Aristócrata castellano de raíces aragonesas, fue una
de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia
peninsular del siglo XV. Político hábil y tenaz, además de buen poeta y
elegante prosista. Condestable de Castilla, maestre de la Orden de
Santiago y valido del rey Juan II de Castilla.
Álvaro
de Luna, nacido hacia 1390, en Cañete (Cuenca) fue hijo ilegítimo del noble
aragonés Álvaro Martínez de Luna, señor de los territorios de Cañete, Jubera y
Cornado y copero mayor de Enrique III, y de María Fernández Jaraba, conocida
como La Cañeta o Juana de Uranzadi. La familia Luna siempre tuvo buenas
relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera,
hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes
políticos de dicho reino; antes de ello, había sido objeto de una notable
educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las
letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna
(arzobispo de Toledo), su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre
de Benedicto XIII.
El
joven Álvaro, a la edad de unos diez
años, entró a formar parte del séquito del monarca castellano Juan II como paje
y compañero de juegos. Tras servir en la corte en asuntos de poca
importancia, contrajo matrimonio en 1419 con su primera mujer, doña Elvira de
Portocarrero; un año más tarde hizo su primera gran acción en el denominado Atraco de Tordesillas. La influencia de
los hijos de Fernando de Antequera en la política castellana propició que uno
de ellos, el infante don Enrique, efectuase un ataque por sorpresa a la Guardia
Real establecida en Tordesillas y tomase prisionero a Juan II. Álvaro de Luna,
con la ayuda de la familia de su esposa y de las tropas de la Hermandad
concejil de Toledo, consiguió huir con el rey de su prisión en la ciudad
toledana de Talavera de la Reina para hacerse fuerte en el inexpugnable
castillo de Montalbán. A raíz de ello fue nombrado conde de San Esteban de
Gormaz y recibió, por los excelentes servicios prestados a la corona, entre
otros bienes, los señoríos de Gormaz y Ayllón. El poder de Álvaro de Luna se vio nuevamente favorecido en 1423, año en
el que fue nombrado Condestable de Castilla en sustitución del defenestrado
Ruy López Dávalos, antecesor suyo en el cargo acusado de aragonesista. Desde la
condestablía de Castilla, Álvaro de Luna no dejó de aumentar su poder y de
sostener la política del reino a modo de valido con la anuencia de Juan II,
monarca que prefería la literatura y las artes a las complejas relaciones entre
la nobleza y la monarquía.
Álvaro de Luna se decantó siempre como
el más firme defensor de la monarquía,
en contra de una nobleza dominada por las intrigas palaciegas y las conspiraciones,
conjuras que amenazaban con destrozar la unión del reino merced a la conjura de
los infantes de Aragón. Dicha labor tuvo momentos de gran éxito y otros de
rotundo fracaso, como las dos veces en las que fue desterrado por la unión de la nobleza en su contra (1427-1428 y
1439-1441). En su puesto de Condestable, instigó a las tropas castellanas a
continuar con la labor de Reconquista del territorio islámico en la célebre
campaña de Granada (1430-1431), consiguiendo la victoria en la batalla de Higueruela
(1431) y mantener entretenidos a los aristócratas castellanos mientras sus
leales se hacía con la maquinaria del poder.
Pese
a todo, la política autoritaria de Álvaro de Luna siempre tuvo enemigos, no
sólo los infantes de Aragón, sino también varios destacados personajes de la
aristocracia castellana, como el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, el
linaje Pimentel (hasta su matrimonio en segundas nupcias con doña Juana de
Pimentel, hija del conde de Benavente, en 1431), los Stúñiga, don Íñigo López
de Mendoza (marqués de Santillana) y quizá los dos personajes que precipitaron
su triste final: el Príncipe de Asturias, futuro Enrique IV de Castilla, y su
valido, don Juan Pacheco, el todopoderoso marqués de Villena. Por contra, Álvaro de Luna contó siempre con el apoyo
de familias segundonas que, gracias a su mecenazgo interesado, consiguieron
levantar sus linajes por encima de donde realmente les correspondía. Entre los
partidarios del condestable se pueden citar a los Carrillo, a los Álvarez de
Toledo y a los Guzmán, además del importantísimo apoyo que para su política le
prestaban las minorías de judíos conversos, encabezadas por el burgalés Alvar
García de Santamaría.
Unas
y otras facciones acabaron por encontrarse en el campo de batalla situado en la
castellana villa de Olmedo. El choque, escasamente sangriento, sí tuvo una
honda consecuencia política, principalmente porque Alfonso V de Aragón abandonó
a su suerte a sus hermanos, y porque una de las escasas muertes que se
produjeron fue la del infante don Enrique, por lo que Álvaro de Luna también fue investido (al menos de facto) como Gran
Maestre de Santiago, incrementando con el poder económico de dicha orden
sus innumerables señoríos, repartidos por las actuales provincias de Madrid,
Toledo, Ávila, Cáceres y Segovia.
Sin
embargo, su gloria decayó en apenas ocho
años. Tradicionalmente, la caída del poderoso valido se ha explicado por
una mera decisión personal de Juan II, cansado de las constantes quejas de la
nobleza acerca de la política de su gobernador; incluso se ha especulado con el
hecho de que la segunda mujer del monarca castellano, la princesa Isabel de
Portugal (madre de la futura Isabel la Católica) fuese la instigadora de la
prisión del condestable, pero parece ser que las verdaderas razones fueron la política monetaria del condestable que había
provocado su rechazo por la burguesía urbana, que apreciaba claramente que las
devaluaciones monetarias estaban hechas con el único y exclusivo motivo de
enriquecer al valido y de perjudicar al comercio castellano. Por otra parte, el
acaparamiento del poder en sus manos
le había hecho perder el apoyo de varios de sus más firmes partidarios, sin
olvidar que el constante clima de guerra civil encubierta en Castilla durante
todo el siglo XV hacía necesaria una solución.
Todos
estos argumentos fueron hábilmente mezclados y utilizados por la nobleza
castellana, que merced a la constitución de la denominada Gran Liga Nobiliaria
(Coruña del Conde, 1449), se presentó como paladín de un reino oprimido por el
condestable aunque, naturalmente, ello fuese sólo media verdad de la situación
real. Con todo, Álvaro de Luna fue hecho prisionero por Álvaro de Estúñiga en
Burgos y, tras un proceso carente de toda garantía judicial, fue llevado al
cadalso situado en la plaza pública de Valladolid el día 2 de junio de 1453,
poniendo fin a uno de los mayores poderes nobiliarios de la Edad Media
castellana.
Sepulcro de Don Álvaro y su esposa Juana, en la Catedral de Toledo |
Don Álvaro está velado por cuatro caballeros
santiaguistas
y Doña Juana por cuatro frailes franciscanos
Solo algunos años después, muertos todos los instigadores, su figura fue rehabilitada, trasladándose sus restos a la catedral de Toledo, donde hoy todavía reposan.
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