Velázquez, al retratarla, consigue una
imagen rebosante de verdad y a la vez crea un modelo de santidad ejemplarizante. El retrato,
que la muestra en pie sosteniendo un crucifijo con la mano derecha y un libro
de oraciones -o quizás la regla de la orden- en la izquierda, fue realizado en
Sevilla durante su estancia de tres semanas allí, en el mes de junio de 1620, antes de embarcar
para Filipinas.
Sor
Jerónima de la Fuente Yáñez, de hidalga
familia toledana, fue monja franciscana en el convento de Santa Isabel de
Toledo. En 1620, cuando contaba sesenta y seis años, pasó a Sevilla para
embarcar con destino a Filipinas para fundar el convento de Santa Clara de la
Concepción en Manila, del que fue primera abadesa y en el que murió en 1630.
La imponente imagen es testimonio de la
actividad de Velázquez antes de su paso a Madrid, inmerso en el tenebrismo de raíz caravaggiesca con
una fortísima caracterización bajo una cruda luz que subraya todos los
accidentes del rostro y las manos, sin perdonar detalle. La energía de la monja
queda maravillosamente expresada tanto en el rostro, de mirada intensa y
escrutadora, como en el modo de empuñar el crucifijo, fuertemente sostenido,
casi como un arma, como tantas veces se ha dicho.
El retrato responde al deseo de las
monjas de conservar de alguna manera la imagen de la madre ausente, tal como atestigua la existencia de al menos dos
ejemplares más del retrato, de calidad semejante. Uno de cuerpo entero, como
aquí, y procedente también del convento toledano de Santa Isabel, pertenece a
la colección Fernández Araoz y difiere sólo por la posición del crucifijo.
Otro, de medio cuerpo, hoy en la colección Apelles de Santiago de Chile,
muestra el crucifijo en la misma posición que el del Prado, aunque presenta una
técnica algo más seca y dura. La prioridad entre ellos no está clara, pero
quizás el de medio cuerpo preceda a los otros, que muestran más levedad de
pincel.
El
largo letrero biográfico que muestran tanto el del Prado como el de Fernández
Araoz es claramente un añadido, pero la filacteria que aparece en este último
con la inscripción Satiabor dum gloria... ficatus verit (En su gloria está mi verdadera satisfacción) que aparecía también en
el del Prado, es rigurosamente auténtica y otorga al retrato una apariencia de
imagen sagrada, pues las virtudes de sor
Jerónima eran ya divulgadas en su tiempo, y entre sus hermanas de claustro y
orden tenía fama de santidad e incluso se llegó, a su muerte, a pensar en
canonizarla.
El retrato estaba en el convento,
atribuido a Luis Tristán. Fue descubierto con ocasión de la exposición
franciscana de 1926, y, al restaurarlo, apareció la firma y la fecha (Texto
extractado de Pérez Sánchez, A. E. en: El retrato español. Del Greco a Picasso,
Museo Nacional del Prado, 2004, pp. 342-343).
El convento de Santa Clara
El convento de Santa Clara
La
fundación del convento de Santa Clara en 1621 fue todo un acontecimiento en la
ciudad de Manila.
Fue el empeño particular de algunos vecinos que pusieron
todos los medios a su alcance en medio de la oposición del gobierno superior,
temeroso de que la clausura atrajera a mujeres casaderas en una ciudad donde
tanto faltaban. Fue el maese de campo y alcalde ordinario de Manila, Pedro de
Chaves, el que marchó a España a pedirle a la Madre Jerónima de la Asunción que
viajara con él a Manila para fundar un convento de clarisas. La Madre Jerónima
vivía en el convento de clarisas en Toledo desde hacía cincuenta años y gozaba
de fama de santidad.
Se conserva un retrato suyo que le hizo Velázquez en
Sevilla, donde estuvo unos días para embarcarse rumbo a Filipinas. El viaje fue
arduo y largo y cuando la fundadora llegó con sus monjas a la capital del
archipiélago, su benefactor había muerto. Fue su viuda, Ana de Vera, quien tomó
como propia la empresa que había iniciado su marido. Buscó alojamiento a las
clarisas hasta que acabaran las obras del convento y se ocupó de que estuvieran
bien cuidadas.
LIBRO RECOMENDADO: La historiadora Balbina Caviró, VI Premio Hidalgos de España en
Genealogía, Heráldica y Nobiliaria presenta en su obra un recorrido vital por
Toledo y su sociedad, desde el siglo IV hasta el XVII, a través de más de
cincuenta biografías de mujeres que destacaron de forma significativa en su
época. El trabajo une genealogía y heráldica, arte y costumbres, y en él
aparecen personajes de los linajes Alfonso, Meneses, Orozco, Ayala, Barroso,
Meléndez, Silva, Castilla, Guzmán, Enríquez, Pacheco, Ribera, Niño, Rojas y
otros muchos, con sus luces y sus sombras. La historiadora Balbina Caviró, VI
Premio Hidalgos de España en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria
Asimismo, la autora destaca el
papel de estas señoras en la fundación y
desarrollo de varios conventos de la ciudad, que guardan su memoria en
archivos, orfebrería y numerosas obras de arte que demuestran la importancia de
estas mujeres.
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