Diego de Álava desarrolló, independientemente de Niccolò Tartaglia (1500-1557) y corrigiendo muchos de los errores de éste, una teoría balística, herramienta sin la cual es difícil entender la precisión matemática y el carácter científico de la artillería de los siglos XVII y XVIII, ni el desarrollo de las campañas militares.
Diego de Álav(b)a y Viamont, al que algunos autores citan como Diego de Álava y Beaumont) nació en Vitoria, e 1557. Miembro de una familia noble (hidalga) y distinguida, hijo de Francisco de Álava, capitán general de artillería, miembro del Consejo de Guerra, embajador de Felipe II en Francia y comendador de la Orden de Calatrava. Diego contaba con buenas razones para dedicarse a las armas y, acaso, a las leyes y cánones, en las que fue matriculado en las universidades de Alcalá (en el colegio de Ambrosio de Morales) y en la de Salamanca. Las encontró valiosas y necesarias (llegaría, de hecho, a ser un distinguido abogado, ejerciendo la profesión de leyes en su ciudad natal y gozó de los privilegios de gentil hombre de la Casa del Rey Felipe II), resultándole, además, de gran interés las clases de matemáticas dadas por Jerónimo Muñoz, reputado catedrático valenciano. De su inclinación por las ciencias recuerda haberse debido más al empeño de su padre que al suyo.
En una España donde no se escribían tratados de artillería, donde una carrera en la prestigiosa Salamanca estaba dirigida a formar juristas y eclesiásticos, recibiendo el estudiante unos pocos conocimientos científicos de algún catedrático comprometido, el caso de Diego de Álava es, al igual que su obra, es un tanto singular. Fue allí, mientras aprendía cómo aplicar el álgebra a la geometría, en donde Álava se percató del olvido de la balística en España. En 1590, tras tres años de pleitos y demora, publicó en Madrid, editada por Pedro Madrigal, la obra con la que alcanzaría gloria y fama: “El perfecto capitán instruido en la disciplina militar, y nueva ciencia de la artillería”, si no el primero, sí uno de los primeros de su género publicados en España.
La obra consta de seis libros: los dos primeros tratan de la organización táctica; el tercero de fundición, fabricación de la pólvora y las municiones; el cuarto, del modo de aplicar el uso de los instrumentos a la trigonometría (incluyendo una tabla de senos rectos de Regio Montano); y los dos últimos –los que más valor tienen–, tratan de la balística o "nueva ciencia de la artillería". Tanto el trabajo sobre balística, como el de algunas partes de El perfecto capitán se basan en consideraciones matemáticas; y es que Diego de Álava no tenía experiencia con armas, al no haber servido en el ejército, lo cual le hizo ser blanco de criticas (a pesar de que se guió, en parte, de las repetidas experiencias realizadas por su maestro Muñoz, con varias piezas de artillería).
Según el Diccionario militar de José Almirante, 1869, en su obra citada explica Diego un plan o proyecto suyo de ejército de reserva llamado batallón, de 8.000 soldados, repartidos en 32 compañías de a 250 hombres, mandadas por un capitán, alférez, sargento, furriel y 10 conservadores de disciplina para tener a su cargo la de cada una de las 10 escuadrillas de a 25 hombres. Esta obra sería reimpresa en 1612.
El siglo XVI mostró que la matemática aplicada a la artillería podía ser mucho más precisa de la que había esbozado, en forma sencilla, Galileo. La obra La Nova Scientia (1537) de Niccolò Tartaglia probó que el camino para perfeccionar el uso de la artillería, desde el punto de vista de la lógica matemática (no sólo de la experiencia), era estudiar la naturaleza y propiedades de la curva que describen los proyectiles; y también reveló el modo de determinar sus alcances en el tiro, sosteniendo –eso sí, sin demostrarlo– que el incremento en el alcance –hasta alcanzar una elevación de 45 grados, que es para la máxima distancia– es el mismo para cada grado de elevación. Tartaglia se jactó de ser el primero en usar la escuadra para dar elevaciones a las piezas, aunque ya se usaba años antes (por cierto, antiguamente se apuntaban las piezas a tiento, y se medía a ojo la distancia adonde quería dirigirse el tiro).
El rasgo específico de la doctrina de Tartaglia que más chocó a Álava era el que en ella los alcances aumentasen en proporción de los puntos de la escuadra y que, en consecuencia, en los tiros horizontales la curva fuese un cuadrante; pensaba, al contrario de aquél, que en tales tiros el proyectil se movía oblicuamente de forma gradual, aumentado cada vez más rápido la curvatura de la trayectoria hasta acabar en una línea vertical. Todo indica que Álava no conocía “Quesiti et Inventione Diverse” (1546), donde el sabio italiano corrigió este principio de su doctrina. Lejos de limitarse a expresar una corrección de carácter meramente matemático, Diego de Álava desarrolló sus ideas mediante tablas que mostraban el modo de determinar posibles alcances. La manifestación más conocida de su aportación son las tablas generales que adjuntó en su último libro, que se basan en su teoría de que los alcances son proporcionales a los senos rectos de los ángulos de elevación.
Es curioso que entre sus aciertos figurase la demostración de que el mayor alcance corresponde a un ángulo de 45º (en este punto coincidía con Tartaglia), o el hecho de que "la bala tiene más fuerza a algunos pasos de la boca que al salir de ésta", aunque no daba razones que apoyaran esto (prueba de su sagacidad es que sólo siglos después el velocímetro de Sebert pudo demostrar que la bala de un cañón presenta una aceleración en un punto situado a unos 20 m. de su boca).
No se conoce el lugar y la fecha de su muerte, que debió ser, probablemente, alrededor de 1597, pero si se sabe, que en 1594 donó al Monasterio de San Benito el Real de Valladolid una reliquia de este santo. En señal de agradecimiento, los monjes le ofrecieron para su entierro el altar de San Juan, lugar en el que reposa su cuerpo.
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