martes, 21 de marzo de 2017

Las armerías en España. Su función y percepción social


Los estudios heráldicos, pese a su renovación y revitalización en las últimas décadas, adolecen aún de varias carencias y desequilibrios. Uno de estos últimos, señalado por Pastoreau, es el producido entre los dedicados a la heráldica medieval, que ha sido y sigue siendo la gran mimada, y los que atienden a la Edad Moderna, menores en número y en calidad.

Hace unos días tuve la oportunidad de leer la revista digital de la Universidad de Córdoba: Historia y Genealogía y, entre todos sus magníficos artículos, llamó especialmente mi atención el titulado: 

LA HERÁLDICA ESPAÑOLA DE LA EDAD MODERNA Y SU PERCEPCIÓN EN LA NOVELA PICARESCA (1554-1668) de José Manuel Valle Porras (Universidad de Córdoba). Publicación: Historia y Genealogía Nº 6 (2016) | Págs. 251-299

del cual me permito extractar parte del texto, muy en relación con la temática de este blog, recomendado a todos la lectura completa del mismo, para que no pierdan detalle y lo sitúen en su contexto.


Grandes etapas que se pueden distinguir en la evolución de las armerías

I. Aparición de los escudos de armas (1135-1225):
A mediados del siglo XII surgen las armas de los monarcas de León, Aragón y Navarra. Tras dos décadas de escasa respuesta a esta innovación, hacia 1170-1175 hay un nuevo tipo sigilar que puede considerarse indicativo de que las armerías son finalmente aceptadas en España, extendiéndose rápidamente a los estratos sociales que hacen uso del sello para autenticar documentos.

II. Desarrollo de la heráldica (1225-1330):
En esta fase se produce una rápida difusión de los escudos de armas. Estos van a gozar de un gran auge en Castilla, donde se desarrolla su uso ornamental y surgen interesantes innovaciones, destacando la del cuartelado.

III. Llegada de la influencia extranjera (1330-1450):
Según Faustino Menéndez Pidal, el límite final de esta etapa es algo impreciso y, de hecho, en algunas clasificaciones esta y la siguiente se funden en una sola3. Son dos hechos los que destacan en el siglo XIV: de un lado, el desarrollo de una fuerte influencia del área heráldica anglo-francesa; y, del otro, el logro de la máxima difusión social de las armerías, cuyo momento culminante parece corresponder a los años 1360-1385. Sin embargo, poco después el uso de las armerías disminuye con rapidez, al extenderse el hábito de firmar, que reemplaza al sello.

IV. Restricción social en el uso de la heráldica (1450-1550):
La fuerte disminución del empleo del sello –a menudo casi el único soporte de las armerías de las capas sociales inferiores– desde finales del siglo XIV, junto con una nueva opinión que ve en los escudos de armas “marcas de honor”, explican la reacción nobiliaria que quiere convertirlos en privilegio de este grupo social.

V. Edad Moderna (1550-1830):
La heráldica de este período se caracteriza por la continuidad de las transformaciones ocurridas en los siglos XIV y XV, entre las cuales una de las más importantes es la amplia aceptación de la mencionada asociación entre escudos de armas y nobleza. Dentro de esta etapa se pueden distinguir dos fases: los siglos XVI y XVII, que son de “gran arraigo del sistema heráldico”; y el siglo XVIII, en el que, junto con continuidades, encontramos el despertar del sentido crítico y hasta rechazo a las armerías.

VI. Edad Contemporánea (1830-):
Los tiempos contemporáneos han sido una etapa de creciente debilitamiento de la tradición heráldica, e incluso de consumación del abandono de los rasgos estilísticos tradicionales.

Rey de armas, Ballestero, Culebrinero y Escopetero (Siglo XV)


Espacios de uso de las armerías

Moreno de Vargas, en sus Discursos de la nobleza de España (1622), dedica un capítulo a los lugares en los que se solían situar las armerías (blasones). Siguiendo a este conocido tratadista, podemos establecer las siguientes categorías:

En primer lugar los espacios de carácter militar: de un lado los “paveses, rodelas y escudos”, en los que “fue costumbre” –ya entonces hacía tiempo caída en desuso– representar las armerías; y, del otro, los “estandartes, vexillos, o banderas”, lugares estos últimos en los que todavía se continuaban pintando.

A continuación encontramos las “sepulturas, lucillos, capillas y entierros”.

Sepulcro de la reina consorte María de Molina (Valladolid)
Pero el espacio privilegiado son “las portadas y entradas de las casas, solares y palacios”, por la identificación de estos edificios con el propio linaje noble, hasta el punto de que, según este autor, “no hay cosa que más conserve y perpetúe las noblezas, que la conservación y memoria de las casas y solares”.



Por último son mencionadas las armerías en distintos objetos, de los que el autor destaca los “anillos y sellos”, añadiendo que también “se ponen y han puesto las armas en otras muchas partes, y al arbitrio bueno de los nobles, como es en los reposteros”. Otro de los espacios donde, con mayor frecuencia, los españoles de la época encontraban representaciones heráldicas era el reverso de las monedas; éstas, lógicamente, contenían únicamente las armas de los soberanos.




