Hernán Cortés, el fin de una leyenda, de Ed. Palacio de Barrantes;
Badajoz, 2010, 589 págs,
Se presenta al conquistador no como un
héroe civilizador sino como un hombre de su tiempo. Una persona con sus
grandezas y sus miserias que supo salir airoso en el medio hostil en el que se
desenvolvió.
El mismo enfoque tiene la biografía de “Cortés de Ed. Palacio de Barrantes; Badajoz 2010” del mismo autor, y que lleva por subtítulo la significativa frase “El fin de una leyenda”. Puesto que considero que pocas biografías pueden considerarse tan paralelas como las de Cortés y Pizarro, recomiendo que se lean casi simultáneamente. Aunque aporta una serie de documentos originales, desgraciadamente, no se conservan en la preciosa población de Medellín, cuna de Cortés, prácticamente ningún documento de los siglos XV y XVI, destruidos durante la Guerra Civil (1936-1939) como ocurrió en todas las poblaciones de la zona dominada por el Frente Popular.
En
su obra sobre Hernán Cortés, al que
alude y compara frecuentemente en la biografía de Pizarro, desmonta la
versión de la quema de las naves que parece demostrado que no fue tal, sino que
desmanteló casi todas que ya estaban en mal estado, pero el que inutilizara las
naves de una u otra forma, resulta irrelevante ante el hecho de que sus tropas
estaban inquietas e inseguras y con dudas de regresar a Cuba y ante la hábil y
audaz maniobra de la destrucción de las naves, conjuró ese peligro. Lo mismo
ocurre con la hazaña de transportar unas naves desde Veracruz hasta México,
reduciendo algunos autores su importancia ante los antecedentes atribuidos a normandos,
bizantinos o turcos, olvidando que todos ellos lo hicieron navegando ríos
arriba, bastante caudalosos, de curso tranquilo y en distancias cortas,
mientras que Cortés recorrió unos 1.200 km. y salvando un desnivel de más de
2.200 m.; semejante hazaña no tuvo parangón ni antes ni después, salvo quizás
con canoas en alguna película de Hollywood.
En
ese mismo afán de ser imparcial atribuye a Cortés nula capacidad militar
citando a uno de los capitanes en la batalla de Argel en 1541: “Este animal
cree que tiene que vérselas con sus indiecitos porque allí bastaban diez
hombres a caballo para aniquilar a veinticinco mil.” Semejante comentario es
una burla chulesca propia de la ignorancia y desconocimiento de lo que eran las
culturas aztecas o incas. Hay que tener en cuenta que las culturas incas y aztecas estaban en una etapa de un neolítico
avanzado semejante a la del Egipto del Imperio Antiguo, casi 4.000 años
antes de la conquista de Perú o México. Ello
implicaba una organización social compleja con una casta guerrera jerarquizada
y experimentada. Baste la comparación de los enfrentamientos del ejército
americano con los indios de Norteamérica en un nivel de desarrollo y
organización muy inferior al de incas o aztecas, a pesar de que el contacto con
los españoles les había hecho avanzar siglos con el caballo y las armas
blancas. Sin ir más lejos, en el enfrentamiento del general Custer en Little
Bighorn en 1876, 647 hombres de caballería con modernos rifles Springfield 1873
de retrocarga que disparaban 10 disparos /minuto y con revólveres Colt, fueron
derrotados por unos 2.500 indios, armados de lanzas y flechas. Teniendo además
en cuenta que la fuerza que participó en la batalla formaba parte del pequeño
ejército en campaña de unos 3.000 hombres que disponían incluso de
ametralladoras.
No
deja de ser sorprendente en un historiador acudir a Bartolomé de las Casas de manera tan reiterada para descalificar a
Cortés, cuando la propia vida de Las Casas, con un enorme poder siendo
atendido en sus denuncias de los abusos y crímenes directamente por los tres
reyes más poderosos del mundo como eran los de España y por el regente
Cisneros, demuestra el equilibrio entre
las actuaciones de los conquistadores y sus críticos en la Iglesia.
Por
ejemplo, uno de los episodios con los que el biógrafo Esteban Mira, se muestra
más crítico con Cortés, es el de la matanza de Cholula en México, que califica
de genocidio y a la que atribuye el objetivo de aterrorizar. Pues bien, ni es
genocidio ni fue injustificado: no fue genocidio tal como viene definido en
Derecho Internacional, “como la matanza o lesión grave perpetrado con la
intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial
o religioso como tal”, como ocurrió con los judíos en la Segunda Guerra Mundial,
o con los católicos en la Guerra Civil española, o más recientemente en Ruanda,
pero no serían genocidio, las persecuciones por ser nazi, comunista,
falangista, carlista o socialista o cualquier grupo político. Por eso el genocidio no se dio jamás en los
territorios españoles, pero si fue frecuente en los territorios conquistados
por holandeses o británicos.
En cuanto a la justificación o explicación de la matanza de Cholula, se deduce del propio relato, dado que se preparaba una encerrona a los españoles, de lo que reciben información que se confirma con la evacuación de mujeres y niños. Es más, de no actuar tomando la iniciativa con decisión como se hizo, o de forma parecida, hubiera sido una irresponsabilidad, una traición y una canallada, pues hubiera significado el exterminio de los españoles.
Otro rasgo que demuestra indirectamente como
funcionaba la justicia es que, como señala el autor, Cortés tuvo que mantener un centenar de pleitos contra litigantes de
toda condición, cosa que hoy resulta inconcebible en personajes de
semejante categoría nominal, como puede ser un presidente de gobierno.
Respecto a la ambición de Cortés, no
resulta incompatible con su generosidad y su religiosidad ampliamente probada como reconoce en su obra el propio autor a pesar de
la visión crítica del personaje. Resulta significativa la anécdota, recogida
por el autor de la biografía de Cortés, de que condenó a la horca a un soldado
que había robado dos gallinas a un indio, y que fue salvado in extremis por la intercesión de
Alvarado.
Por
mi parte, cuanto más conozco la historia sin adornos de los conquistadores, y
de manera especial Cortés y Pizarro, más admiración me producen, sin que ello
sea incompatible con errores y actuaciones vituperables. Para tratar de atenuar actuaciones brutales, algunos historiadores
acuden a valorarlos o juzgarlos en función del entorno y las circunstancias,
pero creo que eso debe considerarse de forma secundaria, pues las normas
morales son de carácter universal en el espacio y en el tiempo.
Repasando
la historia, resulta chocante que los dos los personajes, Cortés y Pizarro, que
más influyeron en la modificación del mundo en el aspecto material y cultural,
contribuyendo a la aparición de una nueva raza, la raza cósmica de Vasconcelos,
se han visto reducidos en los manuales de historia al breve relato de la
conquista. Incluso en el aspecto moral y religioso, su contribución a la
difusión del catolicismo ha sido decisiva. Conviene no olvidar que, bajo la
influencia de la Revolución Francesa y el modelo de colonización anglosajona,
al conseguir la independencia la América Hispana, por imitación y pérdida de
los valores morales, frecuentemente se dedicaron al exterminio de los indígenas
en sus respectivos territorios o a su marginación y explotación. Probablemente
eso explica que los indígenas se inclinaran por defender la continuidad de las
leyes españolas que no hacían distinción por raza y favorecían el mestizaje y
la propiedad comunitaria.
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