Capitaneó uno de los once navíos que
componían la expedición de Hernán Cortés a tierras mexicanas, la cual zarpó del
puerto cubano de Trinidad el 18 de febrero de 1519. Participó en la exploración y conquista
de México en compañía de Hernán Cortés, y recibió a “la Malinche” (doña Marina)
como regalo.
Nacido
en la localidad extremeña de Medellín, en la primera mitad del siglo XVI, era hijo
del comendador Portocarrero y Doña Mencia de Céspedes, pariente del conde de
Medellín. Obtuvo licencia para pasar a Indias el 19 de febrero de 1516 y estaba
en Cuba en 1518, pasando como capitán* a la conquista de Méjico con Hernán
Cortés en 1519. Al parecer este hidalgo no
era una persona rica, pues Bernal Díaz del Castillo describió que Hernán Cortés
tuvo que comprarle una yegua rucia (color pardo) en las inmediaciones del
puerto de la Trinidad antes de zarpar de la isla de Cuba, y dio por ellla .unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo.
Cortés nombró como apitanes a Alonso de Ávila, Alonso Hernández Portocarrero, Diego de
Ordás, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Salceda,
Juan de Escalante, Juan Velázquez de León, Cristóbal de Olid y un tal
Escobar
Tras un breve enfrentamiento, el 15 de marzo, con los señores mayas de la región de Tabasco (en la península de Yucatán), éstos regalaron a Hernán Cortés veinte jóvenes indígenas, entre las que se hallaba la célebre Malinche (doña Marina)*, entregada a Hernández, que enseguida llamó la atención de los españoles por su belleza y apariencia noble, y que acompañó a Cortés a lo largo de la conquista del Imperio azteca, desempeñando la labor de intérprete con las poblaciones indias, ya que ella hablaba el idioma maya y el idioma náhuatl.
Tras un breve enfrentamiento, el 15 de marzo, con los señores mayas de la región de Tabasco (en la península de Yucatán), éstos regalaron a Hernán Cortés veinte jóvenes indígenas, entre las que se hallaba la célebre Malinche (doña Marina)*, entregada a Hernández, que enseguida llamó la atención de los españoles por su belleza y apariencia noble, y que acompañó a Cortés a lo largo de la conquista del Imperio azteca, desempeñando la labor de intérprete con las poblaciones indias, ya que ella hablaba el idioma maya y el idioma náhuatl.
Hernán Cortés y la Malinche (doña Marina) |
Junto
con el también hidalgo Francisco de Montejo formó parte
destacada del cabildo creado en la nueva ciudad denominada Villa Rica de la
Vera Cruz.
El
26 de julio de 1519, comisionado por Cortés, quizá para “quitárselo de en
medio” y “quedarse” con doña Marina, zarpó en una embarcación junto con el
mismo Francisco de Montejo y el piloto mayor Antón de Alaminos con el Quinto
del Rey y la primera carta de relación o carta del cabildo dirigida a Carlos I
de España. El objetivo del viaje era también para que le defendiera en la Corte
contra los ataques de Diego Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba y enemigo de Cortés, debido a las pugnas entre ambos
por conseguir el título de Adelantado para el territorio de la Nueva España. Llegaron
a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) tres meses más tarde, pero el Obispo de Burgos Juan Rodríguez Fonseca, que favorecía
abiertamente a Velázquez, mandó encarcelar a Alonso, que falleció poco después en
prisión.
Nota: La
siguiente Información está extraída de National
Geographic
Malinalli, llamada la Malinche o Doña
Marina; nació en Coatzacoalcos, actual Veracruz, c. 1500 - Ciudad de México, c.
1527) Indígena mesoamericana. Intérprete y compañera de Hernán Cortés, que
desempeñó un importante papel en el proceso de conquista de México.
En marzo de 1519, Hernán Cortés estaba dando los primeros pasos en la campaña de conquista de México. Se encontraba en la costa de Tabasco, poblada por los mayas. Tras librar una batalla en Centla, los caciques locales acudieron una mañana al campamento español para agasajar a Cortés con numerosos regalos de oro, mantas y alimentos. Le llevaban también veinte doncellas, entre las que se encontraba una llamada Malinalli Tenépatl, llamada Malinche o Malintzin, doña Marina para los españoles, que sería una colaboradora decisiva en sus operaciones contra los aztecas.
La entrega de estas jóvenes hay que
entenderla dentro de las costumbres de los aztecas. Éstos solían viajar acompañados por mujeres que les
cocinaran, y al ver que los españoles carecían de ellas decidieron ofrecerles
algunas jóvenes destinadas también al servicio doméstico, aunque era fácil que
se convirtieran asimismo en concubinas. Antes de aceptarlas, Cortés ordenó que
fueran bautizadas, tras lo cual, Cortés repartió a las «primeras cristianas»
entre sus capitanes. A doña Marina la entregó a un pariente lejano suyo, Alonso
Hernández Portocarrero.
Desde
Potonchán, Cortés se embarcó hacia San Juan de Ulúa, adonde llegó tras cinco
días de navegación. Era un Viernes Santo, y mientras organizaban el campamento
llegaron los embajadores de Moctezuma para averiguar qué querían aquellos
viajeros. Cortés llamó a Jerónimo de
Aguilar, un español que sabía maya
por haber pasado varios años en el Yucatán, tras salvarse de un naufragio.
