miércoles, 7 de diciembre de 2022

Agustín Gabriel de Montiano y Luyando. Académico, poeta y dramaturgo. Primer director de la Real Academia de la Historia



Fue historiador, crítico y dramaturgo perteneciente al Neoclasicismo. Fundo la Academia de la Historia, de la que fue su primer presidente en 1738.


Nació en Valladolid, el 28 de febrero de 1697, en el seno de una familia de origen noble, arraigada en los antiguos solares de la casa paterna de Montiano y de la materna del valle de Orozco del señorío de Vizcaya y en el de Mena. Su padre, Francisco Antonio de Moniano, contaba apenas veinte años cuando comenzó a desempeñar cargos tan importantes como el de secretario del almirante de Castilla; su madre Manuela Luyando. Durante su infancia, estudió Gramática, Retórica y Poesía Latina en el insigne Colegio de San Ambrosio de su ciudad natal, ero tempranamente asistió a la muerte de sus progenitores, en 1701 a la de su padre y en 1704 a la de su madre. Huérfano en plena niñez, fue educado por sus abuelos, pero al fallecimiento de éstos, en 1708, se trasladó a vivir a Zaragoza, donde su tío Agustín Francisco era ministro de la Real Audiencia.

Con motivo de la batalla de Zaragoza (1710), se vio obligado junto a su tío a salir de esta ciudad, rebelde a los Borbones, y regresar a Valladolid, donde continuó el estudio de las Leyes. Esta estancia fue breve; recobrada por el Rey la isla de Mallorca, creó en la capital balear una Audiencia, cuya regencia le fue conferida a su tío. En el archipiélago se familiarizó con la historia, la política y las bellas letras.

El año 1727 se trasladó a Madrid buscando nuevos horizontes. Allí continuó dedicándose al cultivo y estudio de la literatura. A la Corte le siguió su tío por haberle concedido el Soberano una de las fiscalías del Consejo de Hacienda, muriendo poco después.

Montiano sufrió un duro golpe, ya que este fallecimiento supuso el fin de su refugio afectivo y económico, pues estaba establecido en Madrid sin empleo y con la obligación de mantener a su tía y familia, para lo cual no le sufragaba la renta de los vínculos que poseía en Valladolid. En esta precaria situación, resolvió dirigirse a Sevilla, a donde se había trasladado la Corte. En la capital andaluza, el ministro Joseph Patiño le propuso al Rey como secretario de la Junta de comisarios españoles e ingleses. Cuando la Corte regresó a Madrid, Montiano continuó desempeñando su cargo hasta que la Junta concluyó su trabajo en 1735. El Monarca premió su trabajo y lealtad proporcionándole plaza en la Primera Secretaría Universal del Estado. Un año antes, en 1734, había contraído matrimonio con María Josefa Manrique, camarista de la Reina, hija del mariscal de campo, Diego Antonio Manrique.

A partir de 1735 se ve a Montiano y Luyando en Madrid, estable por empleo y por matrimonio. Este mismo año se concibió la idea de formar una Academia —ya se había fundado años antes la Española— bajo la protección de Su Majestad, y fue precisamente Montiano quien imprimió, desde los primeros momentos, gran impulso a la novel Academia. Redactó sus primeros estatutos e inició el plan de un Diccionario Histórico Crítico. Fue a fines de 1735 cuando, dejando el nombre de Academia Universal, la naciente institución se denominó Academia Española de la Historia. Sin embargo, no tenía protección real; para conseguirla se encargó a Montiano solicitar ese privilegio al Monarca Felipe V, que fue concedido en abril de 1738, siendo Montiano elegido director ese mismo mes.

Por encargo de la Academia escribió El Cotejo de la conducta de S. Majestad con la del Rey Británico, publicado en 1739. Es un opúsculo en el que se unen sus primitivos saberes de jurisprudencia, la experiencia en su primer empleo y los asuntos de la Secretaría de Estado, a lo que se añade, un buen estilo y lenguaje, exactitud y prudencia naturales.

En el año 1740 fue ascendido a oficial mayor de la Secretaría de Estado. Entre tanto, no descuidó sus tareas literarias, ni su celo a favor de la Academia, para lo que promovió y solicitó a Su Majestad una renta anual. Por fin, en 1744 Felipe V expidió sus Reales Decretos a la Cámara, al Consejo Real y al de Indias dotando a la Academia de la Historia de 4.000 ducados anuales y concediéndole el oficio de cronista de la Corona. En agradecimiento por estas fructíferas gestiones, sus miembros solicitaron al Rey, en julio de 1745, que Montiano fuera nombrado su director perpetuo, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento.

En 1746, coincidiendo con el cambio de Monarca, se le confirió la Secretaría de la Cámara de Gracia y Justicia de la Corona de Castilla. Fue la etapa más productiva en el campo literario.

En 1751 los integrantes de la Academia de los Desconfiados de Barcelona solicitaron la protección real. El Monarca remitió esta petición al informe y dictamen de la Real Academia de la Historia, cuya cabeza era Agustín de Montiano, quien accedió a la súplica de los eruditos catalanes, y Su Majestad les concedió la Real Cédula en enero de 1752. Los interesados, conociendo la decisiva intervención de Montiano, le nombraron académico de la recién creada Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. En octubre de ese mismo año, accedió como académico de honor a la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, donde posteriormente alcanzó la máxima distinción: consiliario en 1754. En esta aristocrática Institución trabajó activamente en la redacción de los Estatutos de 1757 e intervino como escritor con motivo de los premios anuales de las tres Nobles Artes. Asimismo, en 1752 ayudó a la fundación de una Academia de Buenas Letras en Sevilla, siendo el primero de sus académicos.

Una de sus obras más famosas
La fama de hombre insigne y literato traspasó las fronteras. En Rusia se le concedió el título de académico de la Academia Imperial de las Ciencias de San Petersburgo en 1759; y en 1760 se le nombró miembro de la Academia de los Renacidos, en la ciudad brasileña de Bahía de Todos los Santos.

Agustín de Montiano tenía pensamiento de editar sus obras en un volumen conjunto titulado Memorias de la Real Academia de la Historia, como lo atestigua el permiso que solicitó al Rey en 1760; sin embargo, nunca se cumplieron sus deseos, dejando sus escritos diseminados por las diferentes Academias de España, algunos de los cuales han desaparecido. Durante los últimos meses de su vida se vio imposibilitado de todo movimiento corporal, muriendo en Madrid el 1 de noviembre de 1764.

Texto extraido de la web de la Real Academia de la Historia

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