jueves, 23 de noviembre de 2023

Diego Velázquez de la Cadena. Un eclesiástico cortesano en la Nueva España de fines del siglo XVII



Fray Diego es una clara muestra de la tercera fuente de riqueza y prestigio a la que podían acceder los criollos en Nueva España: el clero

Diego Velázquez de la Cadena nació en la ciudad de México, en 1638, hijo del capitán Juan Velázquez de León, patriarca del linaje, un hidalgo castellano nacido en Torrubia del Campo (Cuenca) en 1568, que había llegado a la Nueva España atraído por sus míticas minas de plata y amasó una pequeña fortuna en las de Zacualpan, pero su verdadero ascenso lo consiguió gracias al ventajoso matrimonio con doña Catalina Caballero Sedeño de la Cadena, hija de una familia criolla que remontaba su abolengo a los años inmediatos a la conquista. De sus trece hijos, tres murieron en la infancia, tres se casaron con miembros de familias de la nobleza novohispana y los restantes entraron a la vida religiosa.

El más destacado e influyente de los miembros de la familia fue sin duda Pedro, el primogénito, quien contrajo nupcias por primera vez en 1646 con Francisca de Tovar y Samano, hija de uno de los secretarios de Gobernación y Guerra, Luis de Tovar Godínez. Gracias a este matrimonio Pedro recibió como dote la misma secretaría que, como uno de los oficios que la Corona ponía a la venta, había sido adquirida por su suegro en 70.000 pesos. A pesar de los numerosos problemas a los que se enfrentó para mantenerse en el puesto (además del pago de otros 60.000 pesos), el desempeño del cargo durante casi medio siglo, le dio una gran preeminencia en la vida política y social de la Nueva España. Al estar encargado de la principal oficina de gobierno del palacio durante las gestiones de ocho virreyes y de tres arzobispos virreyes, el primogénito de la Cadena era detentador de un poder y de unas relaciones excepcionales en todo el ámbito novohispano.

Al enviudar de su primera esposa, Pedro contrajo segundas nupcias en 1655 con Elena de Silva y Guzmán, señora de Yecla en Castilla y pariente de los duques del Infantado. Aunque con ella tampoco tuvo hijos, este matrimonio acrecentó su prestigio social. Pedro Velázquez de la Cadena era además capitán de infantería, rector de la archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral, hermano mayor de la cofradía de los caballeros de la Cruz en la parroquia de la Veracruz; en 1672 recibió el título de caballero de la Orden de Santiago y en 1678 fue nombrado patrono del convento de Santa Inés por la muerte de su madre. Como primogénito de la familia heredó dos encomiendas (una en Xilotepec y otra en Querétaro) y una concesión de indios vacos en Pachuca por dos mil pesos de oro, sobre la que sostuvo pleito con la Real Audiencia resuelto a su favor en 1688. Pedro no tuvo descendencia directa y su viuda dejó a uno de sus sobrinos, Diego, la fortuna familiar. Él continuaría con el apellido de la familia y sobre él sería fundado el mayorazgo Velázquez de la Cadena. Este joven se desposó con María Rosa de Cervantes Cassaus en 1698 y su mayorazgo fue el origen del marquesado de la Cadena en el siglo XVIII.

Fray Diego, el segundo hermano de don Pedro, es una clara muestra de la tercera fuente de riqueza y prestigio a la que podían acceder los criollos: el clero. Después de su ingreso con los agustinos en la década de los cincuenta, el padre de la Cadena se graduó de doctor en Teología por la Universidad de México en 1665. Fue mecenas de su tesis Antonio Sebastián de Toledo, el virrey marqués de Mancera, señal del papel destacado que tenía su hermano en la corte. Entre 1666 y 1669 ocupó el cargo de rector en el colegio de San Pablo, convento que era casa de estudios de la provincia y parroquia de indios, y que sería su residencia permanente hasta el fin de su vida. Para 1667, cuando Sor Juana Inés de la Cruz ingresaba al convento de las carmelitas, su prestigio era ya tan considerable, que fray Diego figuró como candidato en las elecciones de rector de la Universidad de ese año.

Loa a los Años del Revmo. P. Maestro Fray Diego Velazquez de la Cadena,
por Sor Juana Inés de la Cruz, 1651-1695.

Pero obtener una cátedra en la Universidad era sólo un escalón en la ascendente carrera del ambicioso agustino que tenía en sus miras gobernar la provincia del Santísimo Nombre de Jesús y sus enormes riquezas. En esta provincia alrededor de cien criollos (el 20% del total de los miembros de ella), apoyados por algunos peninsulares, detentaban y circulaban entre sí todos los puestos rectores y los cargos priorales, y se beneficiaban con las substanciosas rentas que algunos de ellos producían. A la cabeza de este grupo se encontraba lo que los contemporáneos llamaron «el monarca agustino»: un personaje criollo con gran poder y riqueza, que ocupaba durante dos o tres trienios el provincialato y que elegía a su antojo a los provinciales que lo sucederían y a las demás autoridades, por medio de la manipulación y compra de los votos en los capítulos provinciales. Un elemento importante que sostenía su posición era el manejo de grandes sumas de dinero de diversas procedencias: préstamos a cargo de los conventos y de los ornamentos de las sacristías; adjudicación de una parte de la limosna para vino y aceite que daba a la provincia la Real Hacienda; apropiación de los espolios, o bienes que dejaban los frailes al morir y de importantes porciones de las rentas que sustentaban el convento grande de México; y sobre todo la venta de una parte considerable de los cargos priorales y la percepción de una buena tajada de las contribuciones que los priores, procuradores y administradores daban cuando se realizaban las visitas provinciales. Con esa plata, además de sostener el tren de vida cortesano que llevaban, los «monarcas» hacían regalos y sobornos para conseguir el favor de los poderosos, enviaban procuradores a España y pagaban los gastos que exigían las gestiones ante las cortes de Madrid y Roma y ante el generalato de la Orden.


A partir de 1684 fray Diego consiguió no sólo la cátedra de Teología, sino también manipular las votaciones para ser provincial y, después de su trienio, para controlar la provincia como un feudo personal.

Fray Diego Velázquez de la Cadena
 
Por los cambios que se produjeron en la Nueva España a raíz de la rebelión de 1692 y del eclipse momentáneo de la figura política del virrey Conde de Galve, dado que un importante sector de la sociedad lo culpaba por lo sucedido, fray Diego se vio obligado a abandonar el control de la provincia y dejar que un grupo de frailes reformadores tomara las riendas de su gobierno durante un trienio. Le afectó también la renuncia de don Pedro a la secretaría de Gobernación en 1694, causada muy posiblemente por la turbulencia política que desató la rebelión en los medios de poder novohispanos. Esta renuncia fue una de las causas por las que su hermano fray Diego tuvo que ocultarse de nuevo bajo el velo de un discreto silencio, ya que con la renuncia de don Pedro el fraile había perdido a su principal valedor en la corte virreinal. Fray Diego fallecería a principios del siglo XVIII, después de 1705.

No hay comentarios :

Publicar un comentario