Existe cierta polémica en
torno a la denominación del idioma; el término español es relativamente
reciente y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado
Español, pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego,
catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del
territorio de sus comunidades autónomas respectivas.
Por el contrario, en los
países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad
especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y
español. El español también se llama castellano, por ser el nombre de la
comunidad lingüística que habló esta modalidad románica en tiempos medievales:
Castilla.
Del mapa lingüístico medieval ibérico surgieron
variedades lingüísticas que algunas se convirtieron en lenguas y otras, con el
paso del tiempo, se transformaron en dialectos de alguna de ellas.
¿La forma correcta de llamar a nuestro idioma es
español o castellano?
Esto es lo que dice al respecto el Diccionario
panhispánico de dudas:
español. Para designar la
lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla
como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y
español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada
está hoy superada. El término español
resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de
modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de
personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente
(Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de
español, resulta preferible reservar el
término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de
Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla
actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano
cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas
cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el
gallego o el vasco.
Dibujo de la época
de la sede de la Real Academia Española de la Lengua
Volviendo a sus orígenes, la primera noticia que se
tiene de la existencia de un dialecto castellano corresponde al siglo X. Era al
principio solo el dialecto que se hablaba en unos valles al nordeste de Burgos,
lindantes con la región cantábrica y vasca.
¿Cómo creció desde su humilde cuna hasta llegar a ser
una de las grandes lenguas del mundo? La situación de aquella primera Castilla,
tierra de fortalezas, de infanzones e hidalgos, línea defensiva de los reyes de
León, expuesta constantemente al peligro enemigo musulmán, constituida por gentes
que no se sentían ligadas a una tradición romano-visigoda, dio a los
castellanos un espíritu revolucionario, que se reflejó en su política, costumbres
y lenguaje.
El dialecto castellano presentaba una personalidad
muy marcada frente a los otros dialectos peninsulares. Se formaba en una zona
más débilmente romanizada que los otros, y por eso estaba más vivo en el
recuerdo de viejas lenguas.
Mientras en el romance de otras regiones pesaba una
fuerte romanización, en el castellano, que nacía en una tierra agreste y
malamente comunicada, no se sentía ligada a ninguna regla ni tradición que
perjudicara su evolución. Esta es la explicación de sus innovadoras
características frente a otros dialectos.
A medida que Castilla aumentaba su poder político y
la Reconquista avanzaba, el castellano se enriqueció con numerosos vocablos.
Esto debió ocurrir sobre todo con el mozárabe, vía de penetración del
ingrediente de originalidad del castellano frente a los idiomas rómanicos de
fuera: el arabismo.
La presencia en la Península de los musulmanes
durante más de ocho siglos había de dejar necesariamente la huella de su
lengua. El mayor peso de la influencia árabe debió darse en los primeros siglos
de dominación cuando su cultura era increíblemente superior a la pobrísima de
los reinos cristianos. Todavía hoy, numerosas palabras del árabe dan a nuestra
lengua un matiz exótico y se ha calculado en un 8% el total de arabismos en
nuestra lengua.
Esto era consecuencia del desarrollo de Castilla como
potencia política. Pero la consecuencia más importante fue la creación de una
"forma literaria" del castellano, transformando este dialecto en una
verdadera lengua. A esta época pertenecen las Glosas Silenses y las
Emilianenses, del siglo X, que son anotaciones en romance a los textos en
latín: contienen palabras y construcciones que no se entendían ya.
Glosa Emilianense escrita en el Monasterio
de San Millán de la Cogolla.
Glosa en vascuence (los pueblos riojanos
todavía hablaban en vascuence)
En el siglo XIII puede fecharse un gran cambio. Hasta
entonces sólo existían los cantares de gesta -el Cantar del Mio Cid- difundida
en una lengua que buscaba una unidad, ya que estos cantares se difundían por
todas las regiones. Este lenguaje de los cantares de gesta fue el primer paso
hacia el establecimiento del castellano.
Pero el momento decisivo de la unificación y fijación
del castellano llega en el reinado de Alfonso X el Sabio. Las obras literarias
y científicas concebidas en su corte eran de carácter culto, pero en lugar de
ser difundidas en latín, se difundieron en castellano.
El hecho de utilizar el castellano como lengua culta (el castellano del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X.), llevaba consigo un enriquecimiento en el vocabulario y en los medios para expresarse. A partir de aquí el castellano ya era un instrumento útil de expresividad como lo demuestran los dos siglos posteriores y una obra cumbre: La Celestina (1499). Por ésta misma época (toma de Granada por los Reyes Católicos y descubrimiento de América), Antonio de Nebrija había escrito ya la primera gramática del castellano (1492) que establece una normativa a seguir.
En el siglo XVI y siguiente se produce una
de las cumbres literarias del español. Son los años de los grandes clásicos:
Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Cervantes, Lope de Vega, Góngora y
Quevedo. Aparecen obras como: El Lazarillo de Tormes, La Celestina, El ingenioso
hidalgo don Quijote de la Mancha, etc.
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