sábado, 5 de febrero de 2022

Alfonso Carrillo de Acuña. Uno de los personajes más influyentes de la política castellana de la segunda mitad del XV



Su influencia en la vida política del reino de Castilla, en los reinados de Juan II, Enrique IV e Isabel I fue enorme; su opinión fue muy variable, acomodándose a las circunstancias. Obispo de Sigüenza, Arzobispo de Toledo, Primado de España, en el periodo 1446–1482.

Durante el reinado de Enrique IV, obtuvo un inmenso poderío, siendo un auténtico señor de vasallos, poseedor de varios castillos y grandes riquezas, llegando incluso a superar a los grandes linajes nobiliarios de la corte




Alfonso (o Alonso) Carrillo "el Joven" nace en Carrascosa del Campo (Cuenca), en agosto de 1412, y muere en Alcalá de Henares (Madrid) en 1482. De familia noble (hidalga) con origen portugués, fue hijo del caballero Lope Vázquez de Acuña, ricohombre castellano, máxima autoridad en el poderoso Concejo de la Mesta, ofició que vinculó a su familia, y de Teresa Carrillo de Albornoz, que pertenecía a la poderosa familia del cardenal Gil Álvarez de Albornoz, además de ser sobrino del cardenal Alfonso Carrillo, a cuyo lado se formó desde la temprana edad de 11 años.

En el año 1434 murió su tío, y Alfonso fue nombrado protonotario apostólico del papa Eugenio IV. Gracias a este puesto accedió a formar parte del Consejo Real del rey castellano Juan II, a la vez que también fue enviado embajador del rey al Concilio de Basilea. En el año 1435 fue nombrado administrador y posteriormente obispo de la sede de Sigüenza, por lo que regresó a Castilla, tras dieciséis años de ausencia, con una inmejorable preparación para los asuntos de gobierno. En su etapa como obispo de Sigüenza dio muestras de su gran capacidad de gobierno y favoreció notablemente a su propio cabildo catedralicio, el cual se vio muy enriquecido.

A la edad de treinta y cuatro años, en 1446, fue nombrado arzobispo de Toledo, cargo en el que estuvo desde 1446 hasta 1482, año de su muerte. Al recibir dicho cargo llevaba implícito ser el Cardenal Primado de Castilla su persona ocupó un puesto de especial relevancia dentro de la compleja política castellana. Alfonso Carrillo de Acuña apoyó con decisión la tendencia pro-aragonesa de cierta nobleza castellana. La línea política de Alfonso Carrillo estuvo marcada por diversos cambios de posturas, siempre según lo mandaran las circunstancias coyunturales.

Enrique IV de Castilla
Tras la desaparición de su pariente en 1453, Don Álvaro de Luna, poderoso valido caído en desgracia, se volcaría en apoyar a sus sobrinos Juan Pacheco, marqués de Villena y Pedro Girón, nuevo personaje importante de la corte. Avaló la política del nuevo rey Enrique IV. En los primeros años del reinado de este monarca siguió ocupando cargos importantes: en el año 1454 fue nombrado regente del reino durante la ausencia del rey, que estaba realizando incursiones en el reino nazarí de Granada; en 1463 fue nombrado embajador del rey ante la corte francesa. Durante esa época, Alfonso Carrillo obtuvo un inmenso poderío, siendo un auténtico señor de vasallos, detentador de varios castillos y grandes riquezas, y llegando incluso a superar a los grandes linajes nobiliarios de la corte. Parecía más un auténtico señor feudal que el Primado de Castilla. Pocos años después tendría ocasión de poner en movimiento todo su poder militar contra el rey.

Alfonso Carrillo tenía un carácter ambicioso, tenaz e impulsivo, lo que unido a su gran poder, le hizo ponerse en contra del rey y apoyar la rebelión nobiliar contra Enrique IV. Los nobles pretendían destituir al monarca y poner en su lugar al primogénito de éste, el infante Don Alfonso. Todo esto ocurrió en la llamada Farsa de Ávila del año 1465, donde se quemó públicamente y en efigie la figura del rey depuesto. Alfonso Carrillo abanderó abiertamente la rebelión, con la consiguiente guerra civil entre las facciones pronobiliares y promonárquicas.

En el año 1468 murió repentinamente el infante Alfonso. Los nobles apoyaron a la hermana del rey, Dª Isabel. Alfonso la apoyó denodadamente, llevando a buen puerto las negociaciones entre ambos hermanos que cristalizaron con el llamado Pacto de los Toros de Guisando, de 1468, por el cual Enrique IV reconocía a su hermana como heredera legítima al trono de Castilla, en detrimento de su hija natural, Dª Juana, apodada “la Beltraneja”. Alfonso Carrillo siguió prestando una gran labor a los intereses de la futura reina con las gestiones secretas para acordar la boda entre Isabel y Fernando de Aragón, príncipe heredero de Aragón.

El año 1468 significó la cumbre política de Alfonso Carrillo, quien, debido a sus gestiones y al valioso apoyo prestado a los futuros monarcas, parecía estar llamado a ser el privado indiscutible de Castilla-Aragón. Estos proyectos se desvanecieron en el año 1470. Los nuevos monarcas traían un nuevo concepto político, tan autoritarios como los del propio Alfonso Carrillo, hecho éste que provocó un choque frontal entre ambos. Alfonso Carrillo, imbuido de una mentalidad todavía muy medieval, no podía tolerar con gusto el afán autoritario y dirigista de los futuros monarcas. A este hecho se le sumó el nombramiento como cardenal de D. Pedro González de Mendoza, de la poderosa familia de los Mendoza, cargo al que aspiraba el propio Alfonso Carrillo.

Lleno de resentimiento y traicionado, en el año 1474, Alfonso Carrillo apoyó las pretensiones de Dª Juana a la Corona de Castilla. Dando un giro absoluto a su política, Carrillo se integró en el bando liderado por el rey de Portugal que apoyaba los derechos al trono castellano de su sobrina la princesa Juana contra Isabel. La guerra fue larga y cruel, pero a principios de 1479 una ofensiva de los Reyes Católicos derrotó definitivamente a los portugueses y obligó a Carrillo a someterse y aceptar guarniciones reales en todas las fortalezas que controlaba, para poder continuar como arzobispo de Toledo.



Escudo de Alfonso Carrillo (Catedral de Alcalá de Henares)

Carrillo fue derrotado y obligado a pedir perdón a la reina Isabel, quien se lo concedió y le conservó en su puesto. Se retiró a su villa favorita, Alcalá de Henares, ciudad en la que había fundado el convento de franciscanos y donde fue enterrado. Tras la desamortización de este, sus restos fueron trasladados a la actual Catedral de los Santos Niños Justo y Pastor.


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