jueves, 23 de septiembre de 2021

Antonio de Oquendo y Zandategui. Almirante de la Armada del Mar Océano


Insigne almirante donostiarrra. Participó en más de cien combates navales. Sus dos hechos principales fueron la batalla de los Abrojos en 1631, y la de las Dunas en 1639. Se asegura que sus éxitos militares se debían a lo bien organizados que estaban sus buques y a la férrea disciplina que en ellos imperaba.

Sus cualidades de expertísimo marino resplandecieron constantemente en su honorable carrera al servicio de la Monarquía hispánica.

Antonio de Oquendo y Zandategui nació en San Sebastián, en octubre de 1577, hijo de Miguel de Oquendo y Segura (1510 / San Sebastián-1588 / Pasajes), capitán general de la armada de Guipúzcoa, que participó junto a don Álvaro de Bazán en la batalla de las Terceras (1583), y murió podo después del desastre de la Invencible, y de María de Zandategui, señora de la torre de Lasarte, un matrimonio típico en el que se mezclan los intereses comerciales de familias de hidalgos asentados en el medio urbano de la provincia, como los Oquendo, con los herederos de linajes nobiliares, como el de la torre de Lasarte, basados en origen en la posesión feudal de la tierra.

Antonio de Oquendo (Museo Naval)


Los datos sobre la educación recibida por Antonio de Oquendo son escasos y, como ocurre con algunos aspectos de su vida, controvertidos. Según la primera biografía del almirante escrita por su hijo natural Miguel de Oquendo en el año 1666, su período de formación es escaso, concluye antes de los 16 años (25 según otros autores, con formación más amplia) para entrar en el servicio naval de la Corona.

Escudo y alegorias a la Marina y la Guerra en el pedestal de su estatua en San Sebastián

Al gran almirante

D. Antonio de Oquendo

experto marino,

heroico soldado,

cristiano piadoso,

que al declinar el poderío

de España supo mantener en cien combates

el honor de la patria,

dedica este tributo de amor

la ciudad de San Sebastián.

Orgullosa de tan preclaro hijo

1577-1640

El primer destino de la larga carrera militar de Antonio de Oquendo, con la plaza de “caballero entretenido” y con sueldo de veinte escudos, será en las llamadas galeras de Nápoles, al mando de Pedro de Toledo. Ese servicio se prolongará entre el año 1600 y julio de 1604. Cierta documentación expedida por sus oficiales en el año 1602 lo describe en esa época como vecino de San Sebastián, moreno de rostro y de pequeña estatura.

En el año 1604 obtendrá en la base de Lisboa el mando de su primer galeón, el Delfín de Escocia. Al mando de éste y de La dobladilla, otro galeón de similar porte, realizará su primer hecho de armas destacado, enfrentándose a los corsarios ingleses que infestan la costa portuguesa –por entonces parte de la monarquía imperial española- y que son el principal objetivo de esa primera expedición en la que ostenta mando. Otro barco apresado, a la altura de Cádiz, producirá un cuantioso botín y un rápido ascenso al entonces todavía capitán Antonio de Oquendo y Zandategui.

Galeón Delfín de Escocia, apresando barco inglés (1604).
En abril de 1605, el rey Felipe III manda llamarlo a la corte de Valladolid y allí le ofrece el mando de su primera escuadra. El nombramiento, tal y como subraya la biografía de Oquendo firmada por el vicealmirante Estrada, es de capitán general de esa escuadra pero con carácter interino, si bien otra documentación de esa época le atribuye, sin más distinciones, el grado de general efectivo. Ese servicio se prolongará hasta el año 1608 sin episodios de relieve, salvo el naufragio de parte de las unidades bajo mando de Antonio de Oquendo entre Biarritz y San Juan de Luz, incidente que algunos tratadistas de la época atribuirán a Brujería. Oquendo recuperará la Artillería de los navíos hundidos y reconstruirá la Armada de manera enteramente satisfactoria, recibiendo en 7 de enero de 1608, por Felipe II, el nombramiento de capitán general de la nueva escuadra de Cantabria, compuesta por la de Guipúzcoa, la de Vizcaya y la de las Cuatro Villas (actual provincia de Cantabria).

Su carrera continuará desarrollándose sin demasiados incidentes hasta el año 1619, sirviendo tanto en el Atlántico -fundamentalmente contra los holandeses- como en el Mediterráneo, donde participará en el socorro a Larache contra los corsarios berberiscos. Durante ese período trabará amistad con el príncipe Filiberto de Saboya, que lo recomendará para nuevos ascensos y la obtención del exclusivo hábito de caballero de Santiago, que se le concede en 12 de agosto de 1614, apenas un año después de su boda con la huérfana María de Lazcano, que se celebrará por poderes en 30 de marzo de 1613, al hallarse Oquendo en Sevilla prestando nuevamente servicio en la flota de Indias, con la que tuvo un hijo, Miguel de Oquendo, también general de Marina.

