jueves, 2 de enero de 2020

Mateo de Murga Michelena. Empresario de gran prestigio y fortuna, en Madrid



La familia Murga basa su ascenso en el poder económico, el prestigio social y la influencia política que consigue acumular, y para ello utiliza todas las herramientas a su alcance, excepto la de la estrategia matrimonial. Esta saga se inicia con la llegada a Madrid de Mateo de Murga y Michelena, que en poco tiempo logra convertirse en un poderoso capitalista madrileño.

Nacido en Llanteno, en el valle de Ayala (Álava), el 13 de octubre de 1804, hijo de Mateo de Murga y Unzueta (de linaje hidalgo), y María Micaela Michelena Cano. Casó con la madrilñeña Margarita Reolid y Gómez, el 12 de noviembre de 1828 en la iglesia de San Martín, con la que tuvo tres hijos: Joaquín, José y Eduardo y una hija: Carmen.


Llegado a Madrid en 1822 para ayudar en el negocio de su familia materna, los Michelena, pertenecía a esa rica y poderosa elite residente en la capital, formada por burgueses procedentes en su mayor parte de la periferia del país, que en pocos años lograron posición, prestigio y fortuna en el mudo empresarial y político. Comenzó su singladura como empresario en 1829, cuando se independizó y fundó la Casa Murga, un comercio de frutos coloniales y casa de banca con corresponsalías en las principales plazas españolas y extranjeras. En 1845 invirtió en varias fábricas (de curtidos, baldosas o vidrio y cristal) y siete años después, en 1852, levantó en solitario en Madrid la fábrica de bujías, jabón y f´soforos Nuestra Señora del Carmen. Entre los años 1845 y 1856 había creado, junto con otros empresarios madrileños, varias compañías (de seguros, bancos, comercio, imprentas, de coches de alquiler, pósitos, baños, etc.) e invertido en ferrocarriles, minas o traída de aguas. Fue diputado por Alcalá de Henares.

Fue pionero en la utilización de la máquina de vapor y equipó sus empresas con los últimos adelantos tecnológicos extranjeros. Construyó casas de nueva planta y modernizó el mundo agrícola con regadíos, pozos y molinos. Valedor a ultranza de la educación, formó a sus hijos en enseñanzas encaminadas al mundo de los negocios, fomentando el conocimiento de los idiomas, al tiempo que alentaba en ellos el espionaje industrial para estar al día en las tecnologías imperantes en el mundo.

Su pertenencia al Partido Progresista le deparó puestos políticos que fueron esenciales para su ascenso al poder; así, en 1838 fue nombrado comisionado del Crédito Público y dos años más tarde ingresó en la Real Orden de Carlos III (Exp. 2400). Desde 1840 a 1854 participó como diputado por Toledo en las Cortes del reino, donde propuso medidas para aumentar la recaudación del Estado desde unos postulados modernos. En 1841 fue nombrado intendente honorario de provincia en el Ministerio de Hacienda. Estos cargos le afianzaron como comerciante y como banquero, le proporcionaron contratos de abastecimiento al Ejército y a los hospitales madrileños, así como las recaudaciones de la contribución de varias provincias españolas, y le beneficiaron también en la compra de bienes desamortizados (propiedades que en 1855 le convirtieron en uno de los mayores contribuyentes del Estado).

A su muerte, en Eaux Bonnes (Francia), el 21 de julio1857, dejó mandas piadosas, sobre todo a la beneficencia madrileña, del 5% de su fortuna, estimada en unos 42 millones de reales. Su hijo José (1833-1902) logrará alcanzar el punto más alto en la pirámide social con la pertenencia al senado y la nobleza, con la concesión del marquesado de Linares (en cuya ciudad ejerció un filantrópico interés) y el vizcondado de Llanteno por Amadeo de Saboya, en 1873.
José de Murga y Reolid y Raimunda de Osorio y Ortega, I Marqueses de Linares
Marquesado de Linares y vizcondado de Llanteno


El 11 de febrero de 1873, Amadeo I decide obsequiar a José por su fidelidad a la nueva Familia Real y le convierte en I marqués de Linares y en I vizconde de Llanteno, por decreto del 21 de octubre de 1872 y por carta del 11 de febrero de 1873, día en que se declara la Primera República Española. Es en este año cuando se adquieren los terrenos donde se construiría la futura residencia de los marqueses, el conocido Palacio de Linares. Durante este periodo, el marqués de Linares, al igual que otros conocidos aristócratas como José de Salamanca y Mayol o Amalia de Llano y Dotres, contribuye con una gran suma de dinero a la Restauración de Alfonso XII, hecho que se da finalmente en 1874.


Palacio de Linares en la Plaza de Cibeles

El palacio de Linares se terminó de construir a finales del siglo XIX, una obra palaciega en una esquina de la plaza de Cibeles. El arquitecto que lo hizo posible fue Carlos Colubí, funcionario municipal, y el encargo provenía de Don José de Murga.

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