martes, 24 de mayo de 2016

Eugenio de Llaguno y Amírola. Descubridor del “Cantar del Mio Cid”


Una figura relevante de la España de la Ilustración. Escritor y político vasco. Perteneció a la Orden de Santiago (ingresó en junio, 1758) y fue condecorado con la gran cruz de la orden de Carlos III (octubre, 1795). Ministro Consejero y Primer Rey de Armas de la Orden del Toisón de Oro, Secretario Universal de Gracia y Justicia de España e Indias y Consejero de Estado de Carlos IV.

Eugenio nació en Menagaray, villa alavesa del valle de Ayala (Álava), en octubre de 1724. Su padre fue Juan Andrés de Llaguno Fernández de Jauregi, que nacio en Menagaray en 1695 y era constructor de iglesias (San Román de Oquendo, Quejana y Luyando, en Álava). Su madre, Francisca de Amirola y Ugalge, nacida en Respaldiza (Alava) en 1695. Del matrimonio, celebrado en febrero de 1723, nacieron 7 hijos, siendo el último Eugenio.

Retrato y armas de Eugenio Llaguno
La familia, aunque noble (hidalga), no debía de tener medios económicos suficientes para enviarle a algún colegio francés, como era costumbre en el País Vasco, por lo que estudió lengua española y latina con un profesor particular. Pronto fue reclamado desde Madrid por su ilustre tío Agustín Montiano y Luyando, con quien guardaba alguna relación de parentesco, que le tomó bajo su protección y orientó su educación.

Casa natal de D. Eugenio de Llaguno y Amírola
En la corte, tomó contacto con la realidad social y cultural, participó en tertulias literarias y políticas, como las que se reunían en las casas de Blas Nasarre y Juan de Iriarte. Esta última se trasladó a su domicilio bajo la protección del mecenas Montiano. En 1754 inició su tarea política como alcalde ordinario del valle de Ayala, aunque siguió residiendo en Madrid, puesto que en la capital desempeñaba ya el cargo de Oficial de la Secretaría de la Cámara de Gracia y Justicia y de la Cámara de Estado de Castilla. En 1764 ejerció de nuevo la alcaldía y en 1777 fue Procurador Síndico General de dicho valle. Su vida, desde los inicios cortesanos, fue un avance progresivo en el enmarañado mundo de los escalafones oficiales.

Su labor cultural fue notable. Persona inquieta y de hondos conocimientos, en febrero de 1755 fue admitido como miembro honorario de la Academia de la Historia, y después, a raíz del fallecimiento de su tío y protector Agustín Montiano, académico supernumerario (1757), para cuyo acto leyó un discurso sobre las Glorias de hombre español. Debió de colaborar por estas fechas en la confección de la Historia de la Academia. Más adelante sería elegido secretario y en 1794 presidente de dicha institución.

Desarrolló también una gran actividad en relación con la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. Consiguió su aprobación (1765) y la protección real seis años después. Llaguno fue su representante en la Corte, junto a su paisano y compañero en la Secretaría de Estado Miguel Otamendi. De 1770 a 1773 abunda su correspondencia con el conde de Peñaflorida, fundador y primer director de la Sociedad, sobre asuntos relativos a ésta.

Poema del Mio Cid
En 1775, descubrió el manuscrito del Cantar de mio Cid en el convento para monjas de Vivar, texto que anteriormente estuvo en el concejo de dicha localidad. En 1779, debido a sus altos cargos, pudo extraer el manuscrito del convento para que fuera publicado por el filólogo Tomás Antonio Sánchez en el tomo I de su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, editado ese mismo año. Cuando se terminó la edición, retuvo el manuscrito en su poder, que más tarde pasaría a posesión de sus herederos. La Fundación Juan March, que lo había adquirido por 10 millones de pesetas, lo cedió a la Biblioteca Nacional en 1960.


Introducido en la Corte, hombre sin títulos nobiliarios, aunque instruido y eficaz, fue conquistando poco a poco honores, privilegios y títulos: Ministro Rey de Armas de la Insigne Orden del Toisón de Oro (1781), Secretario del Consejo de Estado y de la Suprema Junta de Estado (1787), Ministro de Gracia y Justicia (1794-1797), miembro de la Orden de Carlos III (1795), Consejero del Supremo Consejo de Estado (1797). Su entrega y bondad se ganaron el ánimo y la amistad de políticos y literatos (Forner, Jovellanos, Trigueros, Meléndez Valdés, Samaniego, Fernández de Moratín), entre los que ejerció un auténtico mecenazgo. Murió en Madrid el 10 de febrero de 1799 de una pulmonía, sin dejar descendencia.

La tarea cultural de Llaguno se inició en los círculos literarios que frecuentó en Madrid. Las discusiones, la lectura continua y su observación crítica hicieron de él figura pionera en la defensa de la cultura ilustrada que apoyó siempre desde sus importantes puestos oficiales. En el campo de las letras su obra no es fundamentalmente de creación sino de investigación, aunque parece que escribió algunos poemas que no conservamos y era conocido en el mundo literario con el sobrenombre poético de Elpino. Su primer trabajo fue la traducción de la Atalía de Racine en 1754, siguiendo las indicaciones de su protector Montiano, que había publicado dos tomos de su Discurso sobre las tragedias españolas (1750 y 1753). Colaboraba de este modo en los primeros intentos serios de la reforma neoclásica, que en el teatro intentaba purificar la tradición barroca española, mientras prefería la tragedia por su valor didáctico. La aceptación general de esta traducción y las críticas favorables de los entendidos colocó a Llaguno entre los hombres más sobresalientes de las letras del momento. Tradujo también La joven isleña, comedia representada en el coliseo de El Escorial en 1774 y que se conserva inédita en la Academia de la Historia.



La afición a la historia alentó una de las empresas más importantes de Llaguno: la edición de varias crónicas medievales. No fue una simple transcripción de manuscritos sino que, con verdadera erudición, compiló datos para desvelar a sus autores y conocer el contexto y situaciones de la escritura de las mismas. Este trabajo se incluía dentro de un magno proyecto de la Academia de la Historia para editar las crónicas antiguas bajo el título general de Colección de Crónicas y Memorias de los Reyes de Castilla de la que se publicaron siete volúmenes y en la que también colaboraron los eruditos marqués de Mondéjar, Francisco Cerdá y Rico, y José Miguel Flores. Nuestro autor llevó en esta empresa el trabajo más importante, con un espíritu hipercrítico, la edición de: Crónica de los Reyes de Castilla Don Pedro, Don Enrique II, Don Juan I y Don Enrique III de Don Pedro López de Ayala (1779-1780), tomo I y II de la Colección; Sumario de los Reyes de España por el Despensero Mayor de la Reina Doña Leonor y adiciones anónimas (1781); y Crónica de Don Pedro Niño por Gutierre Díez de Games (1782).

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