Un personaje procedente de un familia hidalga de Ronda (Málaga), al que por
sus permanentes desvelos por conocer todo cuanto sucediese en el entorno de la reina
regente Mariana de Austria fuese llamando con el sonoro mote de “El Duende de
Palacio” y que, gracias a sus dotes y ambición, desarrolló
una carrera en la Corte, llegando a obtener el título de Grande de
España.
Fernando de Valenzuela y Enciso, como otros validos antes y después de él, –Olivares, Alberoni, Esquilache– nació en Italia, concretamente, en la ciudad de Nápoles, el 8 de enero de 1636, desde donde se trasladó muy joven hasta Madrid, la ciudad donde residía la Corte y se concentraba el poder de la monarquía de los Austrias españoles.
Su
padre fue don Gaspar de Valenzuela, de noble linaje (se dice que eran descendientes del Rey de León Fernando II, que apoyó decididamente la creación de la Orden de Santiago, y eran miembros del Consejo Privado del Rey Don Pedro y Caballeros de la Orden de la Banda; algunos de este linaje estuvieron en las Navas de Tolosa), capitán español con
destino en Nápoles, y su madre Leonor de Enciso y Dávila. Abandonó Italia a la
muerte de su padre (1640), trasladándose con su madre a España, donde entró
como paje al servicio del VII duque del Infantado, don Rodrigo Díaz de Vivar y Hurtado de Mendoza, pasando de nuevo a Italia cuando
éste fue nombrado virrey de Sicilia. A la muerte del duque regresó a Madrid en
1659 y dos años después contrajo matrimonio con María Ambrosia de Ucedo, ayuda
de cámara de la reina doña Mariana de Austria, lo que le abrió las puertas de
Palacio, obteniendo el puesto de caballerizo de la reina.
La Regente Mariana de Austria |
Mariana de Austria, esposa a la vez que sobrina, del rey Felipe IV, a la muerte de éste, fue nombrada regente hasta la mayoría de edad de su hijo Carlos (el futuro Rey Carlos II, el Hechizado). Como Mariana era inexperta en política, Felipe IV dejó constituida una Junta de Gobierno para que la asesorase, en la que estaban representados todos los poderes del Estado: la aristocracia, el ejército, la iglesia y la inquisición. A pesar de que las previsiones del monarca difunto habían tratado de dejarlo todo bien dispuesto, muy pronto surgieron las primeras dificultades al fallecer uno de los miembros de la Junta, el arzobispo de Toledo Baltasar de Sandoval y Rojas, antes de que la misma iniciase sus tareas. Esta circunstancia fue aprovechada por la Regente para introducir en la Junta al jesuita alemán Juan Everardo Nithard, que la había acompañado desde Viena hasta la corte española en 1649 y que, desde entonces, ejercía el cargo de confesor, hecho que provocó un descontento general, debido en parte al xenofobismo de los españoles, pues Nithard empezó a prohibir los festejos y celebraciones, se opuso a las representaciones teatrales, queriendo además extender a toda la población su austero modo de vida.
Retrato del cardenal Nithard |
Durante el periodo que gobernó el padre Nithard, Valenzuela gozó de su protección, lo que le valió un atentado del que salió malherido. Su mala situación fue conocida por la reina regente quien, preocupada por su estado, empezó a prodigarle sus favores: introductor de embajadores, primer caballerizo, miembro del Consejo de Italia, superintendente de obras y bosques, alcalde del real sitio de El Pardo, la Zarzuela y Balsaín. Demostró notables virtudes como organizador de fiestas, cacerías, comedias y otras diversiones en la corte, proponiendo la venalidad de los cargos de gobierno para subvenir a los gastos de la corte, vendiéndolos al mejor postor (por ejemplo, el duque de Veragua pagó la suma de 50.000 pesos para hacerse con el cargo de virrey de México), se granjeó las simpatías de las clases populares por las celebraciones de corridas y demás festejos, la toma de medidas para evitar los desabastecimientos de los mercados, así como la moderación de los precios, y promovió las obras públicas para dar empleo a los indigentes, por lo que, a la destitución de Nithard, la regente le convirtió en su nuevo valido, concediéndole (20 de diciembre de 1675) a él y a sus sucesores el título de Marqués de Villasierra.
Desde la muerte de Felipe IV, acaecida
el 17 de septiembre de 1665, Valenzuela se había convertido en el confidente de
su viuda y la caída de Nithard sirvió
para colocarle en primera fila ante los ojos de la regente. Sus continuos
cabildeos con doña Mariana y el hecho de que "las puertas de palacio se le
abrieron a toda hora, y con preferencia a deshora", le valieron, el apodo
de "el Duende de Palacio".
Se llegó incluso a sospechar que las relaciones entre ambos iban más allá de lo
decoroso, y el mismo cardenal de Aragón tuvo valor para advertir a la reina
que, aunque aquellas relaciones no traspasaran los límites de la honestidad,
eran contrarias a la sana política y al regio decoro, pero de nada sirvieron
aquellas advertencias ya que la reina era cómplice de todos los manejos de
Valenzuela.
Su
apogeo lo vivió cuando a causa de un accidente de caza en El Escorial, resultó
levemente contusionado por un disparo del joven heredero, el cual, para
compensarle, le nombró Grande de España.
Pero esto se volvió en su contra, pues el resto de nobles lo consideraron una
afrenta, por lo que comenzaron a intrigar en su contra, formando
un partido opositor al amparo de don Juan José de Austria (en 1642 el rey le había
reconocido como legítimo) que decide colaborar con ellos. En 1676 Valenzuela recibió un
hábito de la orden de Santiago.
Don Juan José de Austria |
Cansado de las intrigas palaciegas de Valenzuela, don Juan José de Austria tomó cartas
en el asunto, rebelándose en Zaragoza con las tropas de que disponía (las que
habían luchado contra los franceses en Cataluña) y, dirigiéndose a Madrid, con
un ejército de 12.000 hombres, entró en la capital el 23 de enero de 1677,
donde la regente le cedió el gobierno mientras el valido, atemorizado y
viéndose solo, se refugiaba en el real monasterio de El Escorial, donde pidió
protección a los monjes. El duque de Medina Sidonia y don Antonio de Toledo,
hijo mayor del de Alba, obedeciendo órdenes, violan la ley de asilo
eclesiástico, se introducen por la fuerza en el monasterio y apresan al
favorito que, para su desgracia, fue entregado a la justicia del nuevo hombre
fuerte de la Corte y se le condenó al destierro tras encontrársele culpable de
prevaricación y venta de cargos públicos, a Filipinas –Castillo de San Felipe
en Puerto de Cavite– por 10 años, el último rincón del Imperio.
Cortejo de Carlos II saliendo del Real Alcázar (anónimo / 1677) |
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