la Corona española y tuvo vigencia hasta 1833, fecha en la que fue suspendido por la ruptura en las relaciones diplomáticas con motivo del inicio de la Primera Guerra Carlista.

Su estatua en Santiago de Compostela
A su vuelta a España, Manuel Ventura Figueroa fue recompensado por sus servicios con nombramientos para altos puestos administrativos y eclesiales. Designado, por Carlos III, miembro del Consejo de Castilla (cargo desde el que apoyó la expulsión de los jesuitas de 1767), accedió a la presidencia de dicho Consejo en substitución del conde de Aranda, y frenó los intentos renovadores de los ilustrados durante los diez años que permaneció a su frente (1773-1783).

Ventura Figueroa ocupó además los cargos de Patriarca de las Indias, protector del monasterio de El Escorial (Madrid), vicario general de los Ejércitos, gran canciller de la Orden de Carlos III, procapellán y limosnero mayor de Su Majestad, comisario general de la Cruzada, colector general de los arzobispados y obispados del Reino, arcediano de Nendos y arzobispo de Laodicea, puesto para el que fue consagrado en 1783; fue asimismo protector de la Sociedad Económica Matritense. Fue también uno de los fundadores del Banco de San Carlos, considerado uno de los predecesores del actual Banco de España.

 
De los textos escritos por Manuel Ventura Figueroa se publicaron, en 1784, la Escritura de fundación del patronato laical y memorias del Excmo. Sr. D. Manuel Ventura de Figueroa, y, en 1862, el Discurso sobre el Concordato de 1737.

También creo una fundación, la Fundación Figueroa, por la cual ayudaba a su familia y descendientes, tanto en estudios como en otras muchas causas. Dicha fundación, aún activa hoy en día, bajo la supervisión de la Xunta de Galicia sirve como nexo de unión entre sus descendientes.

Falleció el 3 de abril de 1783. Fue enterrado en la Iglesia de San Martín de Madrid, que en el año 1836 fue derribada, y se ignora el paradero de sus restos.

Texto extraido en parte de Biografias y Vidas


martes, 5 de mayo de 2020

Cien continos “hombres de armas”. Hijosdalgos de las Guardas de Castilla



Las capitanías o compañías de “continos” fueron creadas durante el reinado de los Reyes Católicos. Con Carlos I una de ellas se denominó la de los “cien continos hijosdaldos de las guardas de Castilla” o “los gentiles ombres (sic) continos de la casa real de Castilla”, y ordenó que residiera contínuamente en la corte para su guarda.

Algunos historiadores interpretan que se trataba de una guardia real, pero aparece normalmente contabilizada en las listas de las Guardias de Castilla y no en la Casa Real, como sí aparecía la guardia española de a pie y de a caballo. La compañía realizaría servicios, como en 1580 durante la conquista de Portugal, alejados de la persona del rey.

Los Cien Continos de Carlos V, por Clauzel
Aun así, el término "continos de las guardas reales" aparece ya en 1492, y de nuevo se repite en documentos relativos a Álvaro de Luna y Ayala, donde aparece con el título de "capitán de los continos hombres de armas que residen en nuestra corte".

Eran conocidos como los "cien continos hijosdalgos de las guardas de Castilla", lo que denotaba hidalguía de sus miembros, que estaban integrados en las Guardias de Castilla, y que su número era de cien soldados, a diferencia de otras compañías de las Guardias, que fueron de efectivos teóricos variables, 40, 80 o 100

LOS CONTINOS DE LA CASA DE CASTILLA

Tras la implantación de la etiqueta borgoñona, esta unidad fue uno de los pocos vestigios que se conservaron de la anterior organización cortesana de la casa de Castilla. El modelo medieval castellano había establecido una guardia de escuderos a pie y a caballo. Posteriormente aparecen los continos, que tienen su origen en otra unidad de caballería creada por Álvaro de Luna, valido de Juan ll, condestable de Castilla y maestre de Santiago, como cuerpo de guardia estable del rey y su familia. Pero como los continos estaban más vinculados a  su fundador que al propio rey, las Cortes de Tordesillas de 1421 intentaron su disolución.

Con Juan II la unidad llegó a  estar formada por unos 1.000 jinetes, y con su hijo Enrique IV aumentó hasta los 3.600 hombres. Según la crónica de este monarca, llegó a Córdoba acompañado de «tres mil de a caballo hombres darmas e ginetes» en los que el rey gastaba «una gran cantidad de dineros».

En 1490 son denominados «los continos del rey y de la reina», desempeñando sus miembros un importante papel como ejecutores de las órdenes de los reyes. Esta compañía participó en la Guerra de las Comunidades.

Posteriormente, Carlos I ordenó que una compañía residiera continuamente en la corte, para su guardia, a la que se denominó «de los cien continos hombres de armas», que habían de ser caballeros y/o hidalgos. Igualmente tuvo un papel destacado en la conquista de Portugal. Los continos, desde su creación, estuvieron vinculados a la casa de Luna, de tal forma que los descendientes de don Alvaro mantuvieron el título remunerado de capitanes de la  compañía. La compañía se extinguirá en 16I8.


Las Guardas de Castilla estaban compuestas por 25 capitanías (o compañías) de 100 hombres cada una, tres cuartas partes de ellas siendo hombres de armas armados con lanzas de ristre y el resto jinetes, caballería ligera española al estilo morisco, armados con lanzas de mano. No obstante, el número de capitanías, soldados y especialidades fue variable durante el tiempo según necesidad y oportunidad. Así pues, en 1499 había 19 capitanías y 36 en 1506.


En 1494, 600 de estas lanzas partirían a cargo del Gran Capitán para combatir en la guerra italiana de 1494-1498. Participarían también en la lucha contra los moriscos en la serranía de Ronda (1499-1502). En 1500, tres compañías de hombres de armas y tres de jinetes se embarcarían en Málaga con el Gran Capitán para combatir en la Guerra de Nápoles (1501-1504).

Para saber más:

En la consolidación de la monarquía nacional en los reinos españoles, los Reyes Católicos crearon una serie de instituciones necesarias para el desarrollo de la nueva organización de la Corona. Entre esas novedades figura la de un ejército sin las debilidades de las huestes feudales, cuya consecución entrañó una serie de iniciativas que cristalizan en la consolidación de las Guardas de Castilla.

Las Guardas De Castilla. Primer Ejército Permanente Español, Editorial Sílex, 2013, de Enrique Martínez Ruiz