Pero Aguilar no entendía el idioma de
los mexicanos, el náhuatl. Fue en ese momento cuando se descubrió que Marina
hablaba esa lengua, que era la de sus padres, además del maya, idioma de sus
amos en Potonchán, por lo que hizo de intérprete. Cortés hablaba a Aguilar
y Aguilar a la india y la india a los indios. Este sistema de traducción fue
decisivo para el avance conquistador de Cortés, no sólo porque le permitió
comunicarse con los indígenas, sino también porque así conoció la situación
interna de cada grupo y pudo ganarse su lealtad frente al enemigo común,
Moctezuma.
A
partir de entonces la situación de Marina cambió radicalmente. En San Juan de
Ulúa, al enterarse de los conocimientos de la cautiva, Cortés «le dijo que
fuese fiel intérprete, que él le haría grandes mercedes y la casaría y le daría
libertad». No sabemos si Marina, a sus 19 años, era tan «hermosa como una
diosa», como afirmó más tarde un cronista, ya que los retratos de la época son
simples esbozos. En todo caso, Cortés no tardó en hacerla su amante («se echó
carnalmente con Marina», dice una crónica). Quizá para facilitar las cosas, Cortés dispuso que Portocarrero, a quien
había entregado a Marina, volviera a España para llevar una carta al rey.
El
papel de la amante de Cortés como intérprete fue a menudo decisivo. En Cholula
salvó a los españoles de una muerte segura al revelarles un complot de los
indios, que una mujer del lugar le había confesado. En Tenochtitlán hizo
posibles las conversaciones entre Moctezuma y Cortés, en las que Marina debía
traducir los complicados discursos del español sobre los fundamentos del
cristianismo y el vasallaje que los indios debían a Carlos V.
Durante la Noche Triste (la huida in extremis de los españoles ante el acoso
azteca), doña Marina iba en la retaguardia; una vez se hubo salvado, una de las
primeras preocupaciones de Cortés fue conocer el estado de los intérpretes, «y
holgó de que no se hubiesen perdido Jerónimo de Aguilar ni Marina». Igualmente,
en la campaña final sobre Tenochtitlán, la labor de Marina resultó decisiva
para recabar el apoyo masivo de los indígenas enemigos de los aztecas y, luego,
para transmitir sin ambages las más duras exigencias de los españoles contra
los vencidos: «Tenéis que presentar doscientas piezas de oro de este tamaño»,
les dijo a los habitantes de Tenochtitlán mientras dibujaba un gran círculo con
sus manos.
Tras
la conquista de la capital azteca, Cortés se instaló en Coyoacán, una localidad
cercana. Marina siguió junto a él y en
1522 tuvieron un hijo al que llamaron Martín, en honor al padre del
conquistador. Pero entretanto había llegado a México, desde Cuba, la esposa de
Cortés, Catalina Suárez,y éste decidió buscarle un nuevo acomodo a su concubina. Organizó su boda con otro conquistador, un
hidalgo llamado Juan Jaramillo, que
era procurador en el ayuntamiento de Ciudad de México, del que llegaría a
ser alcalde dos años después; Doña Marina era rica, pues Cortés le había dado una buena
dote de pueblos cuando la casó.
El
cronista López de Gómara asegura que Jaramillo se casó bebido y que la boda fue
mal vista por los hombres de Cortés, porque Marina era india, madre soltera y
había estado con dos españoles. Pero con este enlace, Hernán Cortés cumplía la
promesa de libertad que había hecho a Marina al inicio de la conquista, pagaba
sus servicios otorgándole las encomiendas de Huilotlán y Tetiquipac –que por
herencia le correspondían– y le proporcionaba una excelente posición social.
En
1523, durante un viaje por México y Honduras para reprimir la revuelta
organizada por su capitán Cristóbal de Olid, Cortés pasó por Coatzacoalcos, la
localidad natal de Marina. El conquistador convocó a los caciques para
explicarles, a través de Marina, a quién debían su fidelidad. Entre ellos
estaban los familiares de la intérprete, su madre y su hermano, bautizados como
Marta y Lázaro. Recordando que la habían vendido como esclava, «tuvieron miedo
de ella, porque creyeron que los enviaba a llamar para matarlos». Sin embargo,
doña Marina les consoló, les perdonó y «les dio muchas joyas de oro y ropa».
Malinche, fue «la llave que abrió México». Al término de la expedición hondureña,
los caminos del conquistador y de la joven intérprete se separaron. Durante el regreso a México, Marina dio a luz a una
niña a la que llamaron María. Se instaló junto a su esposo en Ciudad de México,
pero no pudo conservar a su hijo Martín, que quedó al cuidado de Juan
Altamirano, primo de Cortés. Desde este momento prácticamente se pierde su
pista y no se sabe la fecha de su muerte (aunque debió de ser antes de 1529),
ni la causa. Su legado, sin embargo,
sería duradero. Gracias a su conocimiento de las lenguas indígenas, de la
geografía y de la situación política del país, doña Marina logró que la
conquista de México fuera menos cruenta y más rápida y exitosa de lo que
hubiera sido sin ella.
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