Fray Diego es una clara muestra de la
tercera fuente de riqueza y prestigio a la que podían acceder los criollos en
Nueva España: el clero
Diego
Velázquez de la Cadena nació en la ciudad de México, en 1638, hijo del capitán
Juan Velázquez de León, patriarca del
linaje, un hidalgo castellano nacido en Torrubia del Campo (Cuenca) en
1568, que había llegado a la Nueva España atraído por sus míticas minas de plata
y amasó una pequeña fortuna en las de Zacualpan, pero su verdadero ascenso lo
consiguió gracias al ventajoso matrimonio con doña Catalina Caballero Sedeño de
la Cadena, hija de una familia criolla que remontaba su abolengo a los años
inmediatos a la conquista. De sus trece hijos, tres murieron en la infancia,
tres se casaron con miembros de familias de la nobleza novohispana y los
restantes entraron a la vida religiosa.
El
más destacado e influyente de los miembros de la familia fue sin duda Pedro, el
primogénito, quien contrajo nupcias por primera vez en 1646 con Francisca de
Tovar y Samano, hija de uno de los secretarios de Gobernación y Guerra, Luis de
Tovar Godínez. Gracias a este matrimonio Pedro recibió como dote la misma
secretaría que, como uno de los oficios que la Corona ponía a la venta, había
sido adquirida por su suegro en 70.000 pesos. A pesar de los numerosos
problemas a los que se enfrentó para mantenerse en el puesto (además del pago
de otros 60.000 pesos), el desempeño del cargo durante casi medio siglo, le dio
una gran preeminencia en la vida política y social de la Nueva España. Al estar encargado de la principal oficina
de gobierno del palacio durante las gestiones de ocho virreyes y de tres
arzobispos virreyes, el primogénito de la Cadena era detentador de un poder y
de unas relaciones excepcionales en todo el ámbito novohispano.
Al
enviudar de su primera esposa, Pedro contrajo segundas nupcias en 1655 con
Elena de Silva y Guzmán, señora de Yecla en Castilla y pariente de los duques del
Infantado. Aunque con ella tampoco tuvo hijos, este matrimonio acrecentó su
prestigio social. Pedro Velázquez de la Cadena era además capitán de
infantería, rector de la archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral,
hermano mayor de la cofradía de los caballeros de la Cruz en la parroquia de la
Veracruz; en 1672 recibió el título de caballero de la Orden de Santiago y en
1678 fue nombrado patrono del convento de Santa Inés por la muerte de su madre.
Como primogénito de la familia heredó dos encomiendas (una en Xilotepec y otra
en Querétaro) y una concesión de indios vacos en Pachuca por dos mil pesos de
oro, sobre la que sostuvo pleito con la Real Audiencia resuelto a su favor en
1688. Pedro no tuvo descendencia directa y su viuda dejó a uno de sus sobrinos,
Diego, la fortuna familiar. Él continuaría con el apellido de la familia y
sobre él sería fundado el mayorazgo Velázquez de la Cadena. Este joven se
desposó con María Rosa de Cervantes Cassaus en 1698 y su mayorazgo fue el origen del marquesado de la Cadena en el siglo
XVIII.
Fray
Diego, el segundo hermano de don Pedro, es una clara muestra de la tercera
fuente de riqueza y prestigio a la que podían acceder los criollos: el clero.
Después de su ingreso con los agustinos en la década de los cincuenta, el padre
de la Cadena se graduó de doctor en
Teología por la Universidad de México en 1665. Fue mecenas de su tesis
Antonio Sebastián de Toledo, el virrey
marqués de Mancera, señal del papel destacado que tenía su hermano en la
corte. Entre 1666 y 1669 ocupó el cargo de rector en el colegio de San Pablo,
convento que era casa de estudios de la provincia y parroquia de indios, y que
sería su residencia permanente hasta el fin de su vida. Para 1667, cuando Sor Juana Inés de la Cruz ingresaba al convento de
las carmelitas, su prestigio era ya tan considerable, que fray Diego figuró
como candidato en las elecciones de rector de la Universidad de ese año.
Loa a los Años del Revmo. P. Maestro
Fray Diego Velazquez de la Cadena,
por Sor Juana Inés de la Cruz, 1651-1695.
por Sor Juana Inés de la Cruz, 1651-1695.
Pero
obtener una cátedra en la Universidad era sólo un escalón en la ascendente
carrera del ambicioso agustino que tenía en sus miras gobernar la provincia del Santísimo Nombre de Jesús y sus enormes
riquezas. En esta provincia alrededor de cien criollos (el 20% del total de
los miembros de ella), apoyados por algunos peninsulares, detentaban y
circulaban entre sí todos los puestos rectores y los cargos priorales, y se
beneficiaban con las substanciosas rentas que algunos de ellos producían. A la
cabeza de este grupo se encontraba lo que los contemporáneos llamaron «el monarca agustino»: un personaje criollo con gran poder y
riqueza, que ocupaba durante dos o tres trienios el provincialato y que elegía
a su antojo a los provinciales que lo sucederían y a las demás autoridades,
por medio de la manipulación y compra de los votos en los capítulos
provinciales. Un elemento importante que sostenía su posición era el manejo de
grandes sumas de dinero de diversas procedencias: préstamos a cargo de los
conventos y de los ornamentos de las sacristías; adjudicación de una parte de
la limosna para vino y aceite que daba a la provincia la Real Hacienda; apropiación de los espolios, o bienes que
dejaban los frailes al morir y de importantes porciones de las rentas que
sustentaban el convento grande de México; y sobre todo la venta de una parte
considerable de los cargos priorales y la percepción de una buena tajada de las
contribuciones que los priores, procuradores y administradores daban cuando se
realizaban las visitas provinciales. Con esa plata, además de sostener el
tren de vida cortesano que llevaban, los «monarcas» hacían regalos y sobornos
para conseguir el favor de los poderosos, enviaban procuradores a España y
pagaban los gastos que exigían las gestiones ante las cortes de Madrid y Roma y
ante el generalato de la Orden.
A
partir de 1684 fray Diego consiguió no sólo la cátedra de Teología, sino
también manipular las votaciones para ser provincial y, después de su trienio,
para controlar la provincia como un feudo personal.
Fray Diego Velázquez de la Cadena |
Por
los cambios que se produjeron en la
Nueva España a raíz de la rebelión de 1692 y del eclipse momentáneo de la
figura política del virrey Conde de
Galve, dado que un importante sector de la sociedad lo culpaba por lo
sucedido, fray Diego se vio obligado a abandonar el control de la provincia y
dejar que un grupo de frailes reformadores tomara las riendas de su gobierno
durante un trienio. Le afectó también la renuncia
de don Pedro a la secretaría de Gobernación en 1694, causada muy
posiblemente por la turbulencia política que desató la rebelión en los medios
de poder novohispanos. Esta renuncia fue una de las causas por las que su
hermano fray Diego tuvo que ocultarse de
nuevo bajo el velo de un discreto silencio, ya que con la renuncia de don
Pedro el fraile había perdido a su principal valedor en la corte virreinal.
Fray Diego fallecería a principios del siglo XVIII, después de 1705.
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