martes, 10 de marzo de 2020

San Raimundo de Peñafort, Teólogo y Santo. Patrón de los abogados



Cofundador de la Orden de los Dominicos, que llegó a ser un hombre con gran poder e influencia y que participó muchos asuntos eclesiásticos y civiles. Uno de ellos, de los menos conocidos, fue la creación e instauración de Inquisición en el Reino de Aragón en el siglo XIII.


Raimundo de Peñafort nació entre 1175 y 1185; fue hijo segundón del señor de castillo feudal de Peñafort, en el condado de Barcelona, y de su esposa Sara. Los primeros datos que de él se tienen son de noviembre del año 1204, cuando empezó a ejercer de clérigo y escriba de la catedral de Barcelona. Estudió teología en la Universidad de Bolonia, en la actual Italia, donde ejerció de profesor entre 1217 y 1219 y pudo conocer a santo Domingo de Guzmán. Regresó a Aragón, donde reinaba Jaime I, del que llegó a ser su confesor, e ingresó en los Dominicos en 1222.

Aprovechando su cercanía al Rey Jaime I el Conquistador (1208-1276), rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y señor de Montpellier y de otros feudos de Occitania (el sur de Francia), Raimundo de Peñafort le conminó a solicitar del Papa inquisidores que “desinfectaran” sus dominios de herejes. Colaboró con la Santa Sede en la redacción de una nueva compilación de las instrucciones legislativas de los papas (Decretales de Gregorio IX, que elaboró entre 1231 y 1234) y también redactó la reglamentación de la organización y el funcionamiento del Tribunal del Santo Oficio en Aragón aprobada por el Concilio de Tarragona en 1242.

En el año 1238, el capítulo general de su orden le confió la revisión del texto de sus Constituciones y en 1239 fue elegido como el tercer general de la Orden de los Dominicos, en capítulo general de la orden en París. Se encargó de visitar los principales conventos así como la obtención de bulas papales para el desarrollo de la Orden y la integración de la rama femenina dentro de la misma.


Gregorio IX encargó a dominicos y franciscanos la instauración de la inquisición papal en 1238 para combatir las infiltraciones heréticas del catarismo, la brujería el culto al demonio y los conversos judíos, un trabajo que san Raimundo llevó a cabo con gran eficacia.

Algunos estudiosos de su obra le han atribuido un importante papel en la fundación de la Orden de la Merced, los Mercedarios, dedicados al rescate de los pobres cautivos los que recuperaron a Miguel de Cervantes en Árgel y que hoy se ocupan de los presos en nuestras cárceles, como asesor de san Pedro Nolasco.

A Raimundo de Peñafort siempre le acompañó una fama de santidad, debido, con seguridad, a la multitud de milagros que se le atribuyeron en vida. Quizá el más famoso –Volar sobre su túnica– ocurrió cuando el Rey, de quien se convirtió en confesor, le prohibió partir hacia el convento barcelonés de santa Catalina, donde vivió 35 años, cuando se encontraba en Mallorca.


Dice la tradición que el santo no se dio por vencido y le dijo al monarca: “Los reyes de la tierra pueden impedirnos la huida, pero el Rey del cielo nos dará los medios para ello”. Y dicho y hecho, Raimundo se dirigió al mar, extendió su túnica sobre las olas y sobre esta improvisada “barca” llegó a Barcelona tras seis horas de travesía.

Su onomástica se celebra cada 7 de enero, un día después de su muerte, ocurrida en Barcelona el 6 de enero de 1275, con casi 100 años. Fue beatificado en 1542 por Pablo III, y canonizado el 29 de abril de 1601 por Clemente VIII. El 14 de julio de 1648 fue declarado patrono de la ciudad de Barcelona.

En el mundo del Derecho, San Raimundo es conocido principalmente, por haber redactado la colección de las ya citadas “Decretales”, en la que, por encargo del Papa Gregorio IX, puso en orden parte del derecho canónico, siendo durante casi siete siglos la norma jurídica de la Iglesia católica.

En honor a este santo patrón, en 1944 se creó en España la Orden de la Cruz de San Raimundo de Peñafort, en sus distintas modalidades, que otorga el Ministerio de Justicia. Con ella se premian los servicios prestados por los funcionarios de la Administración de Justicia y cuantos hayan contribuido al desarrollo del Derecho, así como también a los autores de publicaciones de carácter jurídico. Esta distinción se concede también al número uno de todas las promociones de jueces.

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