Una figura relevante de la España de la
Ilustración. Escritor y político vasco. Perteneció a la Orden de Santiago (ingresó en junio, 1758) y fue
condecorado con la gran cruz de la orden de Carlos III (octubre, 1795). Ministro Consejero y
Primer Rey de Armas de la Orden del Toisón de Oro, Secretario Universal de
Gracia y Justicia de España e Indias y Consejero de Estado de Carlos IV.
Eugenio
nació en Menagaray, villa alavesa del valle de Ayala (Álava), en octubre de 1724.
Su padre fue Juan Andrés de Llaguno Fernández de Jauregi, que nacio en Menagaray en 1695 y era constructor
de iglesias (San Román de Oquendo, Quejana y Luyando, en Álava). Su madre, Francisca de Amirola y Ugalge, nacida en Respaldiza (Alava) en 1695. Del matrimonio, celebrado en febrero de 1723, nacieron 7 hijos, siendo el último Eugenio.
Retrato y armas de Eugenio Llaguno |
La
familia, aunque noble (hidalga), no debía de tener medios económicos suficientes para
enviarle a algún colegio francés, como era costumbre en el País Vasco, por lo
que estudió lengua española y latina con un profesor particular. Pronto fue reclamado desde Madrid por su ilustre tío
Agustín Montiano y Luyando, con quien guardaba alguna relación de
parentesco, que le tomó bajo su protección y orientó su educación.
Casa natal de D. Eugenio de Llaguno y Amírola |
En
la corte, tomó contacto con la realidad social y cultural, participó en
tertulias literarias y políticas, como las que se reunían en las casas de Blas
Nasarre y Juan de Iriarte. Esta última se trasladó a su domicilio bajo la
protección del mecenas Montiano. En 1754 inició su tarea política como alcalde
ordinario del valle de Ayala, aunque siguió residiendo en Madrid, puesto que en
la capital desempeñaba ya el cargo de Oficial de la Secretaría de la Cámara de
Gracia y Justicia y de la Cámara de Estado de Castilla. En 1764 ejerció de
nuevo la alcaldía y en 1777 fue Procurador Síndico General de dicho valle. Su
vida, desde los inicios cortesanos, fue un avance progresivo en el enmarañado
mundo de los escalafones oficiales.
Su labor cultural fue notable. Persona
inquieta y de hondos conocimientos, en febrero de 1755 fue admitido como
miembro honorario de la Academia de la Historia, y después, a raíz del
fallecimiento de su tío y protector Agustín Montiano, académico supernumerario
(1757), para cuyo acto leyó un discurso sobre las Glorias de hombre español.
Debió de colaborar por estas fechas en la confección de la Historia de la
Academia. Más adelante sería elegido secretario y en 1794 presidente de dicha
institución.
Desarrolló
también una gran actividad en relación con la Real Sociedad Bascongada de
Amigos del País. Consiguió su aprobación (1765) y la protección real seis años
después. Llaguno fue su representante en la Corte, junto a su paisano y
compañero en la Secretaría de Estado Miguel Otamendi. De 1770 a 1773 abunda su
correspondencia con el conde de Peñaflorida, fundador y primer director de la
Sociedad, sobre asuntos relativos a ésta.
Poema del Mio Cid |
En 1775, descubrió el manuscrito del
Cantar de mio Cid en el convento para monjas de Vivar, texto que anteriormente estuvo en el concejo de
dicha localidad. En 1779, debido a sus altos cargos, pudo extraer el manuscrito
del convento para que fuera publicado por el filólogo Tomás Antonio Sánchez en
el tomo I de su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV,
editado ese mismo año. Cuando se terminó la edición, retuvo el manuscrito en su
poder, que más tarde pasaría a posesión de sus herederos. La Fundación Juan March, que lo había adquirido por 10 millones de
pesetas, lo cedió a la Biblioteca Nacional en 1960.
Introducido
en la Corte, hombre sin títulos nobiliarios, aunque instruido y eficaz, fue
conquistando poco a poco honores, privilegios y títulos: Ministro Rey de Armas
de la Insigne Orden del Toisón de Oro (1781), Secretario del Consejo de Estado
y de la Suprema Junta de Estado (1787), Ministro de Gracia y Justicia
(1794-1797), miembro de la Orden de Carlos III (1795), Consejero del Supremo
Consejo de Estado (1797). Su entrega y bondad se ganaron el ánimo y la amistad
de políticos y literatos (Forner, Jovellanos, Trigueros, Meléndez Valdés,
Samaniego, Fernández de Moratín), entre los que ejerció un auténtico mecenazgo.
Murió en Madrid el 10 de febrero de 1799 de una pulmonía, sin dejar
descendencia.
La
tarea cultural de Llaguno se inició en los círculos literarios que frecuentó en
Madrid. Las discusiones, la lectura continua y su
observación crítica hicieron de él figura pionera en la defensa de la cultura
ilustrada que apoyó siempre desde sus importantes puestos oficiales. En el
campo de las letras su obra no es fundamentalmente de creación sino de
investigación, aunque parece que escribió algunos poemas que no conservamos y
era conocido en el mundo literario con el sobrenombre poético de Elpino. Su
primer trabajo fue la traducción de la Atalía de Racine en 1754, siguiendo las
indicaciones de su protector Montiano, que había publicado dos tomos de su
Discurso sobre las tragedias españolas (1750 y 1753). Colaboraba de este modo
en los primeros intentos serios de la reforma neoclásica, que en el teatro
intentaba purificar la tradición barroca española, mientras prefería la
tragedia por su valor didáctico. La aceptación general de esta traducción y las
críticas favorables de los entendidos colocó a Llaguno entre los hombres más
sobresalientes de las letras del momento. Tradujo también La joven isleña,
comedia representada en el coliseo de El Escorial en 1774 y que se conserva
inédita en la Academia de la Historia.
La afición a la historia alentó una de
las empresas más importantes de Llaguno: la edición de varias crónicas
medievales. No fue una simple transcripción de manuscritos sino que, con
verdadera erudición, compiló datos para desvelar a sus autores y conocer el
contexto y situaciones de la escritura de las mismas. Este trabajo se incluía
dentro de un magno proyecto de la Academia de la Historia para editar las
crónicas antiguas bajo el título general de Colección de Crónicas y Memorias de los Reyes de Castilla de la que
se publicaron siete volúmenes y en la que también colaboraron los eruditos
marqués de Mondéjar, Francisco Cerdá y Rico, y José Miguel Flores. Nuestro
autor llevó en esta empresa el trabajo más importante, con un espíritu
hipercrítico, la edición de: Crónica de los Reyes de Castilla Don Pedro, Don
Enrique II, Don Juan I y Don Enrique III de Don Pedro López de Ayala (1779-1780),
tomo I y II de la Colección; Sumario de los Reyes de España por el Despensero
Mayor de la Reina Doña Leonor y adiciones anónimas (1781); y Crónica de Don
Pedro Niño por Gutierre Díez de Games (1782).
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