Pero, en la España de la Edad Moderna, el espacio de representación heráldico más importante son las portadas de las viviendas nobiliarias. Esto obedece, en primer lugar, a la intensa identificación entre las familias nobles y sus “casas principales”, las cuales presentan “un valor icónico en relación con el origen, la antigüedad y la calidad nobiliaria” de dichas familias. Dentro de este contexto, las portadas asumen la función de manifestar públicamente el estatus y el poder de sus propietarios.

El exterior de los edificios hace patente ante todo el mundo la identidad y poder de quien los habita, y representan la sede del linaje. También la portada de los edificios públicos –iglesias, conventos, ayuntamientos, tribunales, etc.– se acompaña con el escudo de la autoridad de la que dependen o que los patrocina.

Las armas como instrumento de ascenso social

Como Pardo de Guevara y Valdés ha demostrado, el empleo fraudulento de las armerías, como medio para la propia promoción social, es algo que se ha dado en España desde la Edad Media. Sin embargo, cabe suponer que en la Edad Moderna este uso se hace más intenso, pues, desde que los escudos de armas quedan sociológicamente unidos a la condición noble, y ostentar uno equivale a defender la propia condición nobiliaria. En cualquier caso, el empleo de las armerías como instrumento de ascenso fue, sin duda, uno de los usos primordiales que se les dio durante la Edad Moderna. En la Edad Media se consideraba que cualquiera podía, en el momento que deseara, empezar a llevar armas, o incluso cambiar unas por otras; pero en la Edad Moderna se impone la idea de que sólo los nobles pueden usar escudo de armas; por tanto, lo que antes era visto con normalidad, ahora es considerado por todos –por el que lo observa, pero también, por el que lo hace– una forma fraudulenta de equipararse a la nobleza, sin pertenecer realmente a ella.


Junto al uso de los emblemas del reino –Castillos y Leones– como primera opción, la segunda para obtener armas y, de hecho, la que parece haberse empleado más en los siglos XVII y XVIII, ha sido la simple y llana usurpación de armas ajenas, que se realizaba, las menos veces, entre personas lejanamente emparentadas, y las más entre otras sin lazos de sangre, y siempre, claro, usurpando las de una familia de mayor estatus social.

Se trata de un mecanismo que, con sus variantes geográficas y cronológicas, se había dado ya desde la Edad Media. Para entender su funcionamiento durante la Edad Moderna hemos de recordar que se partía de una idea equivocada: la existencia de armas del apellido. Este concepto –que sigue siendo aceptado hoy entre los profanos–supone que las armerías iban unidas y se transmitían junto con el apellido, de forma que a todos los individuos que hubiesen heredado el mismo les correspondían idénticas armas. Semejante idea, que contradice la realidad de la heráldica –en la que las armas se vinculan a un linaje, independientemente de la coincidencia o no de apellidos–, podría haber tenido su origen en la manipulación (fraude) de algunos reyes de armas al asociar apellido y linaje.

Los reyes de armas

La instrumentalización de la heráldica al servicio de la promoción social no puede entenderse plenamente sin el concurso de los reyes de armas. Estos eran la escala superior de un cuerpo integrado también por los heraldos y, en su peldaño inferior, los persevantes. Se trataba de oficios que habían surgido en la Edad Media, vinculados a la identificación de los estandartes y las armerías enemigas en los combates y torneos, y al envío de mensajes entre caballeros y soberanos. Sirvieron a las distintas cortes europeas, aunque en las hispanas aparecieron con mayor retraso: al parecer en la segunda mitad del siglo XIV.

 
En España su número acabó disminuyendo y, desde Felipe II, quedaron reducidos a cuatro reyes de armas, número que se mantendrá hasta Alfonso XIII, no existiendo en la actualidad. Vicente de Cadenas fue el último cronista rey de Armas del Reino de España, dignidad que quedó vacante desde su fallecimiento en el año 2005.

Desde Felipe II desaparecen en España las categorías de heraldos –o farautes– y persevantes, si bien se mantendrán en otros reinos y territorios europeos, como es el caso de Flandes. Pero en España, aunque conserven su carácter de funcionarios reales y sigan percibiendo unos determinados emolumentos por ello, lo que durante la Edad Moderna se va a convertir en la clave del papel de los cuatro oficios de reyes de armas son los ingresos que, desde el siglo XVI, van a percibir de los particulares a cambio de la expedición de certificaciones de armas, pues entre sus funciones estaba la de certificar qué armerías correspondían a las distintas familias e individuos.

Heraldo Imperial Germano
Sin embargo, este papel de los reyes de armas como certificadores de las armas auténticas fue de gran utilidad a las familias ascendentes, en una época en la que usar escudo de armas equivalía a ser noble. Así, su servicio se corrompió, y se expidieron certificaciones de nobleza y armas a favor de familias de origen plebeyo que nunca habían usado blasón. A grandes rasgos, el procedimiento consistió en vincular a estas familias nuevas con episodios heroicos y personajes nobles del pasado. Para ello se recurrió a “simular que todos los que portan un mismo apellido pertenecen a un idéntico linaje”.

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