Tras su vuelta, del mando de la flota de Indias en el año 1613, se ve envuelto en una querella bruocrática de la Casa de Contratación, pero es absuelto debido a su impecable administración. Una vez en Cádiz, es nombrado caballero de la Orden de Santiago, pero la Casa de Contratación reabrió el proceso contra él y sus subordinados, acusándolo de perder dos centenares de gente de mar y guerra, de consentir juegos de naipes y haber acortado raciones. La situación se zanja con una costosa multa de 68.000 maravedís que Oquendo deberá pagar. Tras este incidente, abandonó los negocios de la Casa, volviendo a su querida Armada y recibiendo la orden de hacerse cargo de la expedición de socorro a Filipinas, compuesta de ocho galeones, dos carabelas, un patache y 1.600 hombres. Sin embargo, cae gravemente enfermo, lo que le impedirá hacerse cargo de la misión.

En 1619 sufrirá un primer desencuentro con la corte de Madrid, al negarse a aceptar con carácter interino el puesto de almirante general de la Armada del Mar Océano. Estará recluido sin empleo ni sueldo en la fortaleza de Hondarribia, arresto del que saldrá pronto gracias a los consejos del maestre de esa plaza fuerte, Bernardino de Meneses, que le recomienda solicitar una revisión de su caso que le permita, al menos, tener como prisión el contorno de su villa natal de Donostia, donde podría hacerse cargo del apresto de la flota de Cantabria que seguía bajo su responsabilidad.

Placa en recuerdo a Oquendo en el Juan Sebastián Elcano
La rehabilitación no tardará en llegar, iniciando un nuevo período de brillantes servicios en la Carrera de Indias que sólo queda eclipsado por una accidentada navegación de retorno desde La Habana en la que Oquendo perderá dos navíos y parte de la plata que debía convoyar hasta España. Un nuevo aprieto con la Corte que se resolverá con relativa facilidad, obteniendo nuevo destino en América para el año 1626. En ese escenario participará con brillantez en la expedición punitiva del año 1627 contra las bases de piratas asentadas, entre otras islas, en la celebre Tortuga.

Estatua en San Sebastián
En 1631, se le ordenará regresar a América para llevar socorro a las plazas portuguesas de Bahía de Todos los Santos y Pernambuco. Ostentará así el mando supremo de una flota combinada de socorro que, a pesar de combatir en inferioridad de condiciones, se apuntará una clara victoria –batalla de los Abrojos- sobre la escuadra holandesa bajo las órdenes del almirante Adrian Hans Pater y más tarde del almirante Thys, que asume el mando de los restos de esa flota una vez que Antonio de Oquendo acaba con la nao almirante holandesa en el enfrentamiento de 12 de septiembre de 1631. El socorro será finalmente introducido en Pernambuco gracias a la maniobra evasiva diseñada por Oquendo, distrayendo la atención de Thys sobre las carabelas que transportan las tropas de refuerzo y desbaratarán los planes holandeses enteramente, dando lugar a una resonante victoria.

Su prestigio ha quedado solidamente asentado, como lo muestra la facilidad con la que elude en 1636 cualquier clase de sanción grave por su duelo en las afueras de Madrid, a daga y espada según el uso habitual en la Europa de la época, con el también almirante Nicolás Judici por discrepancias sobre asuntos de servicio. Desde joven fue muy diestro en el manejo de las armas y, aunque se crió en la mar, de los mejores jinetes de su tiempo.

La última misión de Oquendo será socorrer la plaza flamenca de Mardique en 1639. El almirante logrará ese objetivo tras enfrentarse a la flota holandesa al mando de Tromp en la llamada batalla de Las Dunas en septiembre de ese año, con resultado incierto, pues ambas partes reclamaron la victoria para sí. El almirante guipuzcoano, extenuado por las penalidades de esa última campaña, morirá el 7 de junio de 1640 en A Coruña. Posteriormente, la familia Oquendo, probando su hidalguía, pasó a Las Encartaciones de Vizcaya.



Su hijo Miguel Antonio de Oquendo y Molina dedicó los últimos años de su existencia a escribir la vida de su progenitor, a la que tituló El héroe cántabro: vida del señor don Antonio de Oquendo.

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