Su abundantísima producción
investigadora abarca campos muy diversos dentro de la Filología y del estudio
de lenguas clásicas y modernas.
Destaca, entre sus obras, su prolija Historia de la lengua y literatura castellana, publicada en catorce volúmenes, y donde aún es posible encontrar enfoques y datos sobre autores que se escapan a posteriores historias literarias.
Destaca, entre sus obras, su prolija Historia de la lengua y literatura castellana, publicada en catorce volúmenes, y donde aún es posible encontrar enfoques y datos sobre autores que se escapan a posteriores historias literarias.
Julio Cejador y Frauca nació en Zaragoza, el 7 de enero de 1864. Sus padres, fueron Pascual
Cejador y Lozano, perito agrónomo aragonés, natural de Ateca y Ana Frauca
Belanzua, navarra de Tudela, y murieron siendo él aún un niño.
Era hidalgo, perteneciente al ilustre
linaje de los Cexadores de Ateca. Cursó el bachillerato en Castelruiz (Soria), donde profesaba un tío suyo. A
los dieciséis años ingresó en el colegio de Loyola de la Compañía de Jesús,
encargándose más tarde de la cátedra de hebreo de la Universidad de Deusto;
allí trabó amistad con Julio de Urquijo. De esta época nace su afición al estudio de la lengua vasca,
a la que tenía por lengua madre de todas las demás, sugestionado como estaba
por las hipótesis de Pablo Pedro Astarloa.
Su escudo de armas |
Afirmaba que el vascuence, desarrollo
natural del lenguaje a partir del gesto, era la lengua peninsular original, lo
que sostuvo apelando a la extensión de la toponimia que interpretaba como de
origen vascuence por toda la Península, e incluso la lengua original
indoeuropea.
Durante tres años estuvo en Oriente, estudiando lenguas orientales en la universidad jesuita de Beirut, y en Palestina. Alcanzó a saber nueve lenguas antiguas y modernas: inglés, italiano, alemán, griego, latín, sánscrito, copto, armenio, hebreo y algo de turco. Un desencuentro con el erudito padre Fidel Fita y su poco acomodo a la Compañía le hicieron pasar al clero regular, y se trasladó a Oviedo (1900). Aceptó las cátedras de Escritura y Teología del Seminario Conciliar de Madrid (1902). Ocho años más tarde ganó la cátedra de latín y castellano en el Instituto de Palencia, y en 1914 la de lengua y literatura latinas de la Universidad Central de Madrid, donde fue profesor de Eulalia Galvarriato, Eugenio Asensio (profesor auxiliar de esta cátedra), Pedro Sainz Rodríguez, con quien mantuvo una estrecha amistad, Ernesto Giménez Caballero y Jimena Menéndez Pidal, entre otros, a los que siempre ayudó cuanto pudo. Colaboró en la prensa, en especial en El Imparcial y La España Moderna, siempre sobre cuestiones filológicas. Y en El Eco del Distrito en 1918, bisemanal independiente de Tudela (Navarra). También hizo sus incursiones en la novela.
De erudición extensísima, su labor crítica fue muy abundante, aunque a menudo incompleta, precipitada y dispersa, por lo cual recibió censuras de otros eruditos, como Luis Astrana Marín, Julio Casares y el polígrafo peruano Marqués de Montealegre de Aulestia. Destacó en el terreno de la filología comparada, afirmando que el euskera fue la lengua primitiva. Fue un gran lexicógrafo y lexicólogo. Elaboró estimables ediciones anotadas del Arcipreste de Hita, Lazarillo de Tormes, La Celestina, Mateo Alemán, Los sueños de Quevedo, El Criticón de Baltasar Gracián y otros clásicos. Entre sus obras más conocidas figuran el Tesoro de la lengua castellana (1908-1914), La lengua de Cervantes (1905-1906) en dos vols. y la extensa Historia de la lengua y literatura castellana (1915-1922) en catorce volúmenes, que todavía hoy a veces es necesario consultar por su impresionante y ordenada compilación de datos biobibliográficos.
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