domingo, 18 de agosto de 2019

Pizarro y Cortés. Dos colosos que transformaron el mundo. Parte II



Hernán Cortés, el fin de una leyenda, de Ed. Palacio de Barrantes; Badajoz, 2010, 589 págs, 

Se presenta al conquistador no como un héroe civilizador sino como un hombre de su tiempo. Una persona con sus grandezas y sus miserias que supo salir airoso en el medio hostil en el que se desenvolvió.

El mismo enfoque tiene la biografía de “Cortés de Ed. Palacio de Barrantes; Badajoz 2010” del mismo autor, y que lleva por subtítulo la significativa frase “El fin de una leyenda”. Puesto que considero que pocas biografías pueden considerarse tan paralelas como las de Cortés y Pizarro, recomiendo que se lean casi simultáneamente. Aunque aporta una serie de documentos originales, desgraciadamente, no se conservan en la preciosa población de Medellín, cuna de Cortés, prácticamente ningún documento de los siglos XV y XVI, destruidos durante la Guerra Civil (1936-1939) como ocurrió en todas las poblaciones de la zona dominada por el Frente Popular.


En su obra sobre Hernán Cortés, al que alude y compara frecuentemente en la biografía de Pizarro, desmonta la versión de la quema de las naves que parece demostrado que no fue tal, sino que desmanteló casi todas que ya estaban en mal estado, pero el que inutilizara las naves de una u otra forma, resulta irrelevante ante el hecho de que sus tropas estaban inquietas e inseguras y con dudas de regresar a Cuba y ante la hábil y audaz maniobra de la destrucción de las naves, conjuró ese peligro. Lo mismo ocurre con la hazaña de transportar unas naves desde Veracruz hasta México, reduciendo algunos autores su importancia ante los antecedentes atribuidos a normandos, bizantinos o turcos, olvidando que todos ellos lo hicieron navegando ríos arriba, bastante caudalosos, de curso tranquilo y en distancias cortas, mientras que Cortés recorrió unos 1.200 km. y salvando un desnivel de más de 2.200 m.; semejante hazaña no tuvo parangón ni antes ni después, salvo quizás con canoas en alguna película de Hollywood.

En ese mismo afán de ser imparcial atribuye a Cortés nula capacidad militar citando a uno de los capitanes en la batalla de Argel en 1541: “Este animal cree que tiene que vérselas con sus indiecitos porque allí bastaban diez hombres a caballo para aniquilar a veinticinco mil.” Semejante comentario es una burla chulesca propia de la ignorancia y desconocimiento de lo que eran las culturas aztecas o incas. Hay que tener en cuenta que las culturas incas y aztecas estaban en una etapa de un neolítico avanzado semejante a la del Egipto del Imperio Antiguo, casi 4.000 años antes de la conquista de Perú o México. Ello implicaba una organización social compleja con una casta guerrera jerarquizada y experimentada. Baste la comparación de los enfrentamientos del ejército americano con los indios de Norteamérica en un nivel de desarrollo y organización muy inferior al de incas o aztecas, a pesar de que el contacto con los españoles les había hecho avanzar siglos con el caballo y las armas blancas. Sin ir más lejos, en el enfrentamiento del general Custer en Little Bighorn en 1876, 647 hombres de caballería con modernos rifles Springfield 1873 de retrocarga que disparaban 10 disparos /minuto y con revólveres Colt, fueron derrotados por unos 2.500 indios, armados de lanzas y flechas. Teniendo además en cuenta que la fuerza que participó en la batalla formaba parte del pequeño ejército en campaña de unos 3.000 hombres que disponían incluso de ametralladoras.

No deja de ser sorprendente en un historiador acudir a Bartolomé de las Casas de manera tan reiterada para descalificar a Cortés, cuando la propia vida de Las Casas, con un enorme poder siendo atendido en sus denuncias de los abusos y crímenes directamente por los tres reyes más poderosos del mundo como eran los de España y por el regente Cisneros, demuestra el equilibrio entre las actuaciones de los conquistadores y sus críticos en la Iglesia.

Por ejemplo, uno de los episodios con los que el biógrafo Esteban Mira, se muestra más crítico con Cortés, es el de la matanza de Cholula en México, que califica de genocidio y a la que atribuye el objetivo de aterrorizar. Pues bien, ni es genocidio ni fue injustificado: no fue genocidio tal como viene definido en Derecho Internacional, “como la matanza o lesión grave perpetrado con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”, como ocurrió con los judíos en la Segunda Guerra Mundial, o con los católicos en la Guerra Civil española, o más recientemente en Ruanda, pero no serían genocidio, las persecuciones por ser nazi, comunista, falangista, carlista o socialista o cualquier grupo político. Por eso el genocidio no se dio jamás en los territorios españoles, pero si fue frecuente en los territorios conquistados por holandeses o británicos.


 En cuanto a la justificación o explicación de la matanza de Cholula, se deduce del propio relato, dado que se preparaba una encerrona a los españoles, de lo que reciben información que se confirma con la evacuación de mujeres y niños. Es más, de no actuar tomando la iniciativa con decisión como se hizo, o de forma parecida, hubiera sido una irresponsabilidad, una traición y una canallada, pues hubiera significado el exterminio de los españoles.

 Otro rasgo que demuestra indirectamente como funcionaba la justicia es que, como señala el autor, Cortés tuvo que mantener un centenar de pleitos contra litigantes de toda condición, cosa que hoy resulta inconcebible en personajes de semejante categoría nominal, como puede ser un presidente de gobierno.

Respecto a la ambición de Cortés, no resulta incompatible con su generosidad y su religiosidad ampliamente probada como reconoce en su obra el propio autor a pesar de la visión crítica del personaje. Resulta significativa la anécdota, recogida por el autor de la biografía de Cortés, de que condenó a la horca a un soldado que había robado dos gallinas a un indio, y que fue salvado in extremis por la intercesión de Alvarado.

Por mi parte, cuanto más conozco la historia sin adornos de los conquistadores, y de manera especial Cortés y Pizarro, más admiración me producen, sin que ello sea incompatible con errores y actuaciones vituperables. Para tratar de atenuar actuaciones brutales, algunos historiadores acuden a valorarlos o juzgarlos en función del entorno y las circunstancias, pero creo que eso debe considerarse de forma secundaria, pues las normas morales son de carácter universal en el espacio y en el tiempo.

Repasando la historia, resulta chocante que los dos los personajes, Cortés y Pizarro, que más influyeron en la modificación del mundo en el aspecto material y cultural, contribuyendo a la aparición de una nueva raza, la raza cósmica de Vasconcelos, se han visto reducidos en los manuales de historia al breve relato de la conquista. Incluso en el aspecto moral y religioso, su contribución a la difusión del catolicismo ha sido decisiva. Conviene no olvidar que, bajo la influencia de la Revolución Francesa y el modelo de colonización anglosajona, al conseguir la independencia la América Hispana, por imitación y pérdida de los valores morales, frecuentemente se dedicaron al exterminio de los indígenas en sus respectivos territorios o a su marginación y explotación. Probablemente eso explica que los indígenas se inclinaran por defender la continuidad de las leyes españolas que no hacían distinción por raza y favorecían el mestizaje y la propiedad comunitaria